Trump improvisa una doctrina de seguridad nacional fascistizante

Escribe Jorge Altamira

La crisis mundial devora al dinosaurio imperialista.

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La “Estrategia de Seguridad Nacional”, publicada por la Casa Blanca a comienzos de diciembre, no fue bien recibida por los aliados de Estados Unidos en la OTAN ni por la mayoría de los grandes medios de comunicación norteamericanos. The Economist vio en el texto “mayores razones para que los amigos de América se preparen para lo peor”. Asegura que es “Una estrategia que desdeña a Europa, acosa a América Latina y es vaga sobre Asia”. Le Monde lo calificó como “una ruptura histórica” con Europa y “una división final” que plantea la divisoria de bienes. El semanario británico pone en duda, como tantos otros medios, que sea “un punto de vista establecido por la Administración”. El mismo Trump, conforme a su hábito de declarar una cosa y la contraria, le bajó el precio al documento con posterioridad, al calificarlo como “una opinión”. Definitivamente, ha sacado a luz una honda división en la burguesía imperialista mundial.

El texto parte de una caracterización de la que se ha abusado en los últimos sesenta años, pero ahora con connotaciones bastante más explosivas. De acuerdo a esta versión, Estados Unidos no puede seguir soportando los costos que entraña la marcha de la economía mundial, sea mediante la apertura de su mercado interior, sea mediante la financiación internacional. Fue el argumento que utilizó el presidente Johnson para bloquear el acceso a las reservas internacionales de oro a los bancos centrales del resto del mundo en el lejano 1968; en 1971, Richard Nixon declaró la inconvertibilidad final del oro. Pero el principal beneficiario de esos costos que financiaron la reconstrucción económica de Europa y Japón, y de Corea del Sur y Taiwán luego de la guerra de Corea, fue el capital norteamericano. Esa reconstrucción, en un movimiento contradictorio, puso en competencia a los beneficiarios con el capital norteamericano, que la literatura económica de la época convirtió en un desafío ‘existencial’. Esa reconstrucción sirvió, adicionalmente, para potenciar la presión sobre China y el espacio de la exURSS, que se reconvirtieron en economías de mercado como condición para la invasión del capital internacional –de Alemania en Europa del Este y de Estados Unidos, Japón, Taiwán y Alemania en China. Los ‘viejos’ enemigos ‘existenciales’ (Japón y la UE) se encuentran en ruinas, y el imperialismo norteamericano enfrenta la competencia de China, más potente que los ‘desafíos’ previos. La exportación de capital por parte de China es, sin embargo, la contrapartida de sus grandes superávits comerciales, que no pueden ser absorbidos por inversión interna; desata, junto a una sobreinversión al interior, otra internacional; China es arrastrada a la crisis mundial. Esta expansión de la frontera de la acumulación capitalista ha devenido, por un lado, en un estado de sobreproducción mundial y, por otro lado, en una desindustrialización relativa de Estados Unidos y una supremacía de su capital financiero ficticio. Las cadenas de producción a partir de la fuerza de trabajo de países baratos, sirvió para desvalorizar la fuerza de trabajo de Estados Unidos y los países desarrollados, al mismo tiempo que para desarmar su tejido industrial. El colapso económico creado por una formidable expansión ha dejado planteada una reestructuración de la economía y política mundiales, que no puede tener lugar sino de una forma violenta. La reconstrucción de las cadenas de producción en nuevos términos nacionales es económicamente inviable y financieramente imposible. Llevaría a un dislocamiento del comercio y la economía mundiales.

Todo esto, aunque explica que el texto señale que Estados Unidos “no puede sostener para siempre cargas globales” o seguir “sobreestimando la capacidad de America para financiar” el comercio de otros países, escamotea que su única salida es un brutal ajuste contra su fuerza de trabajo y una guerra comercial estéril. El texto es uno de los mayores reconocimientos de la decadencia del imperialismo norteamericano, el último imperialismo de alcance global de la historia. Es precisamente este imperialismo, sin embargo, el que convoca a la “Protección del núcleo de intereses nacional” y que declara la “Primacía de las naciones”. Pero es justamente el “interés nacional”, repartido a escala global, lo que impide una salida a la crisis, que no tiene otra que una planificación democrática internacional de gastos e inversiones. La “salida nacional” a la crisis mundial es la premisa histórica del fascismo. Efectivamente, el texto abandona la justificación de las guerras cuando son emprendidas por los imperialismos democráticos y encara una acción fascista.

Para el documento, la disolución nacional no deriva de la internacionalización de las fuerzas productivas sino de las migraciones de masas. Las mismas que moldearon a los Estados emergentes en los siglos pasados, son presentados como su contrario, incluso en casos de carencia de fuerza de trabajo industrial calificada. Por eso emprende un ataque contra lo que llama “ideología liberal”, que engloba a los partidos históricos de Europa y a los demócratas estadounidenses. Se alinea con el “soberanismo” europeo en un ataque frontal a la utopía trasnacional de la Unión Europea. Es un ataque a un bloque imperialista rival, que tiene por interesados principales a las tecnológicas estadounidenses, que rechaza el pago de impuestos en los mercados en los que realiza sus negocios. Pero, políticamente, es un alineamiento con los partidos históricamente fascistas –en especial en Alemania, Francia, Gran Bretaña. Aunque el texto no lo dice, plantea de hecho la supresión del euro, en especial por la constante referencia a la hegemonía monolítica del dólar. Los liberticidas internacionales se mofan de la “competencia de monedas” que alientan sus cipayos latinoamericanos. La reimposición de la ley nacional sobre la europea significaría el fin del propósito de una deuda pública común que permita financiar la re-industrialización de Europa. La escala inusitada de los proyectos de la Seguridad Nacional de Trump ha llevado a algunos observadores a descalificarlo como estrategia política y señalarlo como un plan de “sabotaje” de las alianzas en vigencia. El texto pone a Trump a la cabeza de la construcción de un fascismo internacional, o sea de un fascismo norteamericano que maneja sucursales fascistas extranjeras.

El documento declara causa de guerra cualquier acción estatal contra la dominación del dólar, en un caso de burrada económica y ceguera política mayúscula; el patrón monetario internacional no se impone, por cierto, ‘pacíficamente’, pero en ningún caso lo hace por diktats (estos sólo pueden contribuir a acelerar su destrucción). Los propios bancos centrales ‘occidentales’ están reemplazando reservas en dólares por oro, en parte por el uso del dólar, por parte de EE.UU., para imponer sanciones internacionales. En este caso se trata de una amenaza contra los BRICS, que ya se valen de monedas alternativas en su comercio recíproco. La advertencia, sin embargo, contradice la política de aranceles a la importación, establecida por Trump, porque impone desvíos al comercio internacional y al patrón monetario que lo financia. El desorden conceptual del texto, descomunal, traduce las contradicciones sin salida que desarrolla la crisis norteamericana y la crisis mundial. Al igual que lo que ocurre con la transición imperialista internacional, que no lleva sino a un ahondamiento de la crisis y a las guerras, tiene lugar con la llamada transición monetaria. La Inteligencia Artificial será central en la resolución de cuestiones tecnológicas, pero no aportará nada que no se sepa acerca del agotamiento final del capitalismo.

El conjunto del texto está claramente determinado por los planes de Trump para alcanzar un ‘cese del fuego’ en Ucrania mediante un acuerdo que cuenta con el apoyo de Putin. Se trata del despedazamiento nacional de Ucrania (aquí el cacareo nacional queda de lado) y de un pacto de explotación de recursos con Rusia. Este desarrollo es la prueba final e irrefutable del carácter imperialista, en el contenido, y reaccionario, en la forma, de la guerra de Putin en Ucrania y Europa. Putin y Rusia no son mencionados en el documento como adversarios de algún tipo, pero el ataque a la UE obedece a la resistencia de ésta de oponerse a ese acuerdo en función de su propia anexión de Ucrania. El acuerdo Trump-Putin pondría una bomba de tiempo en el bajo vientre del imperialismo de las potencias de Europa. Para un gran sector del imperialismo norteamericano ‘liberal’ (al igual que para amplios sectores del Pentágono) sería un salto al vacío. Rusia no defiende ante la OTAN intereses nacionales: al revés, los intereses de la oligarquía moscovita y su aparato de seguridad son antinacionales. Por eso la única salida positiva a la guerra es su derrocamiento por parte de los trabajadores de Rusia.

El retorno a la “doctrina Monroe” (“América para los americanos”) es una pieza estratégica de magnitud en el tablero del documento. La “doctrina” justificó en el pasado las guerras imperialistas en el Caribe, Centroamérica y México, y se suponía una advertencia al imperialismo inglés, que dominaba el sur del continente. En la actualidad equivale al traslado de la guerra mundial al Hemisferio por medio del Comando Sur y los gobiernos de ultraderecha encabezados incluso por fascistas declarados. El bloqueo contra Venezuela no ha sido desafiado ni cuestionado por ninguna potencia rival a Estados Unidos. Milei ha militarizado su gobierno por medio de un reordenamiento de todo el ejército y el nombramiento de un ministro en actividad. Kast es un pinochetista de cuerpo presente. Pero el capitalismo local no puede hacer frente a la crisis sin el concurso de China. China ha sido el primer rescatista de Argentina, por medio de un swap ratificado por Milei, de mucho mayor alcance que el de Bessent, si es que existe y está nominado en derechos especiales de giro –una moneda del FMI.

El conjunto de ambigüedades y contradicciones del texto de Seguridad Nacional lo convierten en un documento en grado de tentativa, que el trumpismo se ha apresurado en publicar para llenar un vacío ideológico entre una tropa dispersa en medio de una acentuación de la crisis mundial y de la guerra. Putin se ha comprometido en aniquilar la infraestructura estratégica y habitacional de Ucrania, condicionado por una economía bajo presión de estallido. La crisis mundial es la madre de todas las revoluciones sociales.

Revista EDM