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En un artículo del compañero Altamira sobre la discusión alrededor de la “seguridad alimentaria” se aborda un tema esencial: la dependencia cada vez mayor del agro argentino de la biotecnología extranjera.
Es cierto que Argentina produce alimentos para 10 veces su población, pero esa producción creciente de materias primas y alimentos depende fuertemente de la industria química y de biotecnología propiedad de capitales extranjeros. Altamira afirma que “El país que entró con mayor decisión en la internacionalización de la producción de alimentos fue Argentina, bajo el gobierno de Menem (Duhalde y Kirchner), al punto de reconocer el índice más alto de incorporación (90%) de semilla transgénica (…) Bajo los doce años del kirchnerismo, el avance de la química en el agro no cesó en ningún momento”. A la luz de esta reflexión, queda claro que el aumento sostenido de la producción agraria a lo largo de las últimas décadas está determinado por la creciente utilización de productos químicos que no son producidos por capitales nacionales y tampoco en el país. La “seguridad” en este punto se diluye porque la producción de esos químicos y semillas transgénicas se definen en el terreno del mercado mundial.
No obstante, lo señalado arriba hay un aspecto de la (in)seguridad alimentaria que no es abordado por Altamira. Se trata de una cuestión que, desde mi punto de vista, es central: la extranjerización creciente de la industria, en general, y de la industria de la alimentación, en particular.
Marx enseñaba que el desarrollo del capitalismo y sus crisis conducen al monopolio de ramas económicas estratégicas. El proceso de centralización y concentración de capitales es inexorable y luego de cada crisis quedan cada vez menos y más potentes empresas que gestionan inmensas fuerzas productivas. Toda esta dinámica está regida por la ley general de acumulación de capital y por la ley del valor (El Capital, Sección VII). En Argentina, este proceso se ha constatado plenamente en la industria en general y en la industria de la alimentación en particular (ver, entre otras obras, “El nuevo poder económico en la Argentina”, Azpiazu-Basualdo-Khavise).
Desde los años 70´del siglo pasado al presente la gran industria capitalista de la alimentación no para de concentrarse, centralizarse y extranjerizarse. Esta tendencia se agudizó durante el menemato y la convertibilidad. Empresas emblemáticas de la industria alimenticia nacional han desaparecido y/o han sido absorbidas por sus competidores: Sasetru, Terrabusi, Sacan, Águila, Bagley, Swift Armour, Cepa, Calcar, Fargo y un largo etcétera. En un trabajo de Schorr y Manzanelli, sobre la extranjerización en la gran industria capitalista posconvertibilidad, constatamos que grandes empresas alimenticias de capital nacional fueron absorbidas por capitales extranjeros (ver Revista “Problemas del Desarrollo Económico”, volumen 43). Lo interesante del caso es que esta tendencia hacia la extranjerización de empresas insignias de la “burguesía nacional” siguen cayendo en manos del capital internacional. Un caso paradigmático es el de Quilmes que fue absorbido por capital belga-brasilero. Otros ejemplos actuales, del proceso de centralización de capital y extranjerización, lo constituyen la quiebra de la láctea Sancor y el proceso se absorción de La Serenísima por Danone.
En conclusión, la creciente extranjerización de la gran industria capitalista alimenticia, como así también, del complejo oleaginoso y de las acopiadoras de granos, ponen la discusión sobre la “soberanía alimentaria” en su verdadero lugar: una cortina de humo, porque la formación de un mercado mundial que integra a las diversas economías nacionales imposibilita cualquier pretensión de “soberanía” en cualquier rama económica.