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En el río revuelto de las causas judiciales abiertas y de los escándalos de espías, el asesinato de un ex secretario de Cristina Kirchner ha vuelto a atizar el fuego de la crisis política. Por lo pronto, el crimen de Gutiérrez refrescó la memoria de la causa de los cuadernos -donde él testificó como arrepentido- apenas dos semanas después que la justicia declarara la ´falta de mérito´ de la propia Cristina, junto a los directivos de Techint. El “cambiemismo duro” se precipitó a asociar al crimen de Gutiérrez con la vicepresidenta, pero recibió el ninguneo de Larreta, Massot, Monzó y compañía. Ese pedido de moderación sumó nada menos que al principal editorialista de La Nación. Es que el horno no está para bollos: en medio de la crisis de deuda, el derrumbe económico y el descontrol pandémico, la gran burguesía quiere salvar a la coalición de facto que intenta pilotear la crisis en curso. La pretensión de prolongar al “gobierno de unidad” que gestiona la pandemia debería pasar por agudas crisis políticas, en el gobierno y en la oposición.
Cambio de juez
Mientras tenía lugar el episodio del Calafate, la causa de los espías macristas deparaba una nueva sorpresa, a partir del cambio del juez a cargo. El desplazamiento del juez Villena fue justificado por su aparente “parcialidad” o pro kirchnerismo. Pero con el nuevo magistrado, las implicancias explosivas de la causa no se han atenuado: sólo cambiaron los nombres del macrismo que serán sentados en el banquillo. El nuevo juez apunta a Arribas y Majdalani, el jefe y la subjefa de la AFI macrista, respectivamente. La trayectoria de Silvia Majdalani aparece unida a un entramado que comienza con la SIDE kirchnerista, con Stiuso a la cabeza, y termina con la red de jueces y espías armada por el macrista Angelici. Por lo tanto, el gobierno anterior no zafaría de las evidencias en su contra, aunque no está claro todavía si este nuevo hilo conductor involucrará en forma directa al ex presidente. En el caso de Arribas, todavía está fresca su participación en el cruce de cuentas y remesas del caso Odebrecht, por las obras que asociaban al pulpo brasileño con la empresa de Calcaterra, el primo de Macri. En definitiva, la cuestión de los espías podría mandar al ostracismo o a la cárcel a una parte del gobierno anterior. Desde que dejó el poder, la desintegración de los que decían ostentar “el 41% de los votos” no ha cesado ni un momento.
Pacto de espías
La escalada de los espías ha colocado en el tapete la cuestión del espionaje estatal. El kirchnerismo se quiso servir del espionaje M para abalanzarse sobre la estructura de “inteligencia”, y ponerla bajo su égida. Pero no le fue bien: a instancias de Cristina, el Senado votó retrotraer la disposición de Macri que colocaba a la oficina de escuchas judiciales bajo la égida de la Corte, para devolvérsela a la Procuración Fiscal (y por esa vía, al gobierno). Pero Massa se encargó de avisarle a CFK que no contaba con los votos para refrendar esa decisión en Diputados. En consecuencia, la cuestión de las escuchas ha quedado bajo un equilibrio precario: seguirá en la Corte, pero bajo control de la Bicameral que hace el “seguimiento” de las operaciones de inteligencia. Oficialistas y opositores no pretenden terminar con el carácter conspirativo del Estado de los “servicios”: apenas ensayan un pacto precario para colocar a los espías bajo su propio control (y compartido). La descomposición del aparato de Justicia, y su entrelazamiento completo con los servicios, es un síntoma poderoso de la crisis política que está en curso.