Desarrollismo al cuadrado, de un aparato desbocado

Escribe Emiliano Monge

Tiempo de lectura: 8 minutos

El oficialismo del PO recarga las tintas en la defensa del desarrollismo, sostenida por Gabriel Solano, en un intento de discutir acerca de la llamada ‘soberanía alimentaria’. Una nota de Solano en Prensa Obrera ‘explica’ que la causa “principal” de la pobreza en la Argentina es que exporta alimentos, que se cotizan en dólares, mientras los salarios para comprarlos se pagan en pesos devaluados. La pobreza obedecería a una distorsión de “precios relativos” y no a las relaciones sociales de explotación. Si los salarios alcanzaran a cubrir la canasta alimenticia dolarizada, asegura Solano, las patronales quebrarían. Es la primera vez que, desde la izquierda, se sostiene la inviabilidad de los aumentos de salarios reales y de la lucha de clases sindical. Oportunamente respondimos estos dislates.

De entrada, Solano demostró que no tenía idea de qué estaba hablando, al decir que los salarios provienen de la “distribución de la plusvalía” entre obreros y patrones, cuando el salario es el precio de la fuerza de trabajo, y la plusvalía es el trabajo no remunerado (explotación), que el patrón se embolsa como ganancia. Para Solano y el oficialismo, el salario no es producto de la lucha de clases, sino una puja entre “precios relativos”, una “distribución de plusvalía”.

Heller sale en defensa de Solano con una nota que repite el mismo argumento desarrollista: la patronal no puede aumentar los salarios (Prensa Obrera, 6/7). En síntesis, no estamos ante un error de análisis o una improvisación, sino al pasaje del marxismo a una doctrina crudamente capitalista.

El joven Lassalle

Al exportar alimentos que forman parte de la “canasta básica”, el modelo agroexportador encarece los salarios porque los productos que forman parte del salario obrero se venden a “precio dólar” (fijados por el mercado internacional). Los desarrollistas buscaron “soluciones”: aumentar las retenciones para frenar la suba de los alimentos. Para consolidar esta operación sobre los precios, Solano recomienda la nacionalización del comercio exterior. La función de un gobierno de trabajadores sería arbitrar los precios de mercado.

Heller redobla el dislate. Plantea la necesidad de recursos para impulsar el desarrollo industrial, mediante alimentos baratos o subsidios que abaraten la fuerza laboral. Como lo hizo CFK con las retenciones a las exportaciones agroindustriales y el congelamiento de las tarifas de servicios públicos, el socialista Heller promueve una transferencia de valor de los sectores exportadores a los industriales. Solano, completamente alineado con esa teoría patronal, había escrito antes que “Argentina no puede pagar salarios de ese nivel, porque llevaría a la quiebra de buena parte de su aparato industrial”. Heller lo festeja como un “acierto”. Las palabras podían haber salido de la boca de cualquier dirigente de la UIA. El profesor ha dejado el marxismo en el baúl de los recuerdos, si es que usa baúles.

Este planteo hace recordar a la “ley de bronce” del salario de Ferdinand Lassalle (que seguía la teoría de la población de Malthus), para quien el salario tendería a oscilar sobre un mínimo de subsistencia, ya que un aumento estimularía el aumento la masa de trabajadores y este crecimiento de la oferta laboral derrumbaría, ulteriormente, el aumento salarial.

Para Solano, nuestro “joven lassalleano”, los salarios altos llevarían a la quiebra industrial, a la desocupación, y a una posterior baja de los salarios. La ‘ley de bronce’ de Solano hace imposible el aumento de los salarios por sobre el nivel de subsistencia. La realidad de la lucha de clases y la acción concreta de los obreros que luchan por aumentos salariales y conquistas sociales contradice al joven Lassalle y al oficialismo del PO, pero como dice el dicho: “peor para la realidad”. Los salarios oscilan de acuerdo a la lucha de clases; su único tope teórico es que no puede anular la ganancia capitalista. Un informe de Clarín, en estos días, muestra que en medio de la pandemia el reparto del ingreso nacional ha favorecido en forma escandalosa a las patronales. O sea que hay mucho para recuperar.

Es probable que debido a este enfoque lasalleano, el PO oficial y el PTS hayan votado en el Congreso “la emergencia alimentaria”, un pacto entre el macrismo y el kirchnerismo, para subsidiar a los desocupados con un ingreso de indigencia. El abandono completo del marxismo (si es que alguna vez existió) no le deja ver a Heller-Solano, que en períodos de salarios mayores a los actuales la industria no quebró (1960/74), pero sí va en masa a concursos de acreedores ahora, cuando los salarios no cesan de retroceder. El desarrollismo del aparato del PO marca un salto en calidad con relación a su desesperante afán parlamentarista, que lo ha llevado a votar el delito de opinión con el FdeT y JpC en la Legislatura porteña.

Desarrollismo recargado

Heller vuelve sobre el mismo camino del joven Lassalle, y afirma: “Siempre hemos planteado que los precios internos debían estar determinados por el costo de producción. ¿Acaso no es lo que reclamamos para el precio de los combustibles o de las tarifas de los servicios? Quienes reclaman su dolarización son las empresas del sistema energético. Esa estructura de precios relativos es arbitraria e, incluso, violenta la ley del valor en beneficio de petroleras y privatizadas” (PO, 6/7).

Heller no tiene sentido del ridículo: ¡quiere judicializar la ley del valor! El socialista reclama, además, que el mercado obedezca al aparato del PO y acomode sus precios a los precios de producción. Habría que nombrar al profesor jefe de Abastecimientos. La torpeza es mayor cuando se refiere a actividades económicas que gozan de una renta, debido a la exclusividad o monopolio natural de una propiedad minera o agraria. Estas rentas no se pueden abolir, sí transferirla de un sector a otro, por ejemplo, a la industria, que gozaría de este modo de una ventaja comparativa frente a la industria mundial, que no gozase de esa ventaja.

Heller ignora, o finge hacerlo, que una de las luchas teóricas más importantes del Partido Obrero en los últimos tiempos fue explicar, durante el ascenso del kirchnerismo, que los subsidios a las tarifas e incluso a los alimentos eran, por un lado, un beneficio que se trasladaba de los sectores rentísticos a la burguesía industrial y comercial; la renta no desaparecía, era transferida en forma parcial entre sectores. Ahora ocurre lo contrario: con el ‘barril criollo’, el estado asegura un precio del petróleo por encima del que prevalece en el mercado mundial, lo que significa que transfiere a las petroleras parte de las ganancias industriales del resto del capital. Los precios congelados de la era K y las retenciones a las exportaciones, abarataban, por un lado, los insumos de la industria y, por el otro, el precio de la fuerza de trabajo, con el aumento consiguiente de las ganancias patronales. Ahora Heller pide “tarifas de servicios” al costo de producción, lo cual, en el caso de Vaca Muerta, llevaría las petroleras a la ruina, como ocurre en Estados Unidos, porque ese precio de producción supera al de mercado. La ignorancia supina del profesor de economía, que no aprendió nada de la Facultad y que pisotea la tradición teórica del PO, mide el nivel de degeneración de la camarilla que ha usurpado a nuestro partido. Un gobierno obrero no tendría, en su inicio, la posibilidad de superar la economía mercantil, por lo tanto, subordinaría el desarrollo de la economía a un plan único decidido por los trabajadores, o sea que transferiría a los sectores que priorice los rendimientos diversos de la economía. La planificación representaría la transición de una economía de mercado al socialismo, que ya no sería un sistema económico propiamente dicho. Este estadio no puede alcanzarse a nivel nacional sino mundial.

Los dislates desarrollistas llevan a Heller a exhibir un kirchnerismo explícito cuando dice que la la política de congelamientos del kirchnerismo significó un “aumento del salario real”. Este aumento es separado del Argentinazo y del ascenso de luchas que le siguió, y que explica, principalmente el cambio de frente de la burguesía, del menemismo al kirchnerismo. En segundo lugar, ese aumento ‘real’ es desde un salario ultra-desvalorizado, y encontró, rápidamente un tope como salario relativo en el reparto del ingreso nacional; concretamente con la crisis mundial de 2007/8. El aparato en cuestión no vacila en alterar las posiciones de nuestro partido en todos estos aspectos. Diferenciar los precios locales de los internacionales sólo significa una transferencia a la burguesía nacional. El “pico” salarial K no fue mayor que el de una década atrás, incluso con un crecimiento exponencial de la precarización laboral.

El PO se reconvierte al kirchnerismo al plantear, sin tapujos, “alterar la estructura de precios”, cuyos “efectos obviamente beneficiosos sería el abaratamiento de los alimentos. Y eso traería aparejado un aumento del salario real”. El postulado no puede ser más cristalino: abajo la lucha de clases, vamos por la estructura de precios. Esto está dicho en medio de una tendencia deflacionaria mundial, o sea de caída de precios, que la burguesía busca trasladar a los salarios y logra hacerlo. Quien lucha por alterar la “estructura de precios” es la Reserva Federal, que inyecta billones de dólares en la economía, y Donald Trump, que ha reducido el impuesto a las ganancias a la mitad. Se trata de un engaño. El “aumento del salario real”, es una quimera, que quedaba en evidencia paritaria tras paritaria.

El giro copernicano del oficialismo no puede ser más evidente. Pasó de lo que decía el PO ´altamirista´, a saber, que la pesificación de los precios de tarifas y alimentos era un subsidio para la burguesía nacional, que no elevaba el salario real, sino que lo confiscaba, a decir que ese mecanismo era un ¡“aumento del salario real”!

El aparato no menciona casi a la lucha de clases. Es la manifestación de un derrumbe de proporciones. De esta manera, el aparato promueve el abaratamiento de la fuerza de trabajo, vía abaratamiento de la canasta familiar, o sea, el aumento de la tasa de explotación.

Socialismo vulgar

Marx decía que “El socialismo vulgar (y por intermedio suyo, una parte de la democracia) ha aprendido de los economistas burgueses a considerar y tratar la distribución como algo independiente del modo de producción, y, por tanto, a exponer el socialismo como una doctrina que gira principalmente en torno a la distribución” (Crítica al Programa de Gotha). El oficialismo pide intervenir en la “distribución” (estructura de precios). Su política se basa en la distribución de la riqueza social, que los lleva a decir que la patronal no puede pagar una suba de salarios. Y que si se aumentase los salarios se “seguiría alimentando al sector agrario, impidiendo que importantes recursos puedan ser redireccionados a la inversión, cuestionando las posibilidades de un desarrollo industrial” (PO, 6/7).

Para Heller, “ese hecho no implica que un Estado obrero (…) deba privarse de utilizar algunos de esos instrumentos que, con los trabajadores en el poder, cambia su contenido social y sus beneficiarios”. Falso, con esa política y esos instrumentos, el gobierno obrero reproduciría el capitalismo. Ajustar los salarios con devaluaciones y otros “instrumentos”, es capitalismo, incluso bajo un aparato ‘obrero’.

Heller cita a Preobrazhenski para reivindicar su modelo de “acumulación socialista primitiva”, aplicado a las condiciones de Argentina, y con abstracción de cuándo y cómo, en qué circunstancias internacionales, el proletariado llegará al poder en Argentina. Heller es simplemente un charlatán. Preobrazhenki se refería a una nación campesina aislada, en medio de un reflujo de la revolución mundial y suponiendo un prolongado reflujo mundial, sin sugerir que se proponía construir un socialismo en un solo país. Lo único que Heller tiene con la tesis de Preobrazhenski, es la palabra primitivo. Heller y Solano se enredaron con un tema que ignoran, la “soberanía alimentaria”, y se encallaron, como un aparato que son, en un dislate capitalista.

Suscribite al canal de WhatsApp de Política Obrera