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Con diferencia de dos días Prensa Obrera (22/7) y La Izquierda Diario (24/7) publicaron sendos artículos cuestionando la eventual inversión china en granjas industriales de cerdos en el país. Los textos no se enfocan en ver cómo organizar a los eventuales futuros trabajadores sino en las “condiciones de profundo sufrimiento para los animales” (sic) que trae aparejada la producción en gran escala semi-industrial. “Se trata de entre 14 y 15 veces la cantidad de carne de cerdo producida en nuestro país durante 2019”, se queja Lucía Maffei en PO. El PTS abordó el problema exactamente desde el mismo ángulo. Más que un reclamo obrero parece una queja de la industria de carne vacuna tradicional que vería afectada su cuota de mercado por la competencia de la carne de cerdo (Argentina consume 10 veces más de la primera).
El PO (o) y el PTS han hecho suyo el planteo que antes formuló la socióloga Maristella Svampa en consonancia con ONGs ambientalistas que cuestionan la producción tipo factoría (no sólo de cerdos sino también de vacunos, feedlot). El riesgo de que estos métodos conduzca a enfermedades zoonóticas (de transmisión entre animales y humanos) no es nuevo. Ya hace 17 años Inglaterra tuvo que hacer frente al problema de la ´vaca loca´ originada por la violación de protocolos de seguridad en materia de producción ganadera. Ahora mismo la llamada “fiebre porcina africana” que ha diezmado los rebaños de cerdos chinos podría haber tenido un origen similar.
Si como se anuncia, las inversiones chinas dan lugar a la apertura de 100 mil puestos de trabajo, ¿qué hacemos? Si mañana abren granjas industriales, ¿qué decimos a los trabajadores que en masa se irían a anotar? ¿Para un socialista se impone prioritariamente proteger a los animales y hacemos piquetes para frenar a los compañeros que fueran a anotarse para laburar?
No desconocemos en absoluto que hay una tendencia mundial a la producción barata e industrial de alimentos que muchas veces pone en riesgo la salud humana (y, por supuesto, también la animal). Y, no sea cosa que se nos acuse de indolentes al sufrimiento de los animales, claro que no aceptaríamos maltrato de ninguna índole. La cuestión pasa entonces por el reclamo de garantizar condiciones de producción bajo supervisión de obreros y científicos, condiciones laborales de respeto a normas de seguridad, de trabajo y salariales que aseguren los mejores estándares. Bajo este ángulo defendemos prioritariamente un punto de vista clasista. El de Svampa-Maffei desprecia el interés prioritario de la clase obrera y no mira la miseria social desde el ángulo de la explotación de la fuerza de trabajo y la lucha por su emancipación sino de la “cultura de la comida sana”. La comida sana depende de la clase social que organiza la producción y de sus objetivos históricos.
A Lucía Maffei y a LID no se les escapa que la inversión china apunta fundamentalmente a atender ese mercado.
La inversión china ciertamente (como ninguna, por otra parte) no tiene antecedentes de respetar condiciones laborales, derechos sindicales, etc. Pero esto no les preocupa a los ´socialistas´ que siguen a Solano o a Del Caño- sino el tratamiento a los animales. En cambio los K y el nacionalismo burgués, reivindican la creación de fuentes de trabajo de esa inversión. ¿Alguien cree que el anzuelo de millares de nuevas fuentes de trabajo no sería aliciente suficiente para que el nacionalismo burgués no agarre viaje? A ese feedlot irá la soja que ahora Vicentin ha dejado de pagar, y aumentará el valor agregado de la producción agraria, como reclama la patronal que rompió con la Mesa de Enlace.
La inversión en el chacinado busca desplazar o achicar su brecha con la industria de la carne vacuna tradicional. Unos explotan el argumento de que las carnes rojas producen colesterol; los otros responden que la carne de cerdo es escasa vaya a saberse en qué. ¿Con quién estamos los socialistas? ¿Preferimos acaso la carne blanca de pescado? ¿O somos veganos?
Un socialista no entra en “la tensión entre ambientalismo y desarrollismo”, como bien describe el problema Elizabeth Mohle en Cenital (26/7). Dejamos a elección de cada trabajador cómo alimentarse, debiendo el estado garantizar la producción de alimentos de buena calidad, bajo control bromatológico ejercido por comités obrero-científicos. Los planteos con los que polemizamos ¿no podrían ser utilizados acaso para preservar los paupérrimos planes sociales, la desindustrialización y el statu quo de la demolición y la miseria social actuales?
En medio de la guerra comercial EE.UU.-China, esos textos parecen tributar a la demagogia nacionalista de Trump. Así los chinos serían per se los responsables de “la Peste Porcina Africana”, que diezmó sus rebaños de cerdos. La línea demarcatoria entre las responsabilidades de la gestión capitalista de esas industrias y su territorialización quedan completamente desdibujadas. Sería como decir que la famosa fiebre aftosa que afectó a nuestro campo durante 100 años era una condición “natural” de Argentina y no el fruto del parasitismo terrateniente.
Hay una realidad indiscutible: la alimentación moderna se sustenta en sistemas industriales. Por supuesto, el capital procura ‘ahorrar’ en todo lo posible, incluso la salud. Pero ¿debieran ser desechados los corrales industriales como sostienen Lucía y también el PTS?. Ramiro Thomas, el firmante del texto del PTS, dio tiempo atrás como ejemplo de “agroecología” el caso de Cuba (Agroecología en Cuba: una historia contada por sus protagonistas, 18/9/17). Si seguimos ese ´modelo´ estamos listos: Cuba no produce ni el 20% de sus alimentos y tiene uno de los territorios agrarios más atrasados del subcontinente.
La liberación de tierras de pastoreo para la agricultura, como ocurre con la deforestación, demuestra que no sigue un camino de cuidado del clima; el capital es depredador. La expansión de la frontera agropecuaria por razones obvias no puede ser infinita. Los alimentos para satisfacer las necesidades humanas, incluso bajo el socialismo, sólo se podrán conquistar por medios industriales. El problema ambiental de la producción moderna no es ecológico sino de clase. Para salvar el medio ambiente hay que expropiar el capital.
“La posibilidad del colapso, la barbarie y la catástrofe de la humanidad deben colocarse en el marco de la historia y de la política. Fuera de ellos, sólo existe la nada. El cambio climático y el agotamiento de recursos que lo acompaña forma parte del metabolismo de la acumulación bajo el capitalismo. No se puede proceder a un cambio de rumbo del primero sin la abolición del segundo. Los recursos menguantes engendran, en primer lugar, nuevas guerras, por ejemplo, por el control del petróleo y el gas natural o el litio. La guerra, armamentismo mediante, es el principal factor de succión de recursos contaminantes y menguantes. La voracidad capitalista por esos recursos altera catastróficamente las condiciones de vida de amplias masas, por la contaminación de ríos y del agua, cuando no la completa privación de ellos. En todo el mundo se han desarrollado luchas inmensas por el cuidado de glaciares y del agua y contra la minería contaminante. La cuestión del cambio climático desata luchas de clases que tienen como referencia las condiciones de vida, como ocurre en las empresas y lugares de trabajo contra la insalubridad laboral. Desata, en consecuencia, crisis políticas y revoluciones. Esta enunciación no remite a un “ecosocialismo” sino al marxismo revolucionario ‘tout court’” (Altamira, Qué nos dice la discusión sobre ‘seguridad alimentaria’).