Escribe Residentes y concurrentes en Tribuna de Salud Tendencia
En hospitales y centros de salud, sigamos el ejemplo de los docentes.
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La noticia de que a partir de las primeras semanas de septiembre se termina el trabajo en cohortes -una medida de protección para separar al personal en sectores y evitar que un eventual contagio pueda afectar a todos- puso con los pelos de punta a buena parte de los trabajadores de la salud de CABA. Si bien es cierto que esta “cohortización” tenía agujeros por todos lados (los criterios variaban por sector, disminuyendo la efectividad de la medida), era de las pocas medidas, junto con la cuarentena, que implicaban un freno real al avance del virus. Como confesó Alberto Fernández, “la cuarentena no existe”, y ahora tampoco el trabajo en cohortes diferenciadas.
Volver al hacinamiento en espacios laborales de hospitales y centros de salud, que no fueron ni están preparados para albergar a más trabajadores, es una invitación objetiva al contagio. La excusa es que “la curva está bajando”, pero lo cierto es que los números de CABA muestran una persistencia que oscila entre 1200 y 1500 casos por día. La disminución del ritmo relativo de crecimiento no tiene en cuenta que estas cifras absolutas son suficientes para colapsar los servicios sanitarios y llevar a la muerte a profesionales de la salud de las más diversas edades. La medida golpea especialmente a enfermería, por estar sometida al multiempleo, la mayor exposición y las peores condiciones laborales.
Esta vuelta a la normalidad agarra a residentes y concurrentes en un momento muy particular, por la transición de camadas en los equipos. En septiembre se realizará el examen virtual para el ingreso de nuevos compañeros y a fin de mes finalizan los contratos extendidos por los ministerios de Salud para los años superiores y jefes. A pesar de los reclamos insistentes del colectivo, los gobiernos no han garantizado la continuidad laboral con el pase a planta de esos compañeros. Es un misterio cómo se integrará a los nuevos residentes y concurrentes y cómo se garantizarán sus espacios formativos en servicios que, por la salida de los años superiores, quedarán aún más colapsados de lo que ya están.
Previendo este problema, en algunos hospitales porteños las direcciones han manifestado la voluntad de ofrecer algunos contratos. Ocurre que los jefes y residentes de los años superiores son los que, en los hechos, han sostenido el funcionamiento de servicios tan vitales como las Unidades de Terapia Intensiva (UTI), con poca o nula supervisión de profesionales de planta. Se desconoce, sin embargo, el alcance de estos contratos, si estos serán para todos los residentes o sólo para los médicos de UTI, si son por tiempo indeterminado o “por Covid”, hasta que arbitrariamente las mismas direcciones determinen que su continuidad laboral ya no es necesaria. “Úselo y descártelo”, parece la fórmula inscripta en nuestros legajos.
En la provincia de Buenos Aires, el ministerio anunció que habría contratos de planta para quienes se egresan, pero sin garantizar la compatibilidad necesaria para ejercer la jefatura de las residencias (u ofreciendo sumas irrisorias para hacer doble trabajo). En este caso, el pase a planta iría en detrimento de los equipos de residentes, que quedarían descabezados, golpeando su capacidad docente e incrementando la carga laboral sobre residentes de otros años, que deberían auto-gestionar su formación y labor cotidiana. Otro problema sin resolver es la de aquellos que revistan en centros de atención primaria de la salud, ligados a los municipios, para quienes no está asegurada esta continuidad laboral.
Mientras se nos empuja a la falsa normalidad, con la descohortización y el egreso forzado de los años superiores, no se garantizan los derechos laborales que esa supuesta normalidad implicaría. El gobierno nacional rechazó toda posibilidad de un aumento paritario para trabajadores de la salud pública amparándose en el déficit fiscal, que todos los días se encarga de agravar por los millonarios subsidios y exenciones impositivas a las patronales. Ni siquiera se trasladarían las exiguas sumas fijas que Sanidad arregló en los privados. También descartó la posibilidad de extender el pago del bono de 5000 pesos mensuales, que miserablemente recorta por presentismo, descontando los días por contagio o aislamiento por contacto estrecho que forzosamente debemos cumplir.
Así como no hay paritarias, tampoco hay derecho a licencias. La falsa normalidad incluye la eliminación de la posibilidad de tomarse las licencias ordinarias y por estrés, sin garantizar el pago de las mismas ni a los residentes que se egresan ni a aquellos que continuamos. El gobierno anunció una licencia extraordinaria de 5 días, solo en casos de “agotamiento límite”, cuya determinación queda a cargo de los directores de los hospitales y que en principio serían a cuenta de las propias licencias por estrés. La asamblea de RyC de CABA debatió el tema y rechazó que el descanso por Covid sea a costa de la licencia por estrés, reclamando al mismo tiempo que se contrate personal para los reemplazos, porque de otra forma estas licencias terminarían sobrerrecargando a los actuales equipos, por ejemplo, a través de la “descohortización forzosa”.
El freno que la docencia porteña, con asambleas masivas por escuela y distrito, impuso al intento del gobierno de empujarlos a la normalidad del contagio, es un poderoso aliciente para la lucha que tenemos planteada los trabajadores de la salud. El próximo 21 de septiembre, día de la sanidad argentina, se está organizando una gran jornada de lucha de enfermería, que incluirá una movilización de Congreso a Plaza de Mayo. Una asamblea nacional de la salud convocada por Fesprosa votó plegarse a la convocatoria ampliándola a todos los profesionales de la salud. En el mismo sentido se había pronunciado la asamblea de RyC de CABA. Se impone, como venimos insistiendo desde estas páginas, la unificación de las acciones de lucha y de los pliegos reivindicativos, a partir de la convocatoria a asambleas sin distinción por gremio o especialidad en todos los efectores. Si seguimos el camino de la docencia, ¡podemos torcerles el brazo!