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El debate de ayer entre Trump y Biden fue una escenificación de la descomposición de la democracia norteamericana y de la agonía de su sistema político. Fue una riña entre provocadores sin la menor oferta de un programa de gobierno, como acostumbraban a jactarse los candidatos presidenciales en el pasado. No fue en absoluto, sin embargo, una improvisación ni un ´descarrilamiento´ a medida que se desarrollaba la confrontación. Trump se comportó como un provocador de características fascistas y pregonó sin miramientos una política de violencia.
Nada que no se sepa, Trump exhortó a combatir la rebelión popular que atraviesa Estados Unidos. Llamó a los ´Proud Boys´ (Muchachos Orgullosos), una organización fascista, racista y antisemita, a dar pelea por todos los medios a los manifestantes que protestan y luchan contra la brutalidad policial. La tribuna del debate presidencial fue usada para una calculada agitación política fascista, sin que fuera denunciada por el moderador de la Fox News ni por el propio Biden.
El “desorden” que los comentaristas adjudicaron al debate fue promovido por Trump en consonancia con un guión largamente madurado y repetidamente anticipado en sus intervenciones públicas. Fue al corazón de la cuestión, que es rechazar el ´diálogo´ como método de gobierno y la discusión como método de clarificación de posiciones enfrentadas. Insistió en que no reconocería los resultados electorales adversos si entendiera que la votación fue un fraude, cuando las encuestas lo dan diez puntos atrás de su desafiante, incluso alrededor de cinco puntos atrás en los estados que podrían decidir el resultado en el Colegio Electoral. Por de pronto, ya descalificó los votos que se vienen emitiendo por correo con anticipación. No se ha privado, en el pasado reciente, de llamar a sus partidarios a votar dos veces – primero por correo y luego en el local de votación, con el pretexto de controlar si el voto postal se encuentra registrado. Es una forma de promover choques el día de la votación. Cualquier incidente en esa ocasión, y se podrían promover numerosos de ellos, sería un pretexto para la acción de bandas y la descalificación de la jornada.
Trump insistió, ahora en el marco formal de un debate presidencial, en que la Corte Suprema debe encargarse del recuento de los votos, y que piensa llevar a esa sede las controversias en los comicios. Tiene una mayoría de 5 a 3, que puede convertirse en 6 a 3 si el Senado da su aprobación a una candidata de ultraderecha postulada por Trump. Trump se comportó como alguien que sabe que lo espera una derrota electoral, algo que no puede torcer en una polémica sobre programas de gobierno en la televisión. Apunta, con total convicción, a la provocación de una crisis electoral e institucional.
Biden también siguió un guión – poner en evidencia que con una concurrencia masiva a las urnas Trump ya está derrotado. Atribuyó las bravuconadas fascistas de Trump a un recurso desesperado de una presidencia agotada. Biden y su grupo de asesores políticos y financieros fingen que Trump no es más que un accidente de ruta o una pesadilla circunstancial en la historia de Estados Unidos y mundial. Otras riñas como las de anoche (hay tres debates) y el evasor de impuestos queda fuera de combate. No tardó, sin embargo, en revelar que se mueve en un mundo ficticio cuando a la pregunta del moderador acerca de si trataría de bloquear la designación de la candidata trumpista a la Corte respondió con un llamado a la ciudadanía a votar. Con esto bloqueó o boicoteó las acciones del partido demócrata para conseguir votos de republicanos disidentes (se necesita la defección de sólo dos) para impedir el ascenso de la candidata de Trump y tratar la vacancia en la Corte después de las elecciones. Dejó en claro, de este modo, que está dispuesto a gobernar con la derecha en su versión más recalcitrante, mientras repite ante las cámaras que Trump es un mentiroso, el peor presidente de la historia y un evasor.
Al finalizar el debate, trascendió una declaración de Trump, en la que asegura que “esto va a terminar mal”. La polarización crece en Estados Unidos, pero aún se encuentra en pañales. Aunque las condiciones para una ofensiva fascista victoriosa no están de ningún modo reunidas, ellas no demoran en formarse en el marco de una crisis de organización del capital, como plantea la pandemia, y en medio del tifón financiero que ha crecido desde su irrupción.
El Financial Times lo resumió con cruel elegancia: “La tormenta nos afecta a todos, pero no estamos todos en el mismo bote”.