La lucha por el gobierno laico en Irak

Escribe Olga Cristóbal

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En octubre de este año que concluye, miles y miles de hombres y mujeres, muy jóvenes, tomaron las calles de Bagdad. Protestaban contra el despido del héroe que liberó Mosul -la tercera ciudad más grande Irak- de Isis. Adjudicaban la expulsión del teniente general Abdul-Wahab al-Saadi— a políticos corruptos, posiblemente vinculados a Irán.

Las movilizaciones se extendieron con reclamos por el desempleo y la pésima calidad de los servicios -agua, gas, electricidad, salud- que vinculan con la corrupción generalizada del gobierno.

El movimiento se extendió a todo el país y dio un salto cualitativo. “La gente quiere la caída del régimen”, “Esto no es una patria”, “Queremos un país”, son las consignas que dominan las movilizaciones de millones (sic) de iraquíes en las provincias centrales y meridionales, incluidas áreas sunnitas y ciudades como Najaf, Karbala, Nasryia y Basora.

A partir de 2003, los invasores yanquis, aliados a los clérigos, terratenientes y señores de la guerra, devolvieron a Irak al medioevo, aplicando la ley islámica. Cuando seis años después Estados Unidos se retiró del país, impuso la muhasasa, un sistema de representación electoral y gubernamental basado en las identidades religiosas, étnicas y sectarias: chiitas, sunnitas, yazidíes, kurdos, entre otros. Incluye una cuota de legisladoras mujeres. Las movilizaciones en curso expresan un profundo rechazo de la muhasasa. Contraponen una organización nacional civil, laica, unida por el repudio al imperialismo y a sus corruptos sirvientes nativos.

El Restaurante Turco de Bagdad, un edificio abandonado frente de la plaza Tahrir, es la base del levantamiento. Por allí pululan mujeres jóvenes que participan, desde la primera línea de los combates con las fuerzas de seguridad hasta la cocina y la atención médica a los heridos. Los jóvenes iraquíes desafían las normas y jerarquías sociales dominantes, incluidas las normas religiosas y de género. Rechazan frontalmente el islamismo y las políticas basadas en la identidad étnica: para ellos, la élite política islamista es responsable de la crisis social y política en el país. Las mujeres están presentes incluso en regiones lugares extremadamente conservadoras y religiosos, como Karbala o Najaf.

La desobediencia civil burla el toque de queda y establece verdaderos territorios liberados en la plaza Tahrir en Bagdad, el lugar más visible de protestas masivas, y las plazas públicas de las ciudades de todo Iraq se han transformado en espacios gobernados y administrados por la población.

Los insurrectos tienen publicaciones, un nuevo canal de radio, la distribución de alimentos gratuitos, una unidad médica y psicológica gratuita y la oferta de todo tipo de servicios gratuitos (desde medicamentos hasta peluquería). Se ocupan de la limpieza y pintura de calles, de la restauración de edificios y monumentos públicos.

La revolución iraquí no tiene un ápice de espontaneísmo: viene macerada por sucesivos levantamientos populares producidos a partir de 2009. Además de las protestas en el Kurdistán iraquí, la región de la mayoría sunita de al-Anbar estalló en protestas masivas en 2012-2013 contra la represión y la exclusión sectarias, que fueron reprimidas violentamente por el gobierno del ex primer ministro al-Maliki. A partir de 2015, una escalada sin precedentes de protestas populares puso en la calle a una nueva generación de jóvenes iraquíes. Docentes y trabajadores del Estado, que protestaban por los salarios miserables y denunciaron la corrupción y la explotación imperialista del petróleo iraquí. En 2018, en Basora, una rica provincia petrolera que carece de toda infraestructura educativa o sanitaria, estallaron virulentas movilizaciones de desocupados y hambrientos, que fueron reprimidas a sangre y fuego. En esas movilizaciones ya se impuso el reclamo de “una patria” laica.

La respuesta del régimen ha sido brutal: ya asesinaron más de 500 personas y hay miles de heridos por el gobierno y los grupos paramilitares. Los líderes tribales y sus milicias son muchas veces las responsables de los asesinatos. Nada logra frenar la movilización, a la que se han sumado sindicatos y estudiantes.

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