Por qué Trump asesinó a Soleimani

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La gran polémica en los Estados Unidos pasa ahora por desmentir que el asesinato del general iraní, Qasam Soleimani, no respondía al “peligro inminente” que representaba para Estados Unidos. Trump no ha podido señalar una amenaza cualquiera contra embajadas, bases o personal por parte del jefe militar iraní, y se ha enredado en una puja semántica sobre la palabra ‘inminente’. Detrás de este enredo, que nada tiene que ver con el lenguaje inclusivo, se encuentra el interrogante: ¿qué buscaba Trump con el asesinato? Ni siquiera es una respuesta la voluntad del misógino racista de iniciar una guerra, al punto que aceptó positivamente la comunicación que le dio el gobierno de Irak de que Irán se disponía a bombardear dos bases norteamericanas situadas en el norte de Irak.

De otro lado, no se ha ofrecido ninguna evidencia de un alerta militar por parte de Israel, que dentro de poco vota por tercera vez en dos meses. El diario Haaretz si dice, por el contrario, que Netanyahu era el único gobernante extranjero que estaba al tanto del acto de guerra, y que informó a Trump de la salida pública de Soleimani de Siria con destino a Irak, en cuyo aeropuerto fue asesinato. En definitiva, la explicación sería, lo señalamos también en Política Obrera, que el asesinato era funcional a la promoción de una ola de chovinismo en Estados Unidos, que favoreciera la reelección de Trump. En los hechos pareciera que ocurre lo contrario, porque se registra un avance del izquierdista Sanders en las asambleas internas del partido demócrata en Iowa, un estado tan izquierdista como la zona de Pergamino.

El crimen de guerra contra Soleimani fue respondido por las mayores movilizaciones de la historia de Irán, y algo similar en Irak, u otras naciones del Medio Oriente. Este gigantesco movimiento nacional fue seguido, luego del derribo accidental del avión de línea de Ucrania, por un reinicio de las movilizaciones contra el régimen de los ayatollas. Ambas movilizaciones mostraron una crisis de régimen galopante, porque expuso a un gobierno que no tiene respuestas reales contra el imperialismo, y al mismo tiempo es odiado por las penurias sin fin que ese régimen provoca en la masas, en especial la juventud y, ni qué decir, la mujer. Visto en estos términos, el general Soleimani representaba, por su autoridad entre las milicias y los éxitos que se le atribuían en la lucha contra el Estado Islámico y Al Qaeda, una salida bonapartista de libro, más cercana al primer Bonaparte que otros que han querido imitarlo. Se exhibía, públicamente, como un líder político; como jefe de una guerrilla no hubiera viajado de Damasco a Bagdad en un avión de línea. El partido reformista, que ocupa la Presidencia, se ha convertido en un cero a la izquierda, y la llamada ‘ala dura’ está lejos de recibir un apoyo mayoritario.

Trump y su compinche sionista golpearon a una salida política de este tipo, con la expectativa de explotar una mayor disolución eventual de la sociedad iraní. Fue un ataque selectivo, no solamente en el sentido militar de la palabra, sino político. El escenario del centro de Asia al Mediterráneo ha cambiado. Una crisis simultánea en el imperialismo, por un lado, y las direcciones y gobiernos nacionalistas, por el otro.

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