Escribe Joaquín Antúnez
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Las elecciones municipales convocadas por Maduro siguieron el derrotero de las elecciones para gobernadores y la Asamblea Nacional de mayo pasado: un abstencionismo récord. Las elecciones convocaban a los venezolanos a elegir concejales y alcaldes en 335 municipios y 2.500 escaños. La oposición mayoritaria, la Plataforma de Unidad Democrática, bajo la conducción de Corina Machado y su delfín González Urrutia, rechazó participar. Las elecciones coincidieron con el aniversario de las elecciones presidenciales en las cuales Maduro orquestó, junto a las Fuerzas Armadas y el Consejo Nacional Electoral (CNE), un fraude para asegurar su victoria. El resultado, sin mayores sorpresas, otorgó la victoria al chavismo en 285 de las 335 alcaldías y casi la totalidad de las bancas de concejales.
El chavismo, a lo largo de un año electoral, ha logrado desplazar a la oposición. La mayoría no participa de los comicios y la que acude a ellos es cada vez más minoritaria. Esto le ha servido para consagrar una hegemonía completa en cargos ejecutivos y legislativos de todo el país. En total, el oficialismo dirige 23 de 24 gobernaciones y 285 de los 335 municipios. Las bancas del Parlamento convierten a la Asamblea Popular en una escribanía de Maduro, sin contar el control sobre el aparato judicial y las fuerzas de seguridad, que han demostrado una homogeneidad superior a la que esperaba encontrar la oposición de Machado, que los ha convocado a “rebelarse” en reiteradas oportunidades. El abstencionismo tampoco puede ser visto como el resultado de un apoyo a la oposición abstencionista, puesto que esta no ha desarrollado una campaña política ni ha organizado actividades convocando al boicot electoral como en el pasado.
Este poderío formal del chavismo contrasta con su debacle política. El abstencionismo, imposible de contabilizar a ciencia cierta, no baja del 70%. El rechazo político al gobierno es manifiesto en zonas donde el chavismo había hecho bastión hace dos décadas. Ni el intento de construir una “nueva oposición” bajo la tutela del propio régimen ha logrado movilizar a un sector parcial de las masas a las urnas. La dilapidación de dicho apoyo se explica en los padecimientos cotidianos que sufre la población ante la falta completa de elementos básicos de higiene o alimentación. El Bolívar, la moneda nacional, ha perdido formalmente su valor de mercado y los trabajadores buscan insistentemente percibir sus magros salarios (ubicados entre los 3 y 20 dólares) en la moneda norteamericana para poder asistir a las tiendas y abastecerse.
La oposición trumpista se encuentra en un impasse político. La división que existe en el propio establishment norteamericano ha llevado a su brazo político a la marginalidad política en los hechos. El acuerdo alcanzado entre las “palomas” de Grenell -el enviado especial de Trump a Venezuela- sobre los “halcones” Rubio y Claver-Carone en torno a la habilitación de Chevron para volver a extraer petróleo en Venezuela a cambio de continuar la entrega de deportados venezolanos, se ha realizado al margen del “presidente” reconocido por el propio Trump y la enorme mayoría de los gobiernos del mundo: González Urrutia. En la consideración de Machado, Trump comete un grave error pues las operaciones petroleras dejan una ganancia fundamental para el sostenimiento del gobierno chavista y es prácticamente el único ingreso de divisas al país.
Lo que no ha podido precisarse con certeza aún es el nuevo mecanismo para este desarrollo. Las declaraciones de allegados a Trump y Rubio, indican que estas operaciones se realizarán sin dejar “un sólo dólar” a Maduro, lo cual resulta difícil de creer puesto que la exportación de crudo a otros países -de manera triangulada- como China, estaba en alza y diversas fuentes habían confirmado que Venezuela logró consolidar su producción diaria entre los 900 mil y el millón de barriles de crudo, un número nada despreciable. Chevron, previo a su retiro formal, elevaba un 25% esta cifra y dejaba por año 500 millones de dólares en impuestos.
Maduro afirma jocosamente que Estados Unidos adopta una agenda bipolar. De igual manera, el debate fundamental en la oligarquía estadounidense es cómo deshacerse de Maduro y retener para su explotación los recursos petrolíferos, gasíferos y minerales que hay en Venezuela, en desmedro de la influencia China en América Latina. Los pretendidos “zig-zag” de esta política apuntan a encontrar las mejores vías para este objetivo estratégico que no ha sido abandonado en ningún momento por Donald Trump.
La rehabilitación de Chevron para operar en Venezuela se conecta con otro objetivo estratégico en la zona: asegurar la explotación de Guyana. Los diversos gobiernos venezolanos han reclamado durante décadas la soberanía sobre las dos terceras partes de dicho país. En las últimas elecciones, Maduro montó la elección de un gobernador para dicha provincia – un militar en funciones. Chevron, que informalmente pujaba para ingresar a dicho mercado, ha logrado llegar a un acuerdo con el gobierno oficial de Guyana, lo que ha colocado a las principales petroleras en un funcionamiento compartido de los pozos y las garantías de marines estadounidenses en la zona. El escenario de guerra que se prepara en las fronteras de Venezuela es saludado por la oposición derechista que ha confinado su existencia política a una intervención militar norteamericana.
El drama que viven las masas venezolanas se encuentra en contraposición a las agachadas de Maduro y las pretensiones golpistas de la derecha. El impasse del gobierno y la oposición demuestra que no tienen un planteo de salida a la crisis actual, que reviste el carácter de una verdadera crisis humanitaria en el marco de una guerra internacional del imperialismo. La clase obrera aparece subordinada políticamente a estos extremos, lo demuestra que no existe una vanguardia que haya enarbolado un programa político propio. El alto abstencionismo puede verse como un repudio al gobierno, pero también como el reclamo de una voz que represente las reivindicaciones urgentes de las masas. Esa voz ausente sólo puede construirse sobre bases socialistas, que partan de rechazar cualquier intervención imperialista sobre Venezuela y una movilización política de las masas para hacerse cargo de la situación catastrófica que viven los propios trabajadores mientras la camarilla chavista se ha enriquecido sin cesar.
