Escribe Jorge Altamira
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La guerra económica entre las potencias imperialistas – y la guerra mundial en su conjunto - ha dado un salto cualitativo con el acuerdo ‘comercial’ impuesto por Donald Trump a la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Layen. De características coloniales sin precedentes, lejos de clausurar las rivalidades entre Estados Unidos y la Unión Europea, los términos leoninos del convenio anuncian choques aún mayores e incluso amenazan la unidad de la Unión Europea. Los aranceles pactados representan una carga de dos billones de dólares para la economía mundial y las espaldas de los trabajadores.
Trump ha impuesto al conjunto de la UE un arancel de base del 15% para la mayor parte sus exportaciones a Estados Unidos, incluyendo a los automóviles, que hasta el presente oscilaban en torno a un 3 y 4 por ciento. La UE, por su lado, dejará en vigor el cero por ciento de sus tarifas de importación. El acero y el aluminio de la UE seguirán afectados a una tarifa prohibitiva del 50 por ciento, aunque existe la probabilidad de que afecte sólo a importaciones a partir una cuota a establecer. Los productos que quedarán exentos de aranceles son la aeronáutica, algunos productos químicos, medicinas genéricas y algunas materias primas críticas. En cuanto a los productos farmacéuticos, podrían ser gravados en un 20% y en algunos casos tendrán prohibido el ingreso a Estados Unidos. Más allá de la cuestión arancelaria, la UE se compromete a comprar 750 mil millones de dólares en energía de Estados Unidos (esencialmente gas licuado, en lugar del barato gas natural de Rusia), efectuar una inversión directa adicional en ese país por 600 mil millones y adquirir “vastas sumas” en armamento. En cuanto a esa inversión, tiene color a humo.
Los principales gobiernos de la Unión Europea han decidido aceptar las condiciones ultimatistas de Trump, alegando la necesidad de evitar una guerra que, de otro modo, aseguran, habría sido desastrosa. La misma Von der Layen admitió, en un sorprendente acto de entrega política, la obligación de la UE de “rebalancear” el comercio con EEUU, que es favorable en 200 mil millones de dólares a Europa, sin mencionar, sin embargo, los servicios de cuenta corriente que favorecen a Estados Unidos por una suma similar, equilibrando el balance general. El acuerdo no cancela, sin embargo, la guerra comercial, porque tanto EEUU como la UE tienen, en principio, otras herramientas para poner en juego, como la manipulación de las tasas de interés y los tipos de cambios, así como las regulaciones no arancelarias y una política de subsidios que se cargarán también a los trabajadores. Algunas cuestiones decisivas, como el régimen impositivo que se aplica a las compañías tecnológicas norteamericanas en la UE, no han sido resueltas, a pesar de que figuran en lo más alto de la agenda de Trump y del Silicon Valley.
El carácter oneroso y usurero del acuerdo es la expresión de la supeditación del imperialismo europeo al norteamericano en el marco de una guerra, que es secundariamente comercial y preponderantemente militar. La UE depende del Pentágono para continuar la guerra de la OTAN contra Rusia, con el propósito de anexar económica y políticamente a Ucrania - decisiva para su supervivencia. El reconocimiento, por parte de Trump, de la soberanía de Rusia en Crimea y la legalización de los territorios ocupados, como propuso a Putin, ha sido y sigue siendo un artefacto explosivo en el riñón de la UE, que pagaría con creces los costos de ese enjuague. La posibilidad de un acuerdo Trump-Putin no ha quedado descartada, sin embargo, para la UE, por el acuerdo comercial que ha suscripto con Trump. La UE se ha declarado dispuesta a cargar con los costos del acuerdo tarifario con Trump y con los costos de la guerra contra Rusia, como le ha impuesto Trump. La UE se precipita a una crisis revolucionaria.
El acuerdo entre Trump y Von Der Layen no tiene forma escrita, de modo que todavía no representa nada. La envergadura de los compromisos contraídos no hace fácil convertirlo en un tratado comercial. En tanto que Trump podría ratificar por decreto (“orden ejecutiva”) el acuerdo (cuando sea conocido), Von del Layen necesita el apoyo de una mayoría de los 27 socios de la UE (y de los parlamentos respectivos) y probablemente del parlamento europeo. La entrada en vigencia del acuerdo, en estas condiciones, supondría que su aplicación deberá ser controlada, por ejemplo, en forma trimestral, como ha quedado establecido en el acuerdo EEUU-Japón. Esto significa un obvio riesgo de crisis prematura.
La oposición al acuerdo, en la UE, es bastante extendida. Aunque el primer ministro de Alemania saludó el acuerdo por su pretendida capacidad para frenar una guerra comercial, la Federación de la Industria de Alemania lo describió como “fatal” para “las economías entrelazadas de ambos lados del Atlántico”. La Asociación de la Industria Química denunció a quienes “por el temor a un huracán, están satisfechos con una gran tormenta”. Para el primer ministro de Francia, François Bayrou, “es un día negro cuando la alianza de los pueblos libres, que se han unido para afirmar sus valores y defender sus intereses, se resignan al sometimiento”. La extrema derecha en todas sus variantes salió a repudiarlo. El inglés Financial Times ha sido el crítico más voraz del acuerdo y de la UE, por no aplicar el sistema “anti-coerción”, aprobado por la UE en caso de guerra comercial, que prevé, entre otras represalias, el castigo impositivo contra las grandes tecnológicas estadounidenses. Las consecuencias del acuerdo debilitan por sobre todo a Alemania, que vuelve a quedar como el “eslabón más débil de la cadena imperialista”. El impacto del tarifazo es demoledor para su vapuleada industria de exportación; por eso, Alemania es la más dispuesta, en la UE, a ir a fondo en el camino de la militarización y la guerra. “Una Europa vulnerable, editorializa el Frankfurter Allgemeine, el diario de la burguesía alemana, no puede permitirse, por razones de seguridad, un conflicto comercial duro con Washington. Las potencias europeas necesitan tiempo para implementar la duplicación y triplicación del aprobado presupuesto militar”.
La Unión Europea ha dejado de lado, en el conflicto con Trump, su arma más poderosa, aunque controversial, como habría sido resistir la extorsión del imperialismo estadounidense por medio de un acuerdo con China. Hizo todo lo contrario: ‘trumpeó’ a China con un arancel del 30%, encima del actual 10% a la importación de automóviles eléctricos de ese país. Un diario comentó que la UE “reaccionó con extrema agresividad” contra China, porque pone en peligro la elevada, aunque menguante, participación de la industria alemana en el mercado chino. La UE no esperó al desenlace del conflicto de aranceles de EEUU con China, aun después de que Trump retrocediera en el tarifazo a Pekín ante las medidas de represalia tomadas por Xi Jinping. Alemania ha renunciado en poco menos de una década a sus dos ases: el gas barato ruso y, en consecuencia, el mercado de Rusia, y ahora el mercado chino. De nuevo, como hace casi un siglo, se ha puesto en el centro de las tormentas capitalistas, o sea la guerra, con menos ventajas que en el pasado.
La guerra comercial desatada por Trump es, por, sobre todo, una guerra contra los trabajadores de Estados Unidos. Al fin y al cabo, serán ellos los que pagarán los aranceles con los que Trump pretende cubrir el faltante que dejará la reducción de los impuestos a las ganancias y a la riqueza en el reciente presupuesto norteamericano; uno de los propósitos principales de los tarifazos internacionales de Trump es financiar la gigantesca deuda pública de Estados Unidos. Como ocurre con los volcanes, el sismo tiene su epicentro: es la decadencia del imperialismo norteamericano y del régimen internacional estructurado en torno a su moneda, su sistema financiero, su capital y su mercado. En estas condiciones, las nuevas tecnologías (la robótica y la Inteligencia Artificial) nacen directamente ligadas a una nueva guerra mundial, o sea como fuerzas destructivas. Estos son los recursos aplicados por Estados Unidos y el estado sionista en la masacre de Gaza y en el bombardeo de Irán, fuera de todo reglamento de guerra, y el que se pone en juego en la guerra de la OTAN contra Rusia.
Antes del 1 de agosto, el próximo viernes, Donald Trump deberá anunciar la guerra comercial contra Brasil, con aranceles del 50% al acero y con varias incógnitas para industrias decisivas como la aeronáutica – la compañía Embraer, con amplia penetración en segmentos del mercado norteamericano. Lula, apoyado por China y los BRICS, ha advertido que responderá con reciprocidad. El arancel externo del Mercosur, en tal caso, volará por los aires, lo mismo, potencialmente, el Mercosur como tal. Milei es una pieza funcional a esta destrucción. La guerra no tiene fronteras.
