Bolivia: el gobierno de facto busca continuismo

Escribe Jorge Altamira

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La crisis política en Bolivia ha ingresado en una nueva fase. La Presidenta de facto, Jeanine Áñez, que por alguna razón extraña insiste en añadir a su título el mote de “constitucional”, acaba de anunciar que se presentará a las elecciones previstas para mayo próximo, a la cabeza de un frente político.

A primera vista, la decisión buscaría superar la división de los partidos que se coaligaron para impulsar el golpe militar contra el gobierno del MAS, fragmentados ahora en cuatro candidaturas. Añez le ha arrebatado a Carlos Mesa, el principal rival de Evo Morales en las elecciones anuladas por el golpe militar, a dos de sus espadas fundamentales. Se trata, nada menos, que del intendente de La Paz y del gobernador de Tarija. Enfrenta a otros de su propio campo golpista, que no despegan en la intención de votos, como el cruceño Fernando Camacho, un fascista asumido, que ha logrado enganchar a su fórmula a un ‘cívico’ de Potosí, Marco Pumari, quien aceptó ir segundo, según los corrillos políticos altoperuanos, a cambio de un nutrido fajo de dólares. Otro candidato de la derecha es un ex presidente, Jorge Quiroga, también conocido como Tuto. Un sondeo anterior al anuncio de Áñez, la ponía en segundo lugar en la intención de voto, detrás del MAS, cuando tampoco éste había designado al suyo. Nada malo, al menos en principio, cuando el sistema electoral prevé la posibilidad de una segunda vuelta.

La candidatura de Áñez provocó la renuncia de Roxana Lizarraga, una belicosa golpista a cargo del ministerio de Comunicaciones. Lizarraga denuncia ahora que el Tribunal Electoral, encargado de legalizar candidaturas y supervisar los comicios, no es “imparcial”, que las elecciones no serán “libres” y que el gobierno de facto no ha sido “transparente”. Un anticipo de la maquinaria bélica que prepara Áñez para la batalla electoral. Áñez alega que “ha pacificado” el país y habilitado el tránsito del golpe a nuevas elecciones. Ha gobernado con la colaboración del MAS, que controla los dos tercios del Congreso, algo que también reivindica la bancada masista con el mismo argumento (mientras Evo coquetea desde Buenos Aires con las “milicias populares”). Si las elecciones previstas otorgaran mayoría parlamentaria al MAS y, en segunda vuelta, a la Presidencia a Áñez, esa colaboración podría repetirse – incluso reforzada. Esta posibilidad explica el recelo de la derecha, lo cual podría desatar nuevas crisis políticas y, eventualmente, el fracaso de la transición electoral. Áñez podría no contar con los votos del resto de la derecha, sea para asegurarse la llegada a la segunda vuelta, como luego en el ballotage. Su movida muestra, sin embargo, que busca disputar una parte del electorado al MAS. Áñez anunció un cambio de gabinete, que podría despejar el alcance de un giro político que aún se encuentra en fase embrionaria.

El proceso boliviano es instructivo, porque revela que el gobierno golpista ha gobernado ‘de facto’ con la colaboración política del MAS y de los ‘demócratas’ en general, que en el caso del ala que encabeza la jefa parlamentaria del MAS, Eva Copa, es aún más estrecho. Este pseudo régimen de ‘unidad nacional’, revela, por otra parte, que no se encuentran reunidas las condiciones para un gobierno militar ni menos para uno fascista. Los racistas blancos entienden la necesidad de una alianza con la emergente burguesía o pequeña burguesía boliviana.

Esta diferenciación política se manifiesta también en el MAS, donde Evo ha designado como candidato a Luis Arce, su ministro de Economía, con tránsito con las petroleras y mineras extranjeras y con el sector cooperativo (capitalista). El dedazo dejó afuera a las masas bolivianas, que no fueron convocadas a decidir por medio de asambleas. El sector indígena del MAS reclama el primer lugar de la fórmula para el ex canciller David Choquehuanca y no ha refrendado la nominación de Arce por parte de Evo Morales, lo cual pone en duda el voto indígena y campesino al MAS (La Nación, 24/1). Evo, García Linera y los bloques parlamentarios del MAS se entregaron al golpe sin atisbo de pelea, traicionando las movilizaciones de los sectores campesinos en numerosas localidades y de las masas indígenas de El Alto y Cochabamba.

La COB y la izquierda

En Bolivia, la izquierda se ha vuelto a repetir. En 1946 favoreció el golpe oligárquico contra el gobierno nacionalista de Gualberto Villarroel. El histórico POR, en especial, caracterizó la serie de choques que culminaron con la intimación militar a Evo Morales, como una rebelión popular anti-capitalista.

La burocracia de la Central Obrera Boliviana fingió, por un momento, una posición neutral, para luego saludar la acción militar que pidió la renuncia del gobierno.

En otros casos, por ejemplo el FIT-U, recién admitió que se consumaba un golpe cívico-militar de derecha cuando Evo fue expulsado. El aparato del PO caracterizó, dos semanas después de las elecciones cuestionadas, que el imperialismo pretendía que Morales “diera unos pasos atrás en el apoyo político de (sic) Maduro” (Prensa Obrera, 31-10). Mientras acusaba al POR de “golpista”, llamaba a la golpista Central Obrera Boliviana a convocar a “un congreso de bases”, para “delimitar(se) del gobierno explotador y capitulador de Evo Morales y de la derecha” – sin el menor llamado a luchar contra el golpe. ¡Un “congreso de bases” sin la menor referencia al golpe!

El PTS, un antiguo partidario de un partido de la COB, se refugió, por su lado, en la caracterización de que la ola golpista se limitaba a “asonadas policiales”, distintas de un golpe. El FIT-U de Argentina se declaró, en resumen, políticamente independiente en un escenario de golpismo derechista, lo que en este caso quiere decir “equidistante” del gobierno y la oposición golpista –y del golpe, como si las asonadas policiales no fueran ya golpismo. Es claro que no se debe confundir independencia política con “equidistancia”. La independencia política merece ese nombre solamente cuando apunta a tomar la dirección de la lucha contra el golpismo. Los que baten el parche con la necesidad de un partido revolucionario, en referencia, claro, a ellos mismos, no pasaron la prueba de la lucha contra la contrarrevolución en Bolivia.

[En Argentina ocurrió algo parecido, en 1955. Lo que se conoce como morenismo llamó a aceptar la renuncia presentada por Perón al Congreso, a finales de agosto, luego del sangriento golpe de junio, cuando fue bombardeada la Plaza de Mayo. Esa renuncia había sido pedida por la oposición gorila, en un breve período de pacificación convocado por Perón. Con este prontuario a cuestas, luego del golpe se presentó como “el único” que había “luchado” contra el golpe libertador].

En la tormenta

Tal como se presentan las elecciones anunciadas, no son de ningún modo una hoja de ruta a la democracia o al parlamentarismo, sino el prólogo explosivo de nuevas crisis y explosiones. La política de la izquierda debe partir de esta caracterización.

Bolivia es una bisagra en la crisis latinoamericana, donde la crisis política y la desorientación de los gobiernos, incentiva a las masas a emprender movilizaciones de carácter extraordinario. Lejos de anunciar un ‘ciclo de derecha’, luego de un fantasioso ‘ciclo de izquierda’, es la forma convulsiva con la que se preparan nuevas situaciones revolucionarias.

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