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Las declaraciones de Cristina Kirchner en el acto oficial por el 24 de marzo han levantado polvareda, principalmente, por su afirmación de que “así no podemos pagarle al FMI”. Algunos portales han asociado estas declaraciones a una nueva caída en el precio de los bonos argentinos. En las entrelíneas de esos mismos diarios, sin embargo, se señala que los especuladores ya “incorporaron” al degradado precio de la deuda argentina el escenario general
del país, signado por el agravamiento de la crisis pandémica, la penuria de vacunas y una crisis social galopante. Por los mismos motivos, el mercado financiero global sufre en estas horas desplomes similares.
Pero volviendo a Cristina, los derechistas escandalizados
omiten dos cuestiones. Primero, que en el propio discurso, la vice aseguró que “vamos a pagar”, y trajo a colación el largo derrotero de pagos de deuda que caracterizaron a los anteriores mandatos kirchneristas. Segundo, y más importante que lo anterior, es lo que Cristina no dijo, a saber, que el acuerdo con el FMI, en un sentido práctico, ya se firmó. En estos días, se reveló que el resultado fiscal del mes de febrero de este año ha sido “el más favorable de los últimos seis años” (Infobae, 23/3), esto, como resultado de una favorable evolución de los ingresos –fogoneados por las retenciones al agro- y un “menor ritmo de los gastos corrientes”, es decir, salarios y gastos sociales. En plena pandemia, con necesidades sanitarias urgentes, el gobierno “nacional y popular” está llevando adelante un severísimo ajuste. El presupuesto de vacunas, previsto en 143 millones de dólares, es irrelevante. El ajuste se va a profundizar con el sinceramiento
programado de tarifas, en cuyo ritmo –pero no en su orientación general- difieren por ahora Guzmán y Cristina-Kicillof.
Ayer, mientras CFK vociferaba, el FMI premiaba a la Argentina con una ampliación de casi 4000 millones de dólares de sus reservas, una cifra más o menos equivalente a los intereses que debe pagarle este año al mismo fondo. Contablemente, estamos ante una verdadera condonación de deuda, que no tendría lugar si la política económica no siguiera la orientación que exige el organismo: ajuste fiscal, desregulación de precios y tarifas, liquidación de los gastos pandémicos.
Recientemente, en estas mismas páginas, señalamos, en relación al lawfare y a las bravatas cristinistas, que “perro que ladra no muerde”. Ahora, ocurre lo mismo con las críticas sonoras al FMI y a Estados Unidos: el eje ordenador de la coalición gobernante –y de todo el régimen político- pasa por el acuerdo con el Fondo, y la pretensión de reanudar el financiamiento internacional a partir de allí. En las elecciones –a cuya demagogia van destinados los discursos de Cristina-el gobierno pretende un reforzamiento político, primero, con vistas al acuerdo, y, segundo, para avanzar en todos los aspectos antiobreros del acuerdo que ya se encuentran en marcha.
Las quejas y regateos de Cristina Kirchner, sin embargo, no dejan de poner de manifiesto una cuestión de fondo: lo que el régimen político considera su eje ordenador no es más que la compuerta hacia otra crisis: es que la deuda es sencillamente impagable, también, en su versión “refinanciada”. A partir de 2024, la acumulación de los vencimientos ya pactados con los acreedores privados, más las cuotas
que habría que pagarle al Fondo, superan entre un 50 y un 100% la capacidad de generación de reservas por parte de Argentina. Por eso, Cristina y Máximo Kirchner han iniciado un lobby para que el acuerdo con el FMi se prolongue de diez a veinte años. En previsión del carácter leonino que implicaría financiar esa prórroga, Cristina Kirchner reclamó ayer un “gestito” en materia de intereses. Lo que no podrá sortear, en ningún caso, es la colonización de la política económica a lo largo de una generación entera- esa sería la contrapartida necesaria de un arreglo a veinte años. En la agenda de ese conchabo, están una nueva reforma previsional y la reforma laboral. Esta agresión a las masas deberá tener lugar, sin embargo, sobre el campo minado de la catástrofe social dejada por el macrismo, primero, y la pandemia después. El capital internacional le baja el pulgar a la Argentina, no por las bravatas de Cristina, sino por el escenario explosivo que se avizora por delante.
Los “ladridos” de la vice son la excusa para que los agentes del gobierno en las organizaciones obreras miren para otro lado frente al ajuste fondomonetarista que ya está en curso. Ello, con el pretexto de que se estaría “preparando la resistencia”. Es necesario deliberar y preparar una lucha de conjunto por el salario mínimo que cubra la canasta familiar y jubilaciones y seguro al desocupado del 82% del mismo, junto con paritarias libres indexación de los salarios de acuerdo a la inflación.