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No importa si tocás en una orquesta o si tenés una banda de rock. Tampoco si el que te contrata es un privado o un organismo del Estado: siempre te exigen ser monotributista.
No hay contrato, ni trabajo, ni nada si no presentás “la factura” (o sí, a veces hay algo peor: trabajo ilegal, sin ningún tipo de documento, protecciones y con un dinero cobrado en sobre de papel madera).
Si sos miembro de un cuarteto, por ejemplo, y cerrás un show en un espacio cultural dependiente del Estado, tenés que facturar. Y si tocás en un teatro o un boliche, también tenés que presentar factura para poder cobrar el porcentaje que te toca de la venta de entradas. No hay escapatoria posible.
Hay algunos problemas obvios que traen este tipo de situaciones: por un lado, de ese cuarteto de músicos solo uno factura y, entonces, él es el único quien tiene aportes previsionales y para la obra social. Es él también quien podría presentar su condición ante la AFIP como una especie de “certificado de ingresos” para alquilar o realizar otro tipo de trámites. Pero, claro, todos esos “beneficios” son “buenos” en la teoría, nada más, porque en la práctica son parte de una realidad miserable: las jubilaciones son una lágrima, las obras sociales no funcionan como deberían y los alquileres son leoninos e imposibles de pagar.
Por otra parte, si una persona de la banda, orquesta, o grupo, factura por todos, el resto está completamente desprotegido. A todo ello se le suma un nuevo detalle: a esa persona que factura le impusieron un aumento descarnado, falto de solidaridad con la clase trabajadora a quien se la explota y encima se le cobra por ese “derecho” de ser explotado por las patronales.
Hay muchas cosas que se pueden decir sobre este aumento del 51% a la cuota del monotributo, pero, sin dudas, hay una anécdota que nos resume claramente de qué se trata todo esto: años atrás, cuando el ministro de Trabajo de la Nación era Carlos Tomada, realizaron una campaña desde el kirchnerismo para denunciar que el Grupo Clarín encubría “trabajo en negro” (sic) con monotributistas. Pero lo más irónico era que ese mismo Ministerio, el de “Trabajo”, también tenía empleados que para cobrar sus sueldos debían presentar facturas todos los principios de mes.
La precarización laboral existe en todo el país, en todas las áreas, en el mundo privado y en el público también. Existe en las pymes y en las multinacionales. Existe para el oficinista, el periodista, el científico, el albañil, el técnico, en comercios y, por supuesto, también en las famosas “industrias culturales” en las que estamos incluidos músicos y músicas y todos sus técnicos, iluminadores, sonidistas y el resto del equipo de trabajo que hace posible un concierto.
Por ello llamamos a la organización para recuperar el Sadem en manos de los verdaderos trabajadores de la música. Necesitamos un sindicato de lucha contra el abuso de las patronales. Basta de pagar para poder realizar nuestro trabajo.