Río Negro: el femicidio de Agostina Gisfman y las tramas mafiosas del Estado

Escribe Mali Quintillán

Tiempo de lectura: 4 minutos

Agostina tenía 22 años y una hijita pequeña, vivía en el barrio Villarino de Cipolletti. El 14 de mayo pasado fue vista por última vez en una rotonda de su ciudad. Bajaba de un auto y abordaba una camioneta.

Al día siguiente, su cuerpo calcinado fue hallado por personas recicladoras en un basural clandestino en la vecina la localidad de Centenario, Neuquén.

Once días después, la justicia pudo recolectar evidencias suficientes para ordenar la detención de dos hombres. Gustavo Chianese (56) acusado de entregar a Agostina a su femicida y Juan Carlos Monsalve (48), quien la habría secuestrado y asesinado el mismo día de su desaparición. La fiscalía considera que medió ´violencia misógina´ en su accionar. Las informaciones periodísticas y datos de la fiscalía dan cuenta de un crimen planificado por los dos detenidos y la posible participación de otras personas aún no identificadas.

Conocidos los nombres de los detenidos, comienza a salir a la luz todo un entramado de relaciones delictivas ligadas a la explotación sexual de jóvenes vulnerables en la localidad de Cipolletti y posiblemente en toda la zona.

Las declaraciones de la fiscalía y los reportes periodísticos han hecho de la difusión de aspectos personales de la vida de Agostina y su relación con sus asesinos el centro de las informaciones, pero se dice poco sobre la actividad delictiva de los femicidas que la policía y la justicia supuestamente desconocían. A partir de la detención de Chianese como entregador de Agostina, resultó que era de semi-público conocimiento que se dedicaba al proxenetismo y usaba como pantalla su gomería. El mismo hijo de Chianese publicó en medios periodísticos una carta diferenciándose de su padre y dando información sobre el tipo de persona que es y las razones por las cuales él y su familia cortaron todo vínculo hace años.

Todo el mundo sospechaba de las actividades de este miserable menos la policía que, evidentemente, siempre lo dejó actuar libremente.

Los audios entre los femicidas de Agostina -que se han hecho públicos- dan cuenta, sin necesidad de ser investigador, que en la zona opera una red mafiosa de sicarios y proxenetas que actúan con absoluta impunidad.

En la ciudad de Cipolletti existen numerosos antecedentes. En 1993 fue asesinada Janet Opazo, que suele ser considerado el primer caso de una larga lista que, en 30 años, suma cerca de 20 femicidios, todos impunes o con sentencias que no dan cuenta de todo el entramado delictivo que intervino en cada caso. Esta es la ciudad del triple crimen en 1997; de las hermanas María Emilia y Paula Gonzales y su amiga Verónica Villar; la ciudad del crimen de la bioquímica Ana Zerdan en 1999, la kinesióloga Diana del Frari en agosto del 2001; del segundo triple crimen en 2002, cuando tres mujeres fueron asesinadas en un consultorio de análisis clínicos; Dora García asesinada por su hermano, a quien había denunciado por violencia; Micaela Schwarz en 2015. Cipolletti es también la ciudad ligada a la muerte de Otoño Uriarte en 2006, quien desaparece en Fernández Oro, pequeña población satélite de Cipolletti y en donde se han registrado otros femicidios y delitos que también se mantienen impunes.

Voces en ese sentido se oyen en las marchas que organizaciones sociales han llevado adelante pidiendo justicia por Agostina y castigo a sus asesinos. Voces contra la impunidad de todos los femicidios ocurridos en Cipolletti y la permanente sospecha respecto de la actuación de redes de trata ligadas a los prostíbulos de la denominada “ruta del petróleo”.

A casi un mes del femicidio los medios empiezan a hablar de la posibilidad de que Agostina fuese víctima de explotación sexual. Se investiga la veracidad de algunas declaraciones que afirman que la joven no contaba con medios para comunicarse sin intermediarios, declaraciones sobre determinadas relaciones de la víctima y también el modo en que se desarrolla el intercambio de mensajes y audios entre los asesinos e inclusive cómo fue planificado el femicidio, es decir un contexto de explotación sexual. Sin embargo, hasta el momento, no es esta la pista que sigue la justicia.

La provincia tiene una larga historia de desapariciones que se mantienen impunes y que incluye a trabajadores y jóvenes; el trabajador golondrina Daniel Solano, el taxista Carlos Painevil, el policía Lucas Muñoz, el joven Atahualpa Vinaya, el triple crimen contra los pibes del Alto en Bariloche, Coco Garrido en El Bolsón… la lista es extensa y la policía siempre sospechada de complicidad junto al poder judicial que actúa con lentitud o equívocos pocos creíbles.

Sin duda el femicidio de Agostina es una manifestación más de ese entramado mafioso entre el poder policial y judicial para sostener la impunidad en cada caso.

Las mujeres pobres, las mujeres vulnerables, son las víctimas dilectas de esas mafias y las depositarias de la violencia de clase, agigantada por la descomposición social de este régimen capitalista. Por ello es necesario desarrollar una lucha pidiendo justicia por cada víctima y también contra toda la miseria a la que estamos sometidas las familias trabajadoras.

La lucha de justicia para Agostina y para todas las victimas de femicidio requiere que las mujeres seamos protagonistas en la lucha contra la violencia y la opresión del Estado. Organizarnos, debatir, exigir, para dar una salida a la demanda de la población trabajadora en general en su lucha contra los ataques del estado.

¡Justicia por Agostina y todas las victimas! ¡Cárcel a sus asesinos! ¡El estado es responsable!

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