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No sería la primera vez que las Paso se anticipan a las elecciones generales en el desarrollo de una crisis política. Eso ya ocurrió en 2015 cuando anticiparon la derrota de Carlos Zannini-Aníbal Fernández en la provincia de Buenos Aires y, por derivación, la de Scioli en las presidenciales de ese año. Mayor impacto tuvieron las Paso en 2019, porque la diferencia abismal entre la fórmula de los Fernández y la que encabezaba el entonces presidente Macri, provocó la corrida cambiaria final, que obligó a establecer un cepo al mercado de cambios y la reestructuración forzosa (‘reperfilamiento’) de la deuda pública.
Es lo que vuelve a ocurrir para las Paso de septiembre próximo, aunque esta vez se trata de elecciones parlamentarias. En el caso de JxC la crisis tiene características terminales; por eso se escucha con frecuencia la necesidad de preservar ‘la unidad’. La división viene desde el desplome del gobierno de Macri, cuando un bloque numeroso del anterior oficialismo reclamó la integración de algunos sectores peronistas al gabinete y se discutió fuertemente la posibilidad de que María Eugenia Vidal reemplazara a Macri como candidata presidencial de JxC. La división no hizo más que acentuarse con el tiempo. No solamente por la necesidad de limpiar el prontuario de la gestión gubernamental del macrismo, sino para tomar distancia también de lo que, Correo y espionaje mediante, puede terminar caratulado como “una asociación ilícita”. La crisis de JxC está estrechamente vinculada al derrumbe de Trump y al desbande político que afecta a sus seguidores en América Latina, como son los casos de Bolsonaro y el colombiano Duque, y en cierto modo también el chileno Piñera. La camarilla que rodea a Macri, los famosos “Ceos” que manejaron su gobierno, es una agencia de los fondos internacionales, que deja de lado los intereses de un sector más amplio de la burguesía. La necesidad de un distanciamiento de la ‘patria financiera’ se ha hecho más imperiosa por la crisis humanitaria que ha desatado la pandemia. Este choque al interior del capital alcanza al gobierno de Biden, que se ha impuesto un plan para reconstruir la infraestructura física y social de Estados Unidos, que no cuenta con el apoyo de los fondos que gestionan carteras de acciones, así como de títulos públicos y privados, lo que plantea al Estado incrementar el gasto fiscal y la recaudación impositiva. Es una verdadera necedad la insistencia de los medios kirchneristas en que las fracciones de JxC son “todo lo mismo”, lo que traduce una incomprensión de los realineamientos políticos que impone la bancarrota capitalista.
La interna ‘cambista’ se ha convertido en un auténtico gallinero político, porque la crisis del Pro ha despertado las aspiraciones políticas soterradas del radicalismo, de la Coalición Cívica, y ahora de la banda de ignorantes que ha usurpado el rótulo de “libertarios” – la marca del anarquismo obrero histórico. Los impulsores de la interna -Larreta, la UCR- ven en ella la oportunidad de reordenamiento del espacio y del encolumnamiento de la derecha en una lista única. El experimento tiene lugar en la provincia de Buenos Aires, con el convencimiento natural de que una victoria aquí y en la Ciudad le permitiría ganar la sucesión presidencial dentro de dos años. Más allá de esto, el impacto inmediato sería la aceleración de las presiones del FMI para imponer el plan económico de los fondos internacionales, y en el plano político forzar, eventualmente, una escisión en el gobierno, y la declinación del kirchnerismo. JxC ha tenido en el pasado dos internas exitosas, cuando Larreta se impuso a Michetti y la segunda vez a Martín Lousteau, sin dejar ‘heridos’ en el camino. No es necesariamente lo que ocurriría ahora: privados, por una derrota en las Paso, de posar como alternativa política, el bloque Macri-Patricia Bullrich podría boicotear a JxC en las generales de noviembre y arrastrar a un parte del electorado ‘republicano’ en esa aventura. Tendríamos un principio de atomización ‘a la peruana’, que se vería reforzada en caso de que se repitan las abstenciones que se manifestaron en las elecciones recientes en Misiones, y que se vaticinan para el domingo próximo en Jujuy.
Todo parece indicar que el FdT no tendría internas e iría unido a las Paso – unido pero astillado. En Jujuy y Salta va dividido a las elecciones provinciales, y esto podría repetirse en otros distritos. El FdT no esconde, de todos modos, sus diferencias, en especial con relación a las negociaciones que lleva adelante Guzmán con el FMI. El Senado, bajo la batuta de CFK, votó que el acuerdo con el FMI se sometiera a las exigencias de Argentina, porque los préstamos del organismo a Macri fueron “políticos”; luego planteó que la emisión de la moneda virtual del FMI que corresponde a Argentina fuera de libre disponibilidad. Enseguida vinieron las divergencias sobre el aumento de tarifas de electricidad. Se formó un bloque interno, apodado “25 de Mayo”, que ha llevado las diferencias al tema de la Hidrovía, para la que exige la estatización. Los disidentes, es cierto, no sacan los pies del plato y están dispuestos a tragarse cualquier sapo, incluso las nuevas condenas contra Milagro Sala, donde el gobierno privilegia sus acuerdos con el gobernador Gerardo Mórales. De todos modos, la aparición de Randazzo constituye una escisión, que podría complicar las mayorías parlamentarias a las que aspira el oficialismo.
“Este no es nuestro gobierno”, profieren numerosos 'todistas'. Las encuestas ya advierten una deserción de los votantes del Frente de Todes por la crisis económica y la crisis pandémica, pero es posible que exprese también un ‘voto castigo’ del kirchnerismo ‘duro’ contra el bloque de Alberto Fernández, Martín Guzmán y Sergio Massa.
En lugar de internas, la disputa en el FdT tendrá que ver con las candidaturas. El kirchnerismo quiere obtener una cuasi mayoría en Diputados, que acompañe al Senado en varias cuestiones que se encuentran empantanadas, con un lugar especial para los casos que se ventilan en los Tribunales. Las diferencias en el FdT tampoco son ‘particulares’, como insisten los medios. Los kirchneristas admiten que necesitan recomponer un financiamiento externo y para ello valorizar la deuda externa que reestructuraron el año pasado. En este sentido son fondomonetaristas. El ajuste del gasto fiscal, como exigen los fondos internacionales, se ha hecho a costa de jubilaciones, prestaciones sociales y salarios, que pueden calificarse como un golpe de estado contra los trabajadores. Pero la inmensidad de la crisis social, de un lado, y el desequilibrio de todas las variables económicas, inhabilitan una política de libertad comercial. El intervencionismo económico del gobierno de los Fernández apunta, sobre todo, a contener una rebelión popular, no a un movimiento de oposición al capital financiero. Todos los ‘controles’ K tienen el propósito de evitar una lucha generalizada de masas por el salario, las jubilaciones y las prestaciones sociales. Una parte de la burguesía y de la ‘opo’, e incluso dentro del FMI, apoyan un compromiso con un intervencionismo limitado. Es una posición que arrancó desde el colapso económico del gobierno macrista.
La inestabilidad de este intento precario de equilibrio está demostrada por el aumento de la carestía, de un lado, y de la presión devaluatoria del peso, del otro. En una economía ‘globalizada’, la tendencia a llevar los precios a nivel internacional es dominante, con la excepción, claro, del precio de la fuerza de trabajo. Esta tendencia se acentúa por la suba de los precios de exportación. Por esta razón, la inflación de precios en Argentina tiene un largo recorrido por delante. La capacidad de contrarrestar esta tendencia mediante la revaluación internacional del peso, como lo intenta Guzmán, no tiene aire. La señal de la banca central norteamericana de que incrementaría la tasa de interés de EEUU, ya ha provocado aumentos de ella, por ejemplo por parte de Brasil, para evitar la salida de capitales. Los Fernández no tienen una interna, pero sí una situación social y económica explosiva, que les va a privar de muchos de los votos de 2019. El triunfalismo con que el gobierno recibió el compromiso con el Club de París para postergar el pago de vencimientos de deuda, se vació enseguida, cuando Argentina fue desalojada del índice de cotizaciones de títulos de Mercados Emergentes, hacia los Mercados Marginales o Parias. Este giro ya tiene un impacto en la cotización paralela del peso.
Se avecinan semanas de crisis políticas en todos los espacios. Las Paso no serán la antesala administrativa o legal de las elecciones generales, sino un episodio político fundamental de la crisis y el condicionante de lo que ocurra en noviembre. Pueden dejar un espacio atomizado o polarizado. No solamente depende de las maniobras y negociaciones para cerrar filas que se desarrollan en la actualidad, dependen también del impacto del resultado de estas negociaciones en el campo rival. Si JxC se compactara, el FdT cerraría filas en defensa del gobierno; si ocurriera lo contrario, el impacto centrífugo se generalizaría.
La papeleta del voto no tiene la capacidad para resolver la gran crisis presente, ni cualquier otra crisis, por caso, pero tampoco puede evitar convertirse en una caja de resonancia de los conflictos entre las clases, por un lado, y de la crisis de orientación de cada una de ellas, del otro. Gran parte de las decisiones de las fuerzas capitalistas en presencia se ven condicionadas al resultado electoral. En este sentido se busca convertirlas en un plebiscito, pero los resultados bien pueden agravar el impasse actual y provocar una crisis de régimen político. Es que tomada en su conjunto, la situación argentina reúne muchas características de un estadio pre-rebelión popular – en consonancia con lo que ocurre en América Latina. La pandemia ha expuesto a la luz, con independencia de la mirada que tengan unos u otros, una fractura histórica del capitalismo en declinación, como se ve en la velocidad con que ha crecido la pobreza a nivel mundial, la total inadecuación de los sistemas sanitarios e incluso el régimen emergencial que se tuvo que aplicar para las vacunas, o sea un grado insuficiente de investigación y experimentación. Varios países que, vacuna mediante, declararon clausurada la pandemia y la crisis humanitaria, como Israel, Gran Bretaña o Chile, han retornado al 'lockdown' en distintos grados.
La fuerza más representativa de la izquierda electoral, nos referimos al FIT-U, enfrenta la circunstancia de las Paso en un estado de crisis y dispersión, luego de una década de existencia errática. La disputa por los lugares de las candidaturas para cada organización, es instructiva. De un lado, refleja que no es un canal de movilización, ni siquiera de inquietudes entre los luchadores, como en parte sí evidenció en los primeros cinco años de existencia. Nadie pelea entre el primero y segundo lugar de una lista cuando tiene la expectativa de una avalancha de votos, basada en su crecimiento militante y en la concientización de un número creciente de activistas obreros y populares. Lo más importante es, sin embargo, que aborda las elecciones desde una política electoralista, cuando debía transformarla en una disputa propagandística de poder. Hace mucho tiempo que la izquierda no advierte, entre las líneas de fractura del régimen capitalista, una perspectiva revolucionaria. La crisis al interior del Partido Obrero ha sido la expresión de la confrontación entre estas perspectivas políticas contrastantes.
Las publicaciones de las organizaciones reunidas en el FIT-U exudan en expectativas de recibir el voto descarte – no un voto político relativamente consciente, sino lo que se da en llamar ‘otra opción’. Es la expectativa que animaba a los derechistas ‘libertarios’, que se han resignado a meter violín en bolsa y participar en el reñidero de gallinas de JxC. El FIT-U no tiene un plan para intervenir en la crisis política que despunta en las Paso, ni siquiera a nivel de tentativa, a pesar de que tiene publicaciones diarias y hasta dos veces al día. Cuando se pone en marcha una experiencia frentista en la izquierda, sería razonable esperar que los participantes influyan recíprocamente entre ellos o, alternativamente, produzcan escisiones principistas, como consecuencia de los debates de las posiciones en presencia. La mediocridad, primero del FIT y luego del FIT-U se revela en que no ha ocurrido una cosa ni la otra – la pelea faccional y los choques de aparato están a la orden del día más que nunca. Incluso operan como factor de división en los sindicatos y en el movimiento universitario. Es cierto que aquí han producido novedades, al anudar una alianza con el centro-izquierda en Sociales, para disputar, con planteos academicistas, cargos en los departamentos de la facultad.
En este cuadro, el PTS y el MST se han pronunciado por internas abiertas de “toda” la izquierda, en tanto el PO oficial e Izquierda Socialista sostienen que se debe llegar a un acuerdo sin pasar por ellas. Si esta divergencia es consistente, no se aprecia en los hechos, porque no se exponen diferencias de programas, políticas, tácticas o simplemente ideas; sería una puja por cargos. Quienes, en el FIT-U, rechazan unas Paso con el pretexto de no mostrar las divisiones frente al electorado, están haciendo algo peor – muestran en la disputa actual, que es pública y conocida, que los guía el apetito del cargo, no la clarificación política. También tienen miedo a sí mismos, o sea que en unas Paso se les suelte el cable de la política faccional y conviertan los debates en un bochorno, como ya ha ocurrido.
Nuestra Tendencia, convertida en Partido Política Obrera a los fines de legalización electoral, ha evitado, con enorme cuidado, abordar la crisis del FIT-U, en la cuestión de las Paso, desde un ángulo auto-proclamatorio. Somos la corriente que, antes desde el PO y en el PO, y ahora como Tendencia, más ha trabajado la cuestión de la Estrategia de la Izquierda – dicho de paso, un libro publicado hace treinta años. Desde esta posición abogamos por una Paso de la Izquierda, en el entendimiento de que ella sería un factor clarificador para la clase obrera. En 2018, respondimos en forma positiva a una propuesta de formar un partido único de la izquierda, en línea con las resoluciones votadas en 2004 por un Congreso para “refundar la IV Internacional”. Tomamos el resguardo de que no fuera una unión administrativa sino el resultado de un debate de, al menos, un año; de someter el debate a la votación de un Congreso; y de defender el derecho de Tendencia en la organización, que no es lo mismo que postular un partido de tendencias, o sea un movimientismo que rehuye a la acción. El aparato oficial del PO rechazó hace tres años la propuesta del PTS y la nuestra, presentada en el PO, y ahora propone un Congreso del FIT-U en dos semanas, lo cual es un caso vergonzoso de bochorno político.
Las expulsiones masivas producidas por el aparato del PO y la decadencia del FIT-U como experiencia política frentista modifica los escenarios precedentes. El debate en unas Paso, al menos de nuestra parte, es cómo desarrollamos en el marco electoral una pelea de poder de parte de la clase obrera. No dudamos del interés inmenso que producirá en la clase obrera y más allá de ella. Este método llevará a una crítica del parlamentarismo izquierdista, orientado a producir efectos impactantes en el electorado, en lugar de utilizar la tribuna del Congreso para desarrollar una consciencia de clase e impulsar la acción directa de las masas. No abordamos la cuestión electoral desde una autoproclamación, pero tampoco desde el doctrinarismo. Trabajar un programa en consonancia con la experiencia política es lo más alejado del dador de lecciones.
La Tendencia ha hecho un esfuerzo militante enorme para conseguir la legalidad, o sea apelar al pueblo, en una situación de aislamiento social preventivo. Quiere decir que hemos advertido a tiempo, pese a todo, el lugar de estas elecciones en la crisis política.