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Comparadas con el ‘maleconazo’ de agosto de 1994, las demostraciones de protesta en numerosas ciudades de Cuba el lunes pasado, incluida La Habana, se diferencian de aquel acontecimiento en aspectos fundamentales.
El “maleconazo” tuvo lugar en el llamado “período especial”, cuando Cuba quedó marginalizada económicamente como consecuencia de la disolución de la Unión Soviética y el pasaje inmediato del gobierno de Rusia y las restantes repúblicas a camarillas pro-capitalistas. Bajo la dirección política de Fidel Castro, el gobierno cubano comenzó a discutir entonces la legalización del dólar y la posibilidad de un acuerdo internacional con Bill Clinton. Recién comenzaba a desarrollarse el esquema de zonas económicas exclusivas para la instalación de capitales internacionales, que prosperarían más tarde, hasta cierto punto, y los acuerdos para exploraciones petrolíferas en el mar Caribe. Uno de los primeros en hacer punta de lanza en este terreno fueron los capitales brasileños – Odebrecht, Petrobras – bajo el comando de Lula da Silva. Los acontecimientos de estos días, por el contrario, se han desarrollado en el marco de una definida apertura al capital internacional y una privatización generalizada de la actividad económica. El Financial Times (7/2/21) lo puso, hace cuatro meses, en estos términos: “El gobierno planea también poner fin a los subsidios a algunas compañías estatales, incluso si esto las lleva a la bancarrota”. Las manifestaciones anti-gubernamentales en cuestión ocurren en el marco de una transición hacia definidas relaciones capitalistas, que busca emparentar con los procesos de China y en particular Vietnam.
“Solamente en los últimos meses, escribía el FT en febrero pasado, los negocios privados han obtenido el acceso a los mercados mayoristas y el permiso para importar y exportar, aunque deben usar a compañías estatales, y puede asociarse a capitales extranjeros. Una ley largamente prometida que les garantizaría el status de compañía y las pondría a la par con otros actores económicos en materia de derechos, todavía está pendiente de concreción”. En mayo siguiente, el mismo diario señalaba que “La lista de negocios privados permitidos se ha expandido en forma significativa” (2/5).
Con este horizonte estratégico, el gobierno consumó la unificación monetaria de los pesos cubanos en circulación (el peso convertible y el peso a secas), mediante una devaluación del 2.400% frente al dólar. El tipo de cambio, sin embargo, se desvalorizó aún más de los 25 pesos previstos – pasó de 1 a 1, a 50 y 70 pesos por dólar. La inflación resultante ha sido enorme. La desvalorización ha afectado el patrimonio inmobiliario, en especial en La Habana, donde las transacciones de viviendas se han incrementado, en el caso del vendedor, para fugar dólares al exterior. La unidad monetaria, con todo, está lejos de alcanzarse, como lo demuestra la persistencia de las Tiendas Especiales, a las cuales no tiene acceso el común de los cubanos, donde se venden mercancías extranjeras en divisas. El propósito número uno de cualquier devaluación es unificar el tipo de cambio y liberarlo, al menos hasta cierto punto, para crear un sistema único de precios internos. Esto no se ha alcanzado, a pesar del costo enorme que ha significado la devaluación. Las Tiendas Especiales han sido, en muchos casos, uno de los objetivos de ataques de los manifestantes, porque representan el régimen de desigualdad y privilegios que reina en Cuba desde hace casi treinta años. El gobierno ha evitado proceder a una liberación cambiaria, aunque limitada, por el temor razonable a desatar una híper-inflación. El citado Financial Times advertía, ya en febrero, que la inflación había “gatillado protestas públicas, a pesar de los grandes aumentos de salarios y pensiones”. La revuelta se viene incubando desde hace tiempo. John Kavulich, el presidente del Consejo Economía y Comercio EE-UU-Cuba, declaró que Biden “tiene que creer que la administración Díaz-Canel es seria en el propósito de reestructurar la economía. La única vía para demostrarlo es sufrir (o aguantar, JA) los dolores de la transformación”. El planteo es un llamamiento a someter la rebelión popular – no para “defender la Revolución”, sino para acabar con ella definitivamente.
La irrupción de la pandemia ha agravado considerablemente el escenario económico, pues se cortó el flujo de divisas del turismo. También agravó el cuadro sanitario. Puso de manifiesto, por sobre todo, una crisis profunda de régimen social. En el primer año y medio de pandemia, aproximadamente, el número de contagiados y fallecidos ha sido comparativamente bajo, pero esto cambió súbitamente. La pandemia dejó en evidencia una sub ejecución de los presupuestos de salud, medicamentos y atención médica. Esto ha provocado un desabastecimiento generalizado de remedios para toda clase de dolencias. En cambio, ha subido en gran proporción el subsidio a inversiones en turismo – el manantial principal de divisas para Cuba. El cierre del país al turismo fue levantado el mes pasado, precisamente cuando se difundía la novedad de las nuevas variantes, en especial la delta. La curva epidemiológica subió en forma brusca. Como Larreta o Kicillof, y como todos los gobiernos del mundo, el gobierno de Cuba se asoció a la “presencialidad” turística, siempre motivado por las divisas, o sea por el negocio dominante en la Isla. Que ha puesto de manifiesto que la atribución de todos los males a la circulación del virus es manifiestamente arbitraria cuando el régimen vigente impulsa negocios que juzga imprescindibles sin atender a las consecuencias de esta ‘apertura’ sobre esa circulación.
La pandemia ha puesto sobre el candelero, de nuevo, la cuestión del turismo, que es defendido como fuente de dinero y recursos financieros. Pero ese mismo turismo es, al mismo tiempo, un fuerte desvío y un freno en el desarrollo de las fuerzas productivas. Nada indica que haya impulsado la industrialización de Cuba. Por de pronto, ha creado una dependencia formidable de alimentos importados, que se transan precisamente en función del turismo, y ha frenado el desarrollo de la agricultura cubana. Aunque parcialmente privatizada, la agricultura está fuertemente encuadrada por el Estado, que le vende insumos y compra toda su producción; es un sector que lejos de ser beneficiado por incentivos es objeto de un fuerte ajuste. Es todo un tema en discusión que los gobiernos cubanos hayan privilegiado la acumulación de capital mediante la asociación con el capital internacional en detrimento de la pequeña burguesía agraria o incluso la burguesía media. Pero el carácter parasitario de la elección es incuestionable. El recurso al turismo para financiar la atención de la pandemia, no es sólo una contradicción en términos, sino que es el fruto de decisiones estratégicas bien anteriores a la irrupción del coronavirus, que apuntan a una restauración capitalista de características propias – sui generis.
Las protestas por los larguísimos cortes de luz, la falta de medicamentos, las largas colas para adquirir productos varios tienen un carácter inevitablemente político. Los ataques a las Tiendas dolarizadas son la expresión de una consciencia del carácter de clase de la crisis. Las protestas responsabilizan al gobierno por todos los desastres señalados, de ningún modo ignorando que Cuba es víctima de un largo bloqueo criminal. Lo que saben también es que el bloqueo no ha afectado, sin embargo, el nivel de vida de la burocracia dominante y sus familias, ni la apetencia para convertirse en propietarios privados o los gerentes de esos propietarios. Esa burocracia ha elegido ‘luchar’ contra el bloqueo con los métodos propios de una restauración capitalista, bajo su control, o sea mediante un largo armisticio con el capital internacional. En las condiciones del bloqueo se ha producido y se produce aún más una diferenciación social cada vez más rápida. Toda protesta colectiva es subjetivamente política, en mayor o menor medida, para quienes la protagonizan, ni qué decir para el gobierno, que reconoce enseguida el desafío a su dominación. Otra cosa es que las masas que protestan no tengan un programa político alternativo ni una organización que encarne ese programa. Pero la posibilidad de que esas limitaciones la conviertan en masa de maniobra de una alternativa reaccionaria depende de la lucha de las fuerzas en presencia. La principal de ellas, el gobierno y el partido comunista de Cuba, son abiertamente restauracionistas – así lo han puesto en la nueva Constitución. La otra es el gusanismo cubano, con gran influencia en el Senado y la política de Estados Unidos. Con las contradicciones del caso, incluidos choques violentos, la burocracia, de un lado, y los agentes directos del imperialismo, del otro, representan una tendencia hacia el capitalismo. La crisis, amplificada por la burocracia, acentúa la presión que encarna la ‘prosperidad’ de la potencia imperialista sobre una isla corroída por todas las carencias.
En Cuba es necesaria una oposición comunista - que se proclame como tal y actúe como tal, en base a un programa. Cuba necesita un programa de transición que haga una crítica radical a la política oficial y dé una respuesta a las masas para la crisis actual, con capacidad para movilizarlas en base a reivindicaciones sociales y políticas. Solamente de este modo se podrá comprobar en la práctica la vigencia abierta o soterrada de una consciencia revolucionaria, y ofrecer un campo de acción. También de esta manera solamente, las demostraciones y protestas en Cuba se podrán reconocer a sí mismas como parte de las rebeliones populares que se desarrollan en América Latina.
A diferencia de lo ocurrido recientemente en Bielorrusia, las manifestaciones ocurridas en Cuba no han llegado al nivel de un movimiento de masas, ni ha reconocido una dirección política, que en aquel caso obtuvo casi el 80% de los votos en elecciones generales objeto de un gran fraude. Lo cierto es que no se volverá a una tregua de treinta años como después del “maleconazo”. América Latina se encuentra en las vísperas mismas de una gran crisis internacional, como consecuencia del bloqueo al reconocimiento de Pedro Castillo como presidente electo de Perú. Toda América Latina – el mundo mismo – enfrenta un bloqueo internacional, fundamentalmente de parte de Estados Unidos, en materia de insumos para la producción de vacunas. La crisis en Cuba debe ser caracterizada en este escenario internacional.