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Las últimas cuarenta y ocho horas han sido muy instructivas para entender el significado de la campaña electoral. Por un lado, las calles y los puentes de acceso a la Ciudad fueron sacudidos por piquetes y marchas en reclamo de trabajo y alimentos. Hoy, por parte de organizaciones sociales opositoras –ayer, por la Tupac Amaru de la oficialista Milagro Sala. Hace una semana atrás, el Polo Tendencia había recibido al nuevo ministro de Desarrollo Social con una fuerte movilización, sólo días después que el triunvirato Cayetano debiera ganar la calle con una marcha masiva. Es que la campaña electoral tiene como telón de fondo a una crisis social histórica, que las estadísticas apenas pueden mensurar. Los relevamientos no solamente señalan un 45% de pobres -indican, además, que otro 20% de la población se encuentra al borde de caer en esa condición, como resultado de la precariedad laboral o la situación habitacional deficitaria. El gobierno responsabiliza a la “pandemia” de este desastre social, como si la pandemia no hubiera sido el escenario de una definida orientación confiscatoria contra los explotados: Los gastos sociales –incluyendo los salarios de la salud o la educación, se han desindexado, acumulando una pérdida del 15% frente a la inflación real. Pero mientras tanto, la deuda pública, que el ministro Guzmán renueva y acrecienta todos los meses, se indexa religiosamente. El gobierno ha consumado un ajuste fiscal feroz.
En este escenario, la campaña electoral oficialista ha elegido un modo particular de darle la espalda a esta crisis: Cristina-Alberto-Massa-Kicillof se han largado a una saga de actos autocelebratorios. Con una claque de intendentes y funcionarios que aplauden, los jefes del Frente de Todos se reparten elogios recíprocos en un escenario, y desparraman recuerdos de los anteriores gobiernos kirchneristas. Para el FdT, el hablarse a sí mismo cumple varias funciones. Por un lado, gambetear a la crisis social actual, agravada por su propia gestión. Por el otro, es una forma de disimular las disputas de camarilla que oponen a unos contra otros. En las circunstancias concretas del Olivosgate, la autoproclamación ha servido también para “cuidar a Alberto”, un propósito sobre el cual han llamado la atención los fondos internacionales expuestos a la deuda pública argentina y, desde ya, el propio fondo monetario. Después de todo, y si se precipitara una crisis de gobierno, los amigos o ex amigos de Macri carecen de la condición política para pilotear el derrumbe capitalista de la “república”. Hasta nuevo aviso, quien deberá ponerle el gancho al acuerdo con el FMI es el actual anfitrión de Olivos.
Por primera vez, la fraseología de los extensos actos oficialistas ha traído a colación al Fondo Monetario Internacional. Fernández lo recordó a Néstor por “plantarse frente al Fondo”, naturalmente, sin entrar en detalles. Es que la “patriada” de Kirchner consistió en pagarle hasta el último dólar al organismo, en la expectativa de dar un paso para recomponer el crédito internacional, o sea, el reendeudamiento. Ahora ocurre algo parecido: en la jerga oficial, “sacarnos la mochila del Fondo” significa acordar la refinanciación de la deuda de 44.000 millones que tomó el macrismo, y que sirvió para financiar la fuga de capitales de los fondos amigos de Macri-Caputo. Ahora, el acuerdo que Guzmán pergeña con el FMI consiste en transferirle esa deuda al pueblo argentino con carácter vitalicio, y colocar como garantía de su pago a una reestructuración social reaccionaria –aumento de la edad jubilatoria, reforma laboral. Aunque Alberto y Cristina desplieguen bravuconadas verbales en los actos de campaña, saben muy bien que marchan a este acuerdo colonial cuando pasen las elecciones. Pero los escenarios de campaña están montados sobre un polvorín, como lo demuestran las calles casi todos los días. La indignación popular por “la foto de Olivos” sólo puede explicarse por ese telón de fondo explosivo. ¿Cómo puede impactar este cuadro de conjunto en los resultados electorales? Para Política Obrera, ello sólo puede verificarse mediante la experiencia, a través de una agitación dirigida con fuerza a la clase obrera, a los barrios, a las escuelas, a los hospitales, para que la inquietud política crezca y madure con la misma fuerza con la que crecen las luchas.