Escribe Katerina Matsa
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A raíz del debate suscitado en nuestro correo de lectores y redes sociales acerca de la posición frente al consumo de drogas y su legalización, reiteramos el presente artículo, publicado como editorial de Prensa Obrera el 3 de septiembre de 2009.
Su autora, Katerina Matsa, es psiquiatra, directora de la Unidad de Drogadependencia «18 ANO» del Hospital Estatal de Salud Mental de Attica, Atenas, y miembro del Comité Central del Partido Revolucionario de los Trabajadores de Grecia.
En la medida en que un número cada vez mayor de jóvenes de todos los países del mundo se vuelcan al uso de drogas psicotrópicas de todo tipo, se plantea la pregunta crucial: ¿qué hace que estos sensibles jóvenes jueguen a esta ruleta rusa, en una obsesión mortal que se repite diariamente con todos sus costos y que los lleva a perder su propia esencia humana a través de un doloroso proceso? Muchas razones, que actúan en muchos niveles (psicológico, económico, político, social), empujan a los individuos más desesperados, usualmente durante la adolescencia temprana, a buscar una vía de escape a su insoportable rutina personal a través del uso de una droga psicotrópica, iniciándose con cannabis o alcohol, o con ambos.
La búsqueda de experiencias nuevas y sensaciones intensas, imitar a sus pares, la curiosidad, el fácil acceso a las drogas, la atracción de lo prohibido y lo peligroso, la necesidad de provocar al conservadurismo de la familia y la sociedad: todos estos factores pueden jugar un papel para que el o la joven decidan consumir una droga. Pero para que una persona se vuelva adicta no es suficiente con probar. Se necesita consumir sistemáticamente la droga, en un proceso que tiene sus raíces en la necesidad imperativa de «escapar» de una realidad insoportable (personal, familiar y social), la cual es una fuente de malestar que lo condena a una vida sin sentido. En estas condiciones, las drogas funcionan como «un vehículo de escape», que aparece como «una solución» a sus problemas insolubles. Por lo tanto, la decisión personal de consumir drogas es producto de un impasse, de la incapacidad de la persona para encontrar alguna otra salida para su crisis, cayendo progresivamente en la adicción como un modo de vida definitivo.
El consumo de drogas y la adicción se han convertido en una necesidad artificial (llamada «neonecesidad» por los psicólogos). Desde este punto de vista, la adicción parece una caricatura de la evolución de la civilización humana en dirección de la construcción de «neonecesidades» en lugar de las necesidades humanas reales, es decir: del desarrollo de su potencial, de su creatividad y de la comunicación interactiva con el otro, humano y naturaleza.
Como plantea Marx en los Grundrisse, en tanto el dinero es la necesidad imperativa que funciona como coagulación de todas las relaciones humanas, las necesidades de muerte dominan los deseos y necesidades de vida. Una necesidad de vida es la necesidad de interacción, de comunicación con los otros (no sólo de información sino, sobre todo, de experiencias), de creación colectiva dentro del devenir social. Sólo en este contexto puede desarrollarse la personalidad humana, integrada y sentimentalmente madura, para poder lograr su autonomía como ser social, para llegar a constituir la individualidad social libre de la sociedad comunista. La autonomía y la libertad personal sólo pueden existir dentro de una comunidad liberada, a través de la emancipación humana universal y la más alta conciencia de la necesidad natural y de su trascendencia histórica.
La «neonecesidad» de droga – una necesidad compulsiva, artificial y que consume al individuo– , viene a destruir toda otra necesidad y deseo, bloqueando la comunicación de experiencias con otros seres humanos, condenando al consumidor de drogas al extrañamiento del otro y al de su propio yo, de sus propios sentimientos, de la capacidad de expresar su potencial en la vida social y cultural, de buscar y encontrar el verdadero significado de una vida completa como sujeto en la historia.
El efecto de la droga perturba la conexión necesaria entre el sujeto y el mundo objetivo, el diálogo necesario entre el ser humano y la naturaleza. Frena la necesaria acción social, no sólo durante el momento de consumo de la droga. Es un proceso de cambio del funcionamiento del individuo en el mundo, un proceso de total extrañamiento y destrucción de la subjetividad.
En el presente período histórico, con el individualismo, el consumismo, el cinismo, el pesimismo y el extrañamiento que conforman las principales características de la decadente civilización capitalista, reproducidas por la ideología dominante, el proceso de subjetivización y socialización de una persona está bloqueado, ya que el lazo social humano ha perdido todo significado y está quebrado. Este proceso de aniquilación se convierte en fuente de un inmenso dolor físico, que torna al individuo vulnerable, inseguro y dependiente de sus padres o de los otros importantes, viviendo en un estado de continua chatura, insatisfacción y un sentimiento de vacío interior que persiste psíquicamente, incluso si el individuo consume grandes cantidades de bienes de todo tipo.
El consumo de drogas representa su continua búsqueda de todo lo que falta en su vida, de toda fuente de satisfacción, de todos los medios de liberarla o liberarlo del sufrimiento, el dolor y la soledad. Las drogas, fetichizadas desde los medios masivos de comunicación y la narcocultura dominante, se presentan como la «salida» de una realidad infernal en lo personal, familiar y social. Toman gradualmente el lugar de «todo lo que importa» en esta vida miserable. Un sustituto artificial que reemplaza a la vida con su simulacro y, más allá, a la militancia política con la apatía política y la indiferencia social, evitando toda forma de lucha contra la pobreza, el desempleo, la represión, la inequidad social y la miseria. El síndrome a-motivacional, característico del consumo continuo de cannabis, es un ejemplo del aspecto político del problema, pues da forma a una vida alejada de cualquier tipo de interés en la política y en la vida real. Esta es una cuestión crucial para una juventud que enfrenta problemas vitales como el desempleo, la pobreza y la agresión. Vivir en el mundo artificial de las drogas permite que las clases dominantes tengan el camino libre para tomar cualquier medida de austeridad y violar todos los derechos democráticos, políticos y sociales de la juventud sin temer reacciones serias. Pero además del aspecto político del problema, está el aspecto económico. Las drogas son una fuente de inmensa riqueza, una mercancía que los capitalistas desean ver ingresar al mercado capitalista.
Por esta razón, Milton Friedman, el Papa del neoliberalismo y mano derecha de Pinochet, realizó una campaña junto al semanario conservador británico, The Economist, a favor de la legalización de las drogas. Lo que importa para la clase dominante es el sagrado mercado capitalista y sus leyes. La legalización de las drogas, según Friedman, transformará a las drogas en una mercancía como cualquier otra, con las consiguientes ganancias legales y los consiguientes impuestos legales.
Lo que se omite en este argumento es que se trata de una mercancía tan particular, con tanta demanda desde todas las zonas del mundo, que es imposible controlar la poderosa economía en negro que funciona codo a codo con la economía legal.
El ejemplo más obvio es el tamaño inconmensurable del mercado negro de cigarrillos en todo el mundo, totalmente imposible de controlar. En relación al conocido argumento de que la legalización involucra sólo drogas para consumo personal, hay dos cuestiones cruciales a plantear: en primer lugar, en casi ningún caso se consume una droga sola. El principal fenómeno de nuestra época es el consumo de múltiples drogas (politoxicomanía). ¿El consumo de cuántas drogas se legalizará? ¿En qué cantidad? Segundo, una parte constitutiva del proceso de consumir drogas es el acto de iniciación, el acto de intercambiar. «Consumo personal» existe sólo cuando alguien se inicia en el consumo, durante un muy breve período, ya que toda droga psicotrópica se caracteriza por la necesidad de aumentar continuamente la dosis personal (lo que científicamente se conoce como «tolerancia»), lo que lleva al consumidor a buscar inevitablemente dosis mayores, así como otras drogas para lograr un efecto de «estupefacción».
Al hablar de acción psicotrópica, debemos hacer hincapié en que la mayoría de los casos de adicción se ven precedidos por el uso simple y sistemático de la droga, ya que la adicción no es una enfermedad en el sentido médico del término. Constituye un fenómeno social multifactorial, que crea determinado modo de vida, de pensamiento, de funcionamiento y de comportamiento.
Si tomamos el ejemplo de Holanda, donde el consumo personal de cannabis está permitido en lugares especiales (los ‘coffe-shops’), podemos observar claramente la impasse de la aplicación de un status de legalización de las drogas. Es bien sabido que Holanda se ha transformado en el mayor mercado de drogas (heroína y cocaína) de Europa. Más aún, quizás el consumo de cannabis se encuentre bajo control, ¡pero el consumo juvenil de otras drogas psictrópicas como las anfetaminas (éxtasis, etc.) ha aumentado! Y finalmente, pero no menos importante, Holanda es un país en el que la política de «un instrumentalismo gerencial», que otorga la mayor importancia a los costos y a la eficiencia, es al mismo tiempo una política de estricto control social por parte de las autoridades, que colocan bajo la vigilancia de los servicios sociales a los inmigrantes, la juventud, las familias «problemáticas» y a todo «sospechoso» de desviación de cualquier tipo, con el fin de «normalizar» el comportamiento de acuerdo a las «reglas sociales» de esta sociedad unidimensional en crisis.
¿Vale la pena luchar por este tipo de vida?
Además, el uso de toda droga, inclusive de las «blandas» como el cannabis, puede producir problemas psiquiátricos serios (inclusive de tipo psicótico). Es interesante que la junta editorial del conocido diario británico The Independent se haya disculpado el año pasado con sus lectores por haber realizado durante muchos años una campaña a favor de la legalización de las drogas, mientras que la investigación científica demostró que el uso sistemático, incluso de drogas «blandas», está interconectado en la mayoría de los casos con trastornos psiquiátricos.
Indudablemente, es peligroso e incluso catastrófico plantear como contrapropuesta a la legalización, la desastrosa y reaccionaria política de penalización. Pero es igualmente peligrosa la lógica que subyace a la política de despenalización y legalización. Es la lógica «gerencial» de un complejo fenómeno social que se expande en un contexto de malestar social generalizado, que tiene sus raíces en la actual crisis social y cultural del capitalismo. Lo que se presenta como «radical» es, en realidad, muy conservador, porque propone medios legales para «escapar» a las contradicciones sociales y conservar la apatía social y política. En nombre de los «derechos individuales» y particularmente bajo el pretexto del «derecho a disponer libremente de tu cuerpo», la falacia neoliberal y/o centroizquierdista oculta un problema con raíces profundamente sociales y lo manipula para introducir un mecanismo de control social de los oprimidos en condiciones de crisis sistémica, al mismo tiempo que cultiva el individualismo y la apatía, la adaptación al status quo.
Contra la reaccionaria política de penalización y represión de los adictos, así como contra la manipulación liberal y demagógica del problema social de la adicción a las drogas mediante su legalización y perpetuación en beneficio del dominio capitalista, necesitamos una política realmente radical y emancipatoria, de comunidades terapéuticas basadas en una filosofía revolucionaria y una práctica de liberación social, apoyada por un gran movimiento social y popular contra el sistema capitalista, responsable de generar la presente tragedia humana, que incluye la tragedia de nuestros hermanos y hermanas atrapados en la adicción a las drogas. Nuestra experiencia de dos décadas de lucha continua en la comunidad terapéutica de «18 ANO», en el Hospital Estatal de Salud Mental de Attica, brinda señales optimistas en esa dirección.