Escribe Marcelo Ramal
La Iglesia, la patria exportadora y la burocracia al rescate de los Fernández.
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Si es cierto que “Cristina ganó la pulseada” con Alberto Fernández, entonces el armado del nuevo gabinete retrata cuál es la orientación del kirchnerismo para salvarse a sí mismo y al gobierno “de Todos”. El elenco ministerial es un rejunte de figuras desgastadas que recorrieron a todos los gobiernos K, con algunos hilos conductores muy claros: el Pejota, la gran patronal agraria e industrial, la burocracia sindical y el clero. En el tablero, quedó atornillado Martín Guzmán, el intermediario con los fondos internacionales y el FMI.
El nuevo jefe de gabinete, el tucumano Manzur, surgió como propuesta de la propia Cristina. En el pasado reciente, trascendió, entre otras cuestiones, por la política furiosamente hostil a la mujer y a la interrupción del embarazo, con casos tristemente famosos en su provincia. En el plano político más general, fue uno de los arquitectos del acuerdo entre Macri y los gobernadores pejotistas que viabilizó la reaccionaria reforma previsional del 2017. Otro de los que asoma en la lista de los “nuevos” funcionarios es Julián Domínguez, el ex ministro de los K a quien se atribuye el “acercamiento de posiciones con el campo” después de la crisis de las retenciones, en 2009. El Consejo Agroindustrial Argentino, que el año pasado recibió el apoyo de CFK a su plan “agroexportador”, ya saludó su designación. Como Manzur, Domínguez es un activo militante de la Iglesia y el Vaticano. Según informó el periodista Diego Genoud hace un mes atrás, las figuras de Domínguez y Aníbal Fernández fueron arrimadas al gobierno por el burócrata Pignanelli, del SMATA.
El “tridente” principal de los nuevos ministros lo completa Aníbal Fernández, un viejo protagonista de los episodios represivos más salientes de las últimas dos décadas, desde Kosteki y Santillán hasta Mariano Ferreyra. Luego, Daniel Filmus, el eterno vocero de las reformas educativas del Banco Mundial en los gobiernos peronistas, ha sido ubicado en la cartera de Ciencia y Tecnología.
En los últimos días, se afirmaba que Alberto Fernández había considerado, al menos como posibilidad, el armado de un bloque de gobernadores, la burocracia sindical y los movimientos sociales para rearmar su gobierno, incluso aceptando la dimisión de los ministros kirchneristas. Pero este bloque de fuerzas no le dio sustento a Alberto –la bajada de pulgar tuvo lugar cuando el Chino Navarro, por pedido de los gobernadores, levantó la marcha que había previsto para el miércoles pasado en apoyo al gobierno. Sin embargo, el gabinete pejotista -clerical se terminó consumando, solo que inspirado por la otra vereda - por la jefa del golpe palaciego. De un lado, Alberto Fernández ha sido reducido a la condición de un espectro. Del otro, Cristina ha entregado al gabinete a un elenco de viejos amigos del capital y la reacción política. Bien mirado, el nuevo
gobierno es una junta de síndicos destinada a administrar un gobierno en ruinas. En las últimas horas, los voceros del FMI ya han advertido sobre las “escasas garantías” (Infobae, 18.9) que la situación argentina ofrece para un acuerdo. Las “garantías” deberán otorgarse de aquí a marzo, incluso con relativa independencia del resultado electoral.
Mientras pergeñaba al gabinete, Guzmán, el “inamovible”, desplegaba una maniobra monetaria para utilizar los 4.300 millones de dólares de derechos de giro cedidos por el FMI como respaldo de una emisión de pesos equivalentes. Con esos recursos, el gobierno espera financiar las medidas “excepcionales” de carácter salarial, jubilatorio o social a desplegar en estos dos meses de campaña. El término “excepcional” no es gratuito, pues se trata de bonos o adicionales que no alteran el núcleo de la miseria social o previsional. Vallejos, en sus famosos audios, había planteado la derogación de la “fórmula de mierda” (sic) que ajusta las jubilaciones. Pero su gobierno la sostendrá a muerte, mientras apaga el incendio con un bono misérrimo.
La mayor de las ingenuidades o imposturas de estos días es la versión de que la derrota electoral - “el mensaje de las urnas”- debía llevar al gobierno a “escuchar los reclamos” jubilatorios o salariales. Cuando un gobierno o una corriente del capital sufre un revés político, se dirige en primerísimo lugar al capital, no a las masas. El nuevo gabinete es un intento por recobrar el crédito de los agroexportadores, de la Iglesia y de los intereses capitalistas que se articulan en torno de los gobernadores pejotistas. El FMI, por su parte, ha consentido la emisión excepcional que llevará adelante en estas horas el gobierno, para facilitar el tránsito al acuerdo que tiene, en sus gavetas, a la reforma laboral y a la reforma previsional. Si una nueva derrota electoral no lo deglute, el gabinete Manzur-Guzmán-Domínguez –Fernández tendrá que pilotear ese acuerdo, y dar cuenta de sus consecuencias explosivas. La clase obrera no puede ser convidada de piedra en esta crisis: organicemos un congreso obrero, que establezca un programa, un plan de acción, y una perspectiva de poder propia para los trabajadores.