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El 7 de septiembre pasado, Bolsonaro amenazó con un golpe de estado, al convocar a sus huestes a rebelarse contra la Justicia y el Parlamento. El agro negocio lo acompañó con bloqueos de camioneros por buena parte del país. Dos días, asesorado por el golpista Michel Temer, ex vicepresidente y ex presidente, escribió que “Nunca he tenido intención de agredir a ninguno de los Poderes”.
La asonada bolsonarista, inspirada en el golpe ejecutado por Trump en el Capitolio norteamericano, fue resignificada como un ‘malentendido’ por algunos pocos. El presidente del Congreso, Arthur Lira, mencionó que: “Todo lo que pasó y fue ´fuera del guion´, lo podemos enmarcar como el fervor de la política, la emoción del momento”. Por su parte, para el presidente del Senado, Rodrigo Pacheco, la carta era “una señal positiva de Bolsonaro” y “cumple con lo que espera la mayoría de los brasileños”.
El 12 de septiembre, diversos partidos y movimientos políticos de derecha salieron a la calle contra Bolsonaro. La manifestación fue convocada por el Movimiento Brasil Libre (MBL) y Vem Pra Rua. Contó con la participación del gobernador de São Paulo, João Doria, Ciro Gomes del Partido Laborista Democrático (PDT), partidarios del Partido Comunista de Brasil (PCdoB) y las principales centrales sindicales brasileñas, con excepción de la CUT.
No contó con la participación del PT ni del PSOL porque según los presidentes de ambos partidos, “nao fomos invitados”. Para la presidenta del PT, Gleisi Hoffmann, “necesitamos reunir el campo democrático y construir juntos. “Lo principal es esto. No es una adhesión, sino un camino conjunto”. Asistir al evento hubiera sido dinamitar al PT y a la CUT en un par de horas, pero resalta la falta de iniciativa de ambos.
El ex presidente, se presenta a la burguesía “criolla” como “unificador”. En vísperas del 7 de septiembre lanzó un comunicado público donde denuncia que “en lugar de unir fuerzas, estimulan la división". Lula juega un juego conocido: “hay 2022”.