Tiempo de lectura: 6 minutos
La entrevista a Myriam Bregman en Clarín (5/11) es, para decirlo de alguna manera, imperdible. Con conceptos modestos, expone una concepción política.
Al interés de los periodistas por su “primer proyecto” en el Congreso, “Me parece” (sic), responde la candidata del FIT-U, “que hay que hacer un plan integral contra la violencia de género”, luego de haber denunciado que “han crecido muchísimo los femicidios”.
Tenemos aquí el reiterado planteo de “las políticas públicas”, a las que recurren desde los gobiernos hasta el Banco Mundial, en este caso de parte de “la izquierda que se une”, que dice también, sin embargo y en forma reiterada, que “el Estado es responsable”. La violencia contra la mujer, desde el ámbito familiar y laboral hasta la trata, no tiene salida por medio de “políticas públicas”. Menos todavía si quien las impulsa no combate también el consumo de “estupefacientes”, un estimulador de la violencia, en especial contra la mujer.
Las “políticas públicas” son a la erradicación de esta violencia, lo que los módulos asistenciales son para los adictos a los estupefacientes: un ´control de daños´. De lo que se trata, en cambio, es de ir a la raíz, o sea a eliminar el régimen de explotación, servidumbre y violencia social, que es el capitalismo. La familia es, bajo el presente régimen social, un espacio de reclusión privada; su socialización requiere abolir la apropiación privada de la riqueza social. Para todo esto es necesario luchar por la organización independiente y combativa de la mujer, en primer lugar contra la violencia en el ámbito directo del capitalismo, el laboral y el social, empezando por la igualdad de derechos laborales y sociales. Pero esa organización independiente y combativa es necesaria en particular, para luchar contra la discriminación y la violencia contra la mujer en la clase obrera, en las familias obreras y en las organizaciones obreras. Esa lucha es del interés histórico de toda la clase y la condición misma de la unidad integral de los trabajadores. De lo contrario, la violencia contra la mujer es utilizada por el capital y el estado para penalizar a los sectores más atrasados de la misma clase obrera. La defensa del código penal, sin considerar la lucha de clases entre explotadores y explotados, es sin ninguna duda reaccionaria.
Con relación a “Qué propondrá respecto a la inflación, los precios y el dólar”, la respuesta de Bregman no es menos significativa. En primer lugar, porque responde que “el gobierno demostró que no enfrenta a los sectores de poder”. Para la candidata del frente “anticapitalista”, el gobierno no sería entonces una representación activa del capital y del capitalismo en su conjunto. “Al gobierno”, insiste la candidata, (los sectores económicos) lo ven muy débil con los poderosos, muy blandito”. Es lo que dicen Fernanda Vallejos y Cristina Kirchner, que se consideran a sí mismas por encima de las clases sociales. Myriam Bregman expone en este caso mucho más que una posición circunstancial – es una concepción política e histórica, reñida con el socialismo más elemental. Planteos semejantes pavimentan la colaboración de clases.
“Yo en el Congreso voy a llevar esa demanda…, sigue Bregman... el control popular de los precios”, y denuncia que “la CGT y las organizaciones sociales ligadas al gobierno... (no) se movilicen para defender... el bolsillo de los sectores populares”. El “control popular de los precios” es una consigna vacía y, peor, distraccionista. Ningún control es real si no significa una violación del principio de la propiedad privada en su base misma – los lugares de trabajo. La ejecución de este planteo conlleva una cuestión de poder, el gobierno de los trabajadores. El estado capitalista está lleno de regulaciones de mercado, en especial en un período de crisis violentas y sistémicas, incluidas las nacionalizaciones parciales. El propósito de estas regulaciones es contener la anarquía de mercado y explosiones de mayor amplitud. Se pueden citar infinitos ejemplos de esto, pero en los últimos días los diarios recordaron el control de precios furioso establecido por el fascistoide Nixon, en 1972, luego de la declaración de inconvertibilidad del dólar.
Para concluir su posición sobre este punto, Myriam Bregman plantea que “La primera medida contra la inflación es que ninguna jubilación, ningún salario puede perder contra la inflación. Es proteger el bolsillo popular”. En apariencia inobjetable, esta respuesta olvida que las jubilaciones y los salarios han perdido ya mucho contra la inflación, de modo que estabilizarlos de aquí en más es avalar una gigantesca confiscación económica. De otro lado, el ajuste de ingresos por inflación será contestado por el capital con más inflación, de modo que esta reivindicación plantea un conflicto de poder, que Bregman omite o ha preferido no abordar. Pero en esto consiste una adaptación democratizante al capitalismo y al estado – no abordar los conflictos de poder.
Como en un ´in crescendo´ de acomodos y dislates, Bregman asegura lo siguiente: “Yo creo que las dos grandes coaliciones que vienen gobernando los últimos años no tienen ningún proyecto político que enamore”. Tal cual, un lenguaje políticamente ´inclusivo´. Lo repite textualmente dos veces más, enamorada de su giro literario. Esta definición de los partidos del empobrecimiento inédito de los trabajadores y de la defensa política y violenta de la servidumbre asalariada, no es solamente una aberración: explica toda la costosísima campaña electoral del FIT-U a favor de un ´proyecto´ que sí ´enamora´. No es, por cierto, la mejor representación ideológica de la guerra de clases en desarrollo, ni decir de la que se avecina.
“Desde el Congreso”, responde Myriam Bregman a otra pregunta, “hay que garantizar el derecho a la manifestación porque es un derecho, además de legítimo, legal y constitucional”. Aunque más de uno no lo advertirá, este planteo judicializa el derecho a ganar la calle, porque en el orden actual, la determinación de la constitucionalidad sólo cabe al Poder Judicial. Bregman lo sabe, claro. Su planteo intenta ´suavizar´ la defensa de los piquetes, frente a los ataques brutales que reciben los trabajadores que se defienden y que luchan por ese medio. Para eso lo deforma. El derecho a ocupar calles, empresas, colegios y oficinas, o a organizar piquetes, es un derecho de clase contra el capital. “Desde el Congreso”, como ocurre en Estados Unidos, podrían reglamentarlo, para prohibir, ´constitucionalmente´, sus aristas más combativas – como limitarlo a una vereda, un carril o un tiempo limitado. El mismo propósito de quitarle el filo clasista a la lucha se evidencia cuando la candidata dice que se cortan las calles porque no hay respuestas. Ofrece, con este método, una salida al conflicto, cuando el acento debe ser puesto en transformar las luchas en un movimiento general. ¿O la izquierda no reclamaba, antiguamente, claro, romper el aislamiento de las luchas?
El final de esta entrevista no es menos sino más clarificadora que todo lo visto hasta aquí. Una ´inquietud´ reiterada de los medios políticos y mediáticos patronales es si la izquierda está dispuesta a “negociar”, que es cómo entienden la función mediadora del parlamento en oposición a la lucha de clases. La candidata del FIT-U por CABA responde: ´Of course´ – “no hay problema con quién hablas”. “Lo mostramos, prosigue, con la ley del aborto... para pelear hasta el último voto”. ¿Cree Bregman, realmente, que la ley salió por un lobby en el parlamento; que persuadieron a los remisos con argumentos? Para lo único que sirvió el lobby fue para estampar el slogan de la “sororidad”, o sea la colaboración de clases en el campo del feminismo. Los treinta años de lucha consiguieron todo, ciento por ciento. El lobby engendró una criatura reaccionaria, la hermandad entre mujeres del campo de los explotadores y el de las explotadas, promovida por la ´Izquierda´. Hace unos años, la biblia del capital financiero, The Wall Street Journal, llamó a los republicanos a acompañar las reformas de género, en un editorial, porque de lo contrario perderían las elecciones por mucho tiempo frente a los demócratas. El oportunismo político no es sinónimo de persuasión sino de conveniencia de clase.
Bregman promete seguir por ese camino, como ocurrió con la ´rezonificación´ de Boedo, ´charlada´ con Leandro Santoro, o el voto al sionismo, también ´charlado´ con los jefes legislativos de Todes y Juntes; o los quórums en Chaco, ´charlados´ con Capitanich. Sólo para citar los casos más relevantes. El “no importa con quién hablas” de Bregman es una justificación de esos episodios consumados. La respuesta de la candidata no es la que daría un partidario de ejercer la “oposición socialista”, o sea sistemática, al estado y régimen capitalista. Los interlocutores de Clarín recibieron una respuesta ´positiva´. El partido bolchevique había establecido una resolución para los casos en que por necesidades o conveniencias circunstanciales, debía dejarse momentáneamente de lado esta oposición para votar en forma favorable algún proyecto de la oposición burguesa liberal en la Duma: no era suficiente el acuerdo del bloque parlamentario bolchevique – debía tener la aprobación del comité central. Como se ve, incluso para la más elástica de las actividades humanas, la política, los socialistas parten de los principios.