Los “marginalistas” económicos, Sigmund Freud, el trosco-liberalismo y las drogas

Escribe Matias Melta

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Si algo quedó claro en torno al debate que ha suscitado el consumo de drogas, es que los partidos trotskistas de Argentina se han pasado a una posición anti-socialista sobre el tema, para adoptar el planteo liberal. Para el liberalismo, en la época de su decadencia, el individuo es soberano de sus decisiones y por lo tanto goza de la libertad de drogarse, del mismo modo que lo hace con el consumo o la inversión. El concepto de “utilidad”, que aplica a las iniciativas económicas, lo llevaría a distinguir ente el consumo dañino de la droga y el “consumo recreativo”. Estaríamos ante un caso de “eficiencia marginal”, cuando la inversión de una unidad adicional de capital o, en este caso, el consumo adicional de estupefacientes, deja de producir el beneficio esperado y se convierte en pérdida financiera, en un caso, y toxicidad, en el otro. Para el primero, la salida es el concurso de acreedores; para el segundo, esa salida sería, al menos para la fracción oficial del PO, “la salud pública”. El aparato desplaza un poco el eje de la “recreación” a la sanidad mental. “Nuestros” trotskistas explican la droga como lo hacía la escuela utilitaria o marginalista en economía, es decir los tatarabuelos de Mliei. Este panorama en la izquierda representa más que un retroceso teórico; es una bancarrota política.

La necesidad, bajo el capital, la genera el mercado, no el individuo. En este caso, los cárteles de la droga, entrelazados con los bancos y el Estado. La necesidad existencial, o sea la superación de la alienación del ser humano, no encuentra mercancía en las góndolas, sino en la política revolucionaria. El núcleo del debate de la droga es la sustitución de la política revolucionaria por el consumo recreativo. Es verdad que otro mercado, el mercado de los votos, sufre la influencia del mercado recreativo. Y los “trotskistas” en cuestión jamás se perderían un voto.

En relación a la ciencia médica, la posición liberal carece de sustento, sea de derecha o de izquierda. La afirmación de la medicina es concluyente: la primera vez que una persona utiliza una droga, ésta produce en el cerebro un aumento masivo de dopamina y serotonina. Como esta falsa sensación de satisfacción no se vuelve a repetir nunca, el usuario busca reproducirla con dosis crecientes. La tendencia a la adicción brota del cuerpo y el cerebro del consumidor.

Freud y los “quitapenas”

En relación al entramado psicológico que hace al consumo de drogas, Sigmund Freud, consumidor él mismo, hace más de 90 años derribó la falacia de la droga como mero “trampolín” al placer, como defienden los trosko-liberales. En “El malestar en la cultura” clarifica, básicamente, que es imposible que en este mundo el ser humano se guíe por el principio del placer porque lo llevaría a él y a sus pares a la destrucción en todo sentido. Hay, aclara, una forma fantasiosa de intentar lograrlo: “la intoxicación”. Citando: “Bien se sabe que con la ayuda de los 'quitapenas' es posible sustraerse en cualquier momento de la presión de la realidad y refugiarse en un mundo propio, que ofrece mejores condiciones de sensación. Es notorio que esa propiedad de los medios embriagadores determina justamente su carácter peligroso y dañino. En ciertas circunstancias, son culpables de la inútil dilapidación de grandes montos de energía que podrían haberse aplicado a mejorar la suerte de los seres humanos”. Casi 100 años después, con el capitalismo en una fase de descomposición, estas palabras toman sentido mayor.

Si utilizamos el ejemplo de otras sustancias como el alcohol o los opioides, el hecho de que sean legales no ha servido de nada para frenar el espiral descendente psicológico y corporal que producen. La soja genéticamente modificada es legal, lo que no impide que sea cancerígena, porque aplica glifosato. El Congreso de Brasil aprobó la semana pasada la autorización del uso de productos cancerígenos, textualmente, en una ley, siempre que sea en cantidades módicas. El hecho ha provocado un enorme escándalo y corre riesgo de un veto judicial.

Los socialistas no son los ambulancieros del capital. Nuestro lugar es el de ser parteros de otra historia.

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