Gabriel Campanario (Campa)

Escribe María Negro

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A principios de los ’90, el entonces proyecto de Ley Federal de Educación rebeló a la comunidad educativa. En San Martín, eso se visualizó en un incremento monumental de activistas que, en esa experiencia de debate y movilización, pasaban de su condición “independiente” a las filas de los partidos de izquierda.

Decenas de estudiantes de los colegios secundarios más importantes del distrito, se incorporaron a la juventud del Partido Obrero. Gabriel Campanario (Campa), con apenas 16 años, fue parte de la primera camada de estudiantes del colegio Tomás Guido que se incorporaría a la lucha revolucionaria, junto a Lisandro Suriano, Ángel Caruso y Pablo Viñas. En pocos meses organizaron la agrupación El 38, que disputaría a la dirección del PJ el centro de estudiantes en el año 93, ganándolo al año siguiente. La agitación sobre el colegio, el debate y la movilización, hicieron que ese pequeño grupo de compañeros (con Carlos Frígoli y Miguel Bravetti en la dirección) fueran quienes incorporaran a esas decenas de jóvenes que mencionamos, entre las que me incluyo. La actividad de Campa, dentro y fuera del colegio, era incesante.

Su avidez por formarse políticamente la desarrollaba fundamentalmente desde la organización y la seguridad, tareas indispensables en nuestro partido, donde el valor de la confianza en el compañero debe entenderse en los frágiles hilos de la lucha de clases, donde se nos puede jugar la vida. Campa era y fue, siempre, con todas las diferencias que se pudieran discutir, un hombre del partido.

Ya en el año ’96 formó parte del grupo de compañeros que comenzaban a organizar a los desocupados de los barrios del distrito, en un proceso previo al gran movimiento piquetero que estallaría luego del Argentinazo. Fueron, precisamente, las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001 las que tendrían a Campa como un compañero indispensable en las tareas organizativas de la movilización, en el auxilio de compañeros, en la seguridad de la columna -pequeño dato, si entendemos que fue una jornada con más de 30 muertos. Esa imagen de Campa, arriba o debajo de una camioneta, ayudando a los compañeros, iba a repetirse durante una década, sin cesar. En el desalojo de Brukman, en Sasetru, en el Puente, en la asunción de Duhalde, en las ANT. Ya fuera en las actividades centrales, o en las actividades regionales, en los Pic Nic, en los congresos; desde la organización central del Partido, Campa estaba ahí, conociendo al detalle el territorio, los conflictos políticos que se desarrollaban, los espacios más frágiles donde era preciso no sacar la atención.

Las presiones políticas, las diferencias no saldadas -nuestras propias crisis no fueron gratis para nadie-, las otras presiones, las de este tiempo de un régimen muerto, tenían a Campa por fuera de la organicidad, pero, insisto, sin que dejara de ser jamás un hombre del partido.

Con nada más que 46 años, ese hombre que se formó por tres décadas como un revolucionario, fue a trabajar doble turno a una fábrica el pasado lunes, y se desplomó en su puesto de trabajo.

El capitalismo ha matado a mi hermano, a mi compañero, al hombre que me cuidó, al niño con el que jugué, al padre que no alcanzó a ser, al tío de mis hijos, al hermano de sus hermanos, al amigo más bondadoso de sus amigos, al compañero más querido, sin discusión, por los que lo lloran sin haber tenido la suerte que me ampara el dolor.

Estas son las cosas que no se pueden ni pensar en escribir, pero le debo tanto.

Hermano mío, compañero Campa, gordo, acá se acostumbra a decir Hasta la victoria, pero yo creo que has ganado con creces el derecho a descansar en paz, la victoria será un día, sin ningún lugar a dudas, y te lleva bien adentro.

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