Rusia: el crimen sin perdón de la burocracia restauracionista

Escribe Jorge Altamira

Nota publicada en Prensa Obrera, 09/09/2004.

Tiempo de lectura: 5 minutos

Continuamos con la publicación de los artículos escritos por nuestra corriente en las décadas del 90 y de la primera de este siglo, acerca de la guerra de Rusia contra Chechenia. Pretendemos establecer la línea política que une aquellos escritos con la presente guerra de alcance mundial entre la Otan y Putin.

No fue la impericia de las tropas rusas ni una bomba accionada accidentalmente lo que provocó la masacre en Osetia del Norte y la matanza sin precedentes de centenares de niños. Lo dijo Putin con posterioridad al crimen: que no negociaría nunca con nadie, es decir, ni siquiera si el precio a pagar son más de 300 vidas.

El corresponsal de El País en Moscú informaba (7/9) que los corresponsales de Izvestia (diario moscovita) habían dicho el sábado (o sea, el 4) “que habían visto signos de que se preparaba un asalto”; los mismos corresponsales afirmaron, luego, que “no hubo ninguna explosión al principio, sino que primero comenzó un tiroteo de fusiles automáticos cada vez más intenso”.

El domingo, el mismo corresponsal español había dejado constancia de "que el ataque… pudo haber sido premeditado”. La balacera la habría originado una milicia formada por gente del lugar con la tolerancia del ejército ruso. Sea como fuere, no existió la intención de negociar la liberación de los rehenes. Durante el asedio se privó a los asaltantes de cualquier abastecimiento externo, lo que redundó en que los niños atrapados no tuvieran agua durante varios días y que los asaltantes fueran presos de la desesperación. Hasta el desenlace de la crisis el gobierno aseguraba que los rehenes no llegaban a doscientos, cuando eran aproximadamente mil, en un intento premeditado de fraguar el número de pérdidas humanas que provocaría un ataque. El redactor en jefe de Izvestia fue exonerado por el dueño del diario, el oligarca del acero, Vladimir Potanin, a pedido de Putin.

La masacre se produce en un contexto formado por tres pilares. El primero, por cierto, es la incesante resistencia chechena a la dominación de la burocracia restauracionista rusa, que no quiere perder el control de una ruta de tránsito de petróleo. El segundo es la activa acción del gobierno de Bush para convertir al Cáucaso del sur, lindero con Chechenia, en un protectorado norteamericano a cargo de los pozos de petróleo del mar Caspio y de los óleogasoductos que conducen a la costa turca del Mediterráneo. El tercer aspecto está constituido por la crisis entre el gobierno de Putin y un sector de la oligarquía rusa que se ha adueñado de la riqueza petrolera del país; esta oligarquía tiene una vieja relación de gangsterismo con un sector de la resistencia chechena y se ha valido de ella en varias ocasiones para dirimir cuentas al interior de Rusia.

Putin ha reiterado que pretende seguir sometiendo a Chechenia y continuar con la política de tierra arrasada, que ya ha dejado 80.000 muertos y asesinatos y torturas sin límites. En un reportaje durante los recientes acontecimientos ha dicho que la independencia de Chechenia desintegraría el flanco sur musulmán de Rusia. Como la propia Rusia está manejada por oligarquías regionales que cuidan solo de sus propios intereses, el aparato del Estado central ve en el secesionismo el inicio de una dislocación del conjunto de Rusia. Se trata, naturalmente, del punto de vista de una burocracia que no tolera desafíos a su poder y de una camarilla de acaparadores de la ex propiedad estatal, que es temerosa de que la obliguen a exhibir el origen de sus patrimonios y propiedades. Una política democrática inspirada en una perspectiva socialista tendría, en cambio, todas las condiciones para aumentar una relación de colaboración entre todas las ex repúblicas soviéticas. Putin reivindicó, en cambio, la política de Stalin, cuando se valió de la tenebrosa frase de éste (“hemos pagado por nuestra debilidad”) para caracterizar lo ocurrido y cuando fechó esa flaqueza a partir de 1991, o sea, a partir de la disolución de la URSS.

De todos modos, Putin carece de los medios que corresponden a sus fines. Gran parte de los ataques de la resistencia o del terrorismo chechenos son factibles por la corrupción de las fuerzas de seguridad rusa. Para transportar toneladas de explosivos desde los escondrijos de los combatientes hasta los objetivos marcados, aquellos se valen de la coima a todos los controles rusos que encuentren en el camino. Las armas de los asaltantes del colegio de Osetia del Norte (y de todos los ataques anteriores) eran rusas, e incluso de las más sofisticadas. Putin ha reestructurado a las fuerzas de seguridad más veces de lo que ha hecho Arslanián, con los mismos resultados. La primera guerra contra Chechenia (1995) fue desatada por Rusia para que Yeltsin pudiera ganar las elecciones; la segunda (2001) para que ganara Putin.

En esta ocasión, el vaquero Bush se pronunció por la necesidad de negociar con los chechenos “que no sean terroristas’, delatando una grave fisura del imperialismo yanqui con los restauracionistas rusos y por sobre todo, las ambiciones norteamericanas en el Cáucaso. El texano ve a Bin Laden por todos lados, pero no acepta que esté envuelto en el sur de Rusia. Estados Unidos tiene con Azerbaidjan, Ucrania, Uzbeskistán, Georgia, Moldavia un acuerdo político (UU- GAM), o sea, desde Asia a Europa, cuyo destino final es la Otan. La posición de los yanquis no es ambigua sino diplomática, pues tiene que proceder en puntas de pie para no incendiar todo el espacio de la ex Unión Soviética. Putin se ha dispuesto a aceptar la presencia norteamericana en Asia Central, pero choca con ella en el Cáucaso; en realidad, cede posiciones en todos lados, como lo demuestra la instalación de gobiernos proyanquis en Georgia y en dos regiones lindantes con ésta y el Mar Negro -Abjazia y Adzharia-.

Hay un tercer pilar que la prensa apenas ha rozado. El martes 7, el diario Moscow Times anunciaba en un titular: “La Bolsa sube a pesar de los ataques terroristas". En efecto, el índice Micex había subido 1,26% el viernes 4 y un 1.01% el lunes 6. Aunque los especialistas adjudican esta suba a diferentes factores económicos, que distinguirían a Rusia de todos los precedentes internacionales ante tales acontecimientos, no es menos cierto que la masacre se produce cuando el gobierno está enfrentado a la primera petrolera del país, Yukos. Ahora bien, cuando en 1999 el gobierno ruso necesitó montar una provocación para adoptar medidas de excepción, no vaciló en hacer explotar dos edificios en Moscú, que atribuyó a los chechenos. Una casualidad que permitió abortar un segundo atentado, también permitió descubrir que uno y otro habían sido montados por fuerzas de seguridad del Estado. Como la oligarquía rusa es una vieja aliada de algunos ‘señores de la guerra’ chechenos, extraña que ningún medio especule con la posibilidad de que el asalto al colegio hubiere sido la consecuencia de una alianza entre dos enemigos del enemigo. El único momento en que Chechenia vivió alguna calma fue cuando Yeltsin nombró al oligarca Berezhovsky encargado de los asuntos chechenos, en 1996.

La burocracia stalinista, con su reconversión al capitalismo, ha llevado hasta un extremo sin retorno la incapacidad del Estado ruso para hacer frente a las fuerzas desintegradores que operan desde su interior y desde el exterior. Como ya lo hiciera antes con el imperio otomano o turco, cuyo desmantelamiento llevó poco menos de 200 años, el imperialismo mundial se encuentra evaluando los pro y los contra, los ritmos y los plazos, los medios y las posibilidades, del desmantelamiento de Rusia. Pero era entonces la época del capitalismo ascendente; ahora estamos ante catástrofes económicas y sociales que tienen por centro al propio imperialismo.

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