Escribe El Be
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El líder del MTE y la CTEP, Juan Grabois, y el empresario agro-industrial, Gustavo Grobocopatel, se juntaron en una mesa organizada, hace más de una semana, en la Universidad Nacional de Córdoba. La jornada se llevó a cabo como parte del II Encuentro Nacional de la Red de Intercambio Técnico con la Economía Popular. Para cierto público, el encuentro prometía generar chispazos espectaculares. Grabois es el autor de un libro titulado “La clase peligrosa” donde ataca a Los Grobo, el emporio del otro panelista. Sin embargo, a poco de comenzar, la charla reveló el acuerdo “productivo” que el líder social y el empresario venían tejiendo en las sombras.
El eje del debate fue la relación entre la productividad y la felicidad. En su intervención, Grabois sostuvo que la productividad del campo no había que medirla en términos de dinero sino en términos de felicidad humana –una mercancía que no se cotiza en ningún mercado. La productividad del trabajo, como categoría histórica, es contradictoria con la felicidad, incluso como concepto; el trabajo productivo es siempre la explotación de una fuerza de trabajo. Grabois ilustró su planteo citando a una amiga que prefiere trabajar en una cooperativa por 50 mil pesos, en lugar de hacerlo en un banco por “90 lucas”. Para el caso, este salario de 90 mil pesos podría ser incluso el doble, pero siempre sería, para Grabois y su amiga, un trabajo ‘infeliz’. El líder de la economía popular no necesitaba recurrir a un ejemplo tan particular, porque es lo que ocurre con el “trabajo sin patrones” que defiende el PTS, como expresión de un trabajo emancipado. Venir con esta sanata papal a debatir con Grobocopatel, el cruzado de la productividad del trabajo, prometía un debate de persuasión evangélica.
Grobocopatel no confirmó esta presunción. Arrancó señalando las muchas coincidencias que tiene con el dirigente del MTE y realizó una férrea defensa de la “economía popular”, pero, capitalista al fin, atacó los cortes de calle, nada menos que como un obstáculo para el desarrollo productivo. Aseguró que “la economía popular tiene una gran oportunidad en este mundo turbulento que cambia. Puede ser una oportunidad para la gente que no tiene nada para defender (sic). Puede ser un salto hacia adelante, integrados a la tecnología con la idea (sic) de la felicidad y el propósito colectivo, pero (siempre hay un pero) en el siglo XXI. Es parte de mi agenda oculta”. Al final, mostró su carta escondida: “una de las cosas de ese modelo del siglo XXI es la integración entre los agronegocios sojeros con la agricultura familiar agroecológica”. El ministro de Desarrollo Social, Zabaleta, la llama el “empalme”.
El MTE, según sus propios dirigentes, agrupa a cerca de 40.000 trabajadores rurales, muchos de ellos ‘beneficiarios’ del Potenciar Trabajo. Grabois no dio detalles de su acuerdo con Grobocopatel, pero señaló que se trata de un beneficio para pequeños arrendatarios que forman parte de los llamados cinturones hortícolas y frutihortícolas de las distintas regiones del país. El grupo Grobo, que se ha convertido en una financiera de la agricultura que arrienda tierras y financia el ciclo productivo desde la siembra hasta la cosecha y la comercialización, contrataría a estos arrendatarios pequeños, reunidos en cooperativas, para integrarlos a ese circuito financiero. La condición naturalmente es que aumenten en forma radical la productividad del trabajo –incluida la precarización laboral. Asistimos a un caso especial, aunque conocido, de absorción de la fuerza de trabajo individual y cooperativa, por el capital financiero. Es el punto donde la causa nacional y popular y la causa neoliberal empalman en las condiciones del capitalismo. Convocado por Hugo Chávez para hacer eso mismo en Venezuela, el experimento de Grobocopatel concluyó en un fracaso.
Grabois apunta alto, no quiere que su papel se reduzca a una “economía popular”, precarización en actividades de baja productividad o incluso improductivas, que redundan en tasa de ganancias menores y en la dependencia de subsidios del Estado y del control de los intendentes. Bajo el capitalismo, la desocupación en masa no sólo es la expresión del impasse de la acumulación capitalista, o sea de las crisis, sino, en ciertas condiciones, una premisa para reanudar el ciclo de producción. Una fuerza de trabajo barata para producir alimentos que se encarecen no puede sino atraer el interés de los Grobocopatel.
Llama la atención, en este contexto, la consideración y el decoro con que fue tratado el evento por parte de la izquierda democratizante. Para Prensa Obrera, “de seguro (sic) estamos ante otro intento de precarización laboral”. Dice que Grabois “deposita su confianza en 'La Clase Peligrosa' [Grobocopatel], y que coloca a los trabajadores a merced de la filantropía (sic) de las patronales”. No puede explicar, sin embargo, el interés de Grobo en hacer “filantropía”, o sea, formar parte de la operación “empalme” que promueve Zabaleta. El aparato del PO se desmarca de Grabois desde la defensa del Potenciar Trabajo, no del socialismo ni el gobierno de los trabajadores. No desnuda el carácter capitalista del aparato del MTE, precisamente la razón por la que apoya al gobierno de los Fernández. El PO oficial manca, aquí también, de una crítica socialista.
La Izquierda Diario, por su lado, reivindicó las denuncias de Grabois hacia el ‘modelo’ agroexportador por las consecuencias ambientales y el perjuicio hacia las comunidades originarias, pero le objeta la falta de “un cuestionamiento profundo”. Al PTS se le pasó por alto que Grobocopatel, con quien Grabois ha anudado acuerdos, es un emblema de ese ‘modelo agroexportador’. Para esta corriente, el capitalismo se ha convertido en ‘un modelo’ que se subdivide en otros ‘modelos’ -agroexportadores, extractivistas, contaminantes- que disuelve al capitalismo en partes, el cual tampoco es un ‘modelo’ que alguien habría diseñado, sino un régimen de producción históricamente determinado que se encuentra en una acentuada fase de decadencia.
Los acuerdos con Grobocopatel y la política del ‘empalme’ es la respuesta del capital a la inviabilidad, a término, de los planes sociales y las unidades ejecutoras, a cuya defensa estratégica se han entregado las corrientes políticas democratizantes, y no sólo ellas sino también las autonomistas, poniendo a la clase obrera a la defensiva contra el embate capitalista, pero también en el cuadro de una crisis capitalista sin precedentes y de rebeliones populares.