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El centenario de la petrolera YPF ha servido para alentar las expectativas –seguramente frustradas- de que los Fernandez, presidente y vice, reunidos en Tecnópolis, remienden la fractura política del gobierno. En realidad, hay un hilo común que recorre a Alberto, Cristina y todos los popes históricos de la burguesía argentina: haberse servido de YPF para perpetrar, con diferentes mecanismos y recursos, el vaciamiento recurrente de las reservas energéticas y financieras del país.
El kirchnerismo aún no rindió cuentas de su participación en el reparto de los despojos de YPF, cuando Menem y Cavallo resolvieron la venta de sus acciones (1992) y le entregaron a los gobiernos provinciales de entonces una parte menor del botín. Los fondos que fueron a la provincia de Santa Cruz –unos 1.000 millones de dólares-partieron al exterior, con destino desconocido. Dos décadas después, cuando aquel proceso privatizador culminaba con la fundición de la petrolera y de las reservas nacionales de hidrocarburos, el kirchnerismo dispuso la “reestatización” parcial de YPF, lo que terminó con una muy generosa recompensa en favor de sus vaciadores–la petrolera Repsol y el grupo nacional y filokirchnerista Petersen (Ezquenazi). El “modelo” ypefiano de Cristina y Kicillof debutó con un contrato secreto con Chevron, para impulsar la explotación no convencional de Vaca Muerta. El prometido autoabastecimiento gasífero y petrolero no llegó nunca, pero YPF acumuló una deuda de 6400 millones de dólares, parte de la cual en favor de fondos de inversión que, a su turno, son parte del 49% de las acciones privadas de la petrolera. O sea que la actual YPF “de mayoría estatal” es la pantalla de una operación financiera internacional en favor de los principales acreedores de la deuda argentina. El tarifazo es la garantía del Estado argentino para levantar el valor de sus alicaídas acciones en la petrolera. Fernandez Alberto, además, acaba de concederle- junto al resto de las petroleras- la libre disponibilidad de los dólares aportados por los hidrocarburos “incrementales” en Vaca Muerta. O sea, la transformación de las reservas gasíferas en un dispositivo de fuga de capitales.
Los Fernandez, sin embargo, no son ni han sido originales. El mentor de ambos, Juan Perón, debutó con contratos privados de extracción petrolera (1947) y cerró su década
con el famoso contrato entreguista con la California, subsidiaria de la Standard Oil –la misma que alimentó las conspiraciones y golpes que abrieron la puerta de la “década infame”. Esa apertura de Perón fue el antecedente del desarrollismo frondicista, que abrió la exploración a gran escala de los monopolios petroleros extranjeros, en nombre, siempre del "autoabastecimiento”. Las divisas que no se fueron en petróleo, sin embargo, terminaron saliendo en concepto de utilidades y regalías, como ocurrió con todas las inversiones industriales del período. Más adelante, la dictadura militar convirtió a YPF en la caja compensadora que financió el engrandecimiento de la burguesía nacional petrolera –Perez Companc, Bridas y otros. A estos contratistas, YPF les compraba el petróleo a precio de oro, para revenderlo, subsidiado, a las refinadoras privadas. Este largo quebranto justificará, a término, la privatización menemista de YPF. Los Fernandez, en resumen, son protagonistas y continuadores de esa saga de vaciamiento y entreguismo. En el camino, está la única gesta que debería celebrarse hoy –la de los miles de petroleros que dejaron sus esfuerzos en los campos petroleros y refinerías, a cambio de las agresiones salariales, laborales y los despidos en masa. En los años 90, esa clase obrera despojada de su derecho al trabajo formó las primeras legiones del movimiento piquetero, en Salta y en Neuquén.
El despojo centenario de YPF es un retrato de la burguesía argentina y de sus partidos.