Escribe Marcelo Ramal
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La evocación del 24 de marzo, desde el comienzo de la conspiración que llevó al golpe militar, no puede hacerse bajo el prisma de quienes la interpretan o caracterizan 44 años después. Es necesario un examen de los planteos y la acción de quienes intervinieron efectivamente en la lucha de esos años.
La gestación de la dictadura hunde sus raíces en la descomposición del tercer gobierno peronista. Perón había regresado a la Argentina para frenar el ascenso obrero abierto con el Cordobazo (1969). Después de la breve “primavera” camporista, Perón pretende dar cuenta de la radicalización obrera y juvenil por la vía de la regimentación y la represión directa. Es el turno del pacto social, de la ley de asociaciones profesionales - que refuerza la dictadura de la burocracia en los sindicatos-, de la reforma reaccionaria del código penal y la destitución de los gobernadores de la izquierda peronista en Córdoba y Buenos Aires.
Ese curso político encontrará una cobertura “democrática”: es la formación del bloque de los 8, un acuerdo de partidos patronales apoyado por el PC y el PST, el cual plantea defender la “institucionalización” para enfrentar la escalada derechista; se forma así el bloque, que luego sería de los 9, que reúne a todos los partidos parlamentarios, a excepción del frente peronista -Frejuli-, en defensa del gobierno de Perón. El partido comunista, que apoya al “gobierno popular” (Gelbard es ministro de Economía), y el PST presentarán al acuerdo como una defensa de las “libertades democráticas”, las que, sin embargo, solamente estaban amenazadas por el gobierno peronista. Política Obrera, en cambio, señala: “la defensa de la institucionalización es exactamente lo contrario de las libertades democráticas. El retroceso sufrido por las libertades fue impuesto por Perón en forma estrictamente institucional” (PO, 30.4.1974).
La izquierda, con la excepción del PO, cauciona al gobierno que, en su descomposición, se volcará abiertamente a la represión oficial y paraoficial contra la clase obrera. El bloque de los 9 (con el PC y el PST adentro) se reducirá enseguida en un florero, sin por eso dejar de marcar una línea estratégica que se manifestará cuando se produce el golpe. Un año después, en junio y julio de 1975, la decisión de Isabel Perón de aplicar un ajustazo (rodrigazo) desata la más grande huelga de masas de la historia argentina, si consideramos la totalidad de sus características. Fue la respuesta desde abajo de las grandes fábricas, que dejaron de lado a la burocracia sindical, cómplice del ‘rodrigazo’, y se articularán en coordinadoras interfabriles. Se distingue del cordobazo porque tiene su cabecera en el gran Buenos Aires y una extensión nacional ininterrumpida en el tiempo.
Luego de 32 días de huelgas generales, la burocracia sindical da un golpe político, para evitar que el movimiento huelguístico arribe a un desenlace revolucionario. Llama a un paro general el 8 de julio, en alianza con las patronales, para forzar la salida del gobierno de López Rega y Celestino Rodrigo y su equipo neo-liberal. La movida voltea al comandante en jefe del ejército, el nacional de derecha Numa Laplane y, al cabo de pocas semanas, el gobierno peronista designa en su lugar a Jorge Rafael Videla, caracterizado por el radicalismo y la izquierda como un “liberal”, afirmando que acabaría con las tres A y recuperaría el monopolio de la violencia para el ejército, en una línea democrática electoral.
La ratificación de las paritarias fue interpretada como una victoria obrera, que terminaba, por otro lado, con dos años de “pacto social”. Pero la ‘victoria’ sirvió para poner fin a la huelga general. La Juventud Trabajadora Peronista (JTP) bajó la guardia de inmediato, para buscar refugio en las elecciones, para lo cual creó el Partido Auténtico. Siete meses antes del golpe, la izquierda parlamentaria y Montoneros se preparaban para una salida política que jamás verían.
“Política Obrera” interpretó la situación de otro modo: era la cuenta regresiva del golpe militar – la consigna era “Fuera el golpe militar”. Es que la burguesía había logrado desarmar una huelga obrera que no tenía precedentes, sin ninguna concesión política, y la burocracia la había levantado en sus propios términos, después de cinco semanas en que no se atrevió a poner los pies en las fábricas. El cambio militar no obedecía a un propósito de desmantelar al lopezreguismo, sino que era parte de una recuperación del poder político por parte de las FFAA, como ocurría en todos los países que rodeaban a Argentina. 1973 había sido el año de los golpes militares en Chile y Uruguay, frente a los cuales el gobierno argentino no moverá un dedo, e incluso se apresurará a reconocer a sus dictaduras
Al levantarse la huelga de junio-julio, dijimos: “la victoria se transformó en una ficción, fue frustrada. Sólo quienes buscan evitar la revolución obrera pueden proclamar como una victoria la desmovilización de las masas con el 90 por ciento de sus aspiraciones sociales y democráticas sin resolver". En cuestión de días, la carestía se devorará los resultados de las paritarias homologadas. La gran burguesía comenzará a contarle los días al gobierno peronista, mientras tiene lugar la reestructuración del alto mando militar en función de los objetivos golpistas. En diciembre de 1975, tendrá lugar el 1er congreso de Política Obrera. Su resolución política señalará que “un golpe militar que emerja del desarrollo de esta crisis no tendrá el carácter de la ‘libertadora’ ni del onganiato: se tratará de un golpe de liquidación de todo el régimen de libertades democráticas y de ilegalización del movimiento obrero, con métodos de guerra civil”. Sencillamente impresionante. Esta es la historia del Partido Obrero.
En este breve período, nuestro partido sostuvo una polémica con el llamado lambertismo, la organización francesa compañera en el Comité de Organización por la Reconstrucción de la IV° Internacional, para el cual la victoria obrera en junio-julio era incuestionable. La OCI estaba cegada por un esquema: un año antes, como consecuencia de la victoria de la Revolución Portuguesa, había acuñado la perspectiva de una “Revolución Inminente”, inmune a los giros violentos de la lucha de clases. La respuesta de nuestro partido, en tiempo real, en agosto de 1975, fue oponer al esquema el análisis concreto de las situaciones concretas. Lo volvimos a hacer el 27 de marzo de 1976, cuando luego de señalar la enorme derrota que acabábamos de sufrir los trabajadores, aseguramos que no tendría larga vida, que caería bajo el peso de la crisis capitalista y sus propias contradicciones. En esta ocasión, volvimos a discrepar con el partido comunista, con el PST y con Montoneros. Los compañeros franceses nos ayudaron mucho durante la dictadura, mostrando que las discusiones leales fortalecen la unidad, y su ausencia lleva al abismo a los responsables de ella.
Desde el vamos, Política Obrera caracterizará al golpe como una acción de toda la burguesía -la imperialista y también la “nacional”- para poner fin a un ascenso obrero y a una transición política al interior de la clase, signada por la huelga general contra el gobierno peronista. El golpe salía a abortar el desarrollo final de esa experiencia, que debía conducir a la formación de un partido obrero y a la lucha por un gobierno propio. La caracterización de PO volvió a trazar una línea divisoria con las diversas variantes de la izquierda, que vieron en el régimen videliano a un “ala democrática de las FFAA” (PC) o un “interregno militar” que debía dar paso a una salida institucional aperturista – el PST la caracterizó, por este motivo, de dictablanda. En 1981, promovió el apoyo a la automnistía que planteaba el gobierno militar. Opinaba que así saldrían numerosos compañeros de las cárceles – y se adelantaría la salida electoral.
El “relato” que los partidos patronales y la mayoría de la izquierda han vendido durante décadas, presenta a la dictadura militar como un régimen “del capital extranjero y sus jefes militares”, con exclusión de la burguesía nacional. En el periódico “Politica Obrera” -que los militantes distribuían con enormes riesgos y sacrificios personales- denunciamos que la beneficiaria del endeudamiento exponencial de aquellos años era la gran burguesía nacional, encarnada en un conjunto de grupos -Pérez Companc, Garovaglio, Greco, Macri, Techint- que en esos años financiaron su mayor expansión, dejando una crisis de deuda enorme.
Mucho antes de ello, los límites al golpe contrarrevolucionario fueron impuestos por una clase obrera que nunca dejó de luchar. Desde los paros el mismo 24 de marzo, los primeros movimientos salariales de 1976 en las fábricas automotrices; la gran lucha de Luz y Fuerza contra la privatización y los despidos (1977) hasta la huelga automotriz nacional de junio de 1981.
Los partidos de la burguesía nacional -la UCR y el PJ- prestaron varios centenares de intendentes a la dictadura. La expresión más sutil, pero no por ello menos real, de esta colaboración fueron los demócratas de centro izquierda- que aseguraban que la liberación de los compañeros en las cuevas de torturas pasaba por la negociación con el ala ’blanda’ de los militares, no la denuncia abierta y franca, y la lucha. “Política Obrera”, de la mano de Cata Guagnini, jugó un papel colosal para organizar un bloque de familiares que impuso la consigna de la “aparición con vida”, en torno de la cual se articularon las primeras movilizaciones democráticas contra el régimen.
En marzo de 1981, cuando aún faltaba un año para Malvinas y la debacle final, “Política Obrera” titulará: “Bajo el signo de la catástrofe”, volviendo a contar una cuenta regresiva, esta vez de la dictadura. Así caracterizamos una ‘mini’ devaluación del peso, por parte de Martinez de Hoz, que ponía en evidencia el definitivo impasse del régimen militar. Es que la maxidevaluación que exigían los exportadores para activar el comercio exterior, chocaba con el golpe económico que habría representado para el estado y los capitalistas endeudados en moneda internacional. Anotamos para la escuela política dejada por nuestro partido, el verdadero, esta secuencia de pronósticos políticos audaces y al mismo tiempo completamente realistas. Es asi que, en octubre de 1981, fuimos la única organización que acompañó a las Madres en una manifestación desde la 9 de Julio hasta la puerta de Balcarce 50.
“Política Obrera” volverá a ser puesta a prueba en el episodio final del régimen militar, la guerra de Malvinas. El gobierno de Galtieri buscó salir de su impasse económico y político con la ocupación militar de las islas, y un arreglo posterior con los imperialismos yanqui e inglés en torno a una ‘soberanía compartida’. “Política Obrera” desenmascara este propósito político desde el primer día de la ocupación, en contraste con el apoyo que recibe de la izquierda democratizante. Otro choque de planteos políticos ante acontecimientos históricos – no reyertas de sectas. Advertimos, sin embargo, que si la ocupación de Galtieri derivara en una crisis internacional y en un choque militar -lo que efectivamente ocurrió- “lucharemos por la derrota del imperialismo con los métodos de la clase obrera”. El 14 de junio, día de la derrota nacional, los militantes de “Política Obrera” volantearon la Plaza de Mayo, denunciando la capitulación y llamando al derrocamiento de la dictadura.
El arco político “democrático”, que había apoyado la maniobra inicial de Galtieri, se refugió en la embajada americana cuando estalló la guerra, para comenzar a conspirar en favor de la capitulación. En esos conciliábulos, señaló Política Obrera, nacía el operativo “institucional” dirigido a encauzar la debacle de la dictadura, pero rescatando –bajo el ropaje de la democracia- los pilares financieros (deuda externa), laborales y jurídicos del régimen militar. El III° Congreso del PO, en el curso de una noche, en noviembre de 1982, advirtió que el probable beneficiario de la ‘normalización institucional’ podía ser Raúl Alfonsín, en ese momento cabeza de la fracción minoritaria de la UCR, el que más había conspirado con la embajada de EEUU durante la guerra. Otro acierto de un partido que discutía fuerte en condiciones de clandestinidad. Este congreso votó la iniciativa del comité nacional de legalizar un Partido Obrero, frente a la convocatoria militar – con la condición de combatir la línea electoralista y seguir con el planteo Abajo la dictadura
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En su primer número bajo la dictadura, final de marzo de 1976, Política Obrera destacó la creación de una situación contrarrevolucionaria, sin embargo “inacabada”. Apuntaba a mostrar los límites del golpe a la luz de las contradicciones del proceso capitalista a escala internacional, de un lado, y la resistencia obrera y democrática, del otro. Esta caracterización estratégica orientaría a un Partido, no para los 15 días siguientes, sino para todo un período político. Cuando los que habían anunciado una “dictablanda” se pasaban al campo del derrotismo político –y auguraban dictadura por años-, “Política Obrera” exponía los límites del planteamiento capitalista de Videla-Martínez de Hoz, a la luz de una nueva crisis mundial. La crisis mundial y la decadencia del capitalismo son las dos grandes ‘abstracciones’ del PO, que siempre, caracterizadas en términos concretos, con sus contradicciones y como una transición, ha sido la gran caja de herramientas de la historia de nuestro partido. En los días más negros de la represión videliana, PO planteó la perspectiva del derrocamiento de la dictadura.
Cuando la presión por “sobrevivir el día a día” era feroz, nos servimos de la propaganda, la agitación y la organización para preparar el camino de las grandes conmociones políticas que iban a venir. En los días donde “la política” -y también la de izquierda- se debatía entre el empirismo y el derrotismo, Política Obrera desarrolló una escuela revolucionaria.