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Cuando algunos periodistas señalan que la asunción de Sergio Massa como ministro plenipotenciario fue “saludada por los mercados”, presentan las cosas al revés. Massa sólo llegó a ministro después del fulminante operativo clamor puesto en marcha por los ´mercados´, o sea, por el capital financiero, a través de un rush alcista de la bolsa y de los títulos públicos. Esta operación brutal terminó arrasando, al menos por ahora, con las resistencias y choques intestinos que provocaba la designación de Massa. Es el caso del gobernador chaqueño Capitanich, que aspiraba a ese mismo cargo pero en nombre del kirchnerismo. El gobierno había anunciado “una reunión” con Massa para este fin de semana. La bolsa le impuso otros tiempos – una demora en la designación hubiera sido recibida con otra corrida cambiaria. El kirchnerismo y su jefa, expertos en verborragia contra los “poderes concentrados”, han asistido en silencio a este golpe de mercado vestido de crisis ministerial.
La segunda impostura que se difunde en estas horas es la del llamado “plan” Massa, o sea, la pretensión de que el jefe de diputados llegue al poder ejecutivo con una iniciativa estratégica. El gran capital, en verdad, ha improvisado la carta de Sergio Massa en medio de una crisis de financiamiento del Estado y de la propia burguesía, de la cesación de pagos del Tesoro y del Banco Central, de un acuerdo con el FMI hecho pedazos en cuestión de meses y de un agravamiento histórico de la miseria social. Los que fogonearon la asunción de Massa anuncian un “plan” que, en verdad, apenas espera sortear la inminencia de un colapso económico. El superministro quiere conseguir un ingreso mínimo de divisas con los 2.000 o 3.000 millones de dólares que podría entregar los sojeros a cambio del “dólar soja”, que los economistas de Massa le sugirieron al gobierno. Pero ahora, ya con Massa ´adentro´, se les ha asegurado a los sojeros que ese “colchón” mínimo de reservas es el que permitirá una posterior devaluación – sea bajo la forma de un desdoblamiento o de una liberalización directa del mercado cambiario. Mientras tanto, y para desalentar la demanda de dólares, se puso en marcha una fuerte suba de la tasa de interés y de los rendimientos del Tesoro, para regocijo de los especuladores. Con esta disparada de los intereses, el albertista Pesce espera salvar su propio pellejo al frente del Banco Central. La etapa Massa, por lo tanto, preanuncia una recesión económica.
Con el arribo de Massa, el gobierno “todista” pretende ofrecerle al FMI suficientes garantías políticas para la dispensa o “waiver” (perdón) que deberá gestionar ante el FMI en setiembre próximo, cuando tenga lugar la próxima revisión del acuerdo. Naturalmente, Massa deberá ofrecer algo más que palabras, o sea, un ajuste fiscal bastante más severo que el anunciado por Batakis. Significativamente, la renunciada ministra también visitó en Estados Unidos al secretario del Tesoro yanqui, David Lipton. Buscaba el favor de los Estados Unidos para el perdón del Fondo y, probablemente también, una asistencia financiera de “emergencia”. Ahora, ese salvavidas -que Batakis no consiguió- tendrá que ser tramitado por el superministro, quien se quedó con la batuta de la “relación con los organismos internacionales de crédito”. Massa es un habitué de la embajada norteamericana y de la AmCham. En medio de la guerra de alcance mundial, cualquier alivio financiero planteará como contrapartida un alineamiento sin condiciones de Argentina en el bloque de la OTAN, ello, cuando los antagonismos internacionales se multiplican e involucran, por ejemplo, a China, un socio comercial e inversor crucial para la burguesía argentina. Asi las cosas, el hombre que viene como “bombero” de una crisis terminal puede terminar ampliando el alcance de esa crisis.
En otro frente de tormenta, Massa promete revisar la política energética, y abrirle paso a un aumento de tarifas más ambicioso que la “segmentación”. Es una exigencia del ajuste fiscal, por un lado; pero sobre todo, de los monopolios petroleros y eléctricos que tienen al massismo como aliado, y en algún caso, como socio. El choque con los secretarios de energía camporista está a la vista, a menos que guarden violín en bolsa frente al nuevo tarifazo.
Los que en estas horas se entusiasman con el nombramiento de Massa suponen que el cimbronazo económico que promete sería suficiente para desatar un ingreso de capitales al estilo del que tuvo lugar con Menem y Cavallo en 1991, o, más tímidamente, con el Macri de 2016. Se olvidan, por un lado, de una crisis financiera internacional que está succionando los capitales de la periferia del mundo – el banco central norteamericano acaba de disponer una nueva suba de la tasa de interés. Pero soslayan, principalmente, el alcance de la bancarrota financiera argentina, cuya deuda -renegociada hace solos dos años- anticipa un nuevo y seguro default. Por lo pronto, la suba de la tasa de interés intenta recrear el interés por la deuda pública en pesos, pero vuelve explosiva a la hipoteca del Banco Central, cuyas Letras deberán arrojar ahora rendimientos más elevados. Ninguno de los anuncios del pretendido “plan” Massa resuelve esa quiebra del Estado, que se extiende al conjunto del régimen social y político.
El combo para rescatar a un gobierno agotado -devaluación, tarifazos, ajuste- echa nafta al fuego de una crisis social caracterizada, por un lado, por el empobrecimiento masivo. Pero también, por una carestía y desorganización económica que ha convertido en papel mojado a las paritarias y sus sucesivas revisiones. Lo demuestran los conflictos en puerta en la UOM, en el transporte, en el neumático y en la docencia de numerosas provincias. A la luz de este conjunto de contradicciones, el mentiroso “plan” Massa podría revelarse, más temprano que tarde, como una “burbuja”. Los especuladores que dispararon el valor de las acciones y bonos para empujar a su designación podrían salirse de sus colocaciones bastante antes de lo pensado. En el plano político, hay que sacar todas las conclusiones del caso: los “nacionales y populares” han concluido en una versión refritada y tardía del cavallismo, al cual, en definitiva, los K también apoyaron en el pasado. Lo mismo vale para la burocracia sindical que no ha abierto la boca en estas horas. Le cabe a la clase obrera, por medio de coordinaciones, autoconvocatorias y de un congreso propio, preparar una lucha decisiva -la huelga general- contra el ´rodrigazo´ que pergeña el ´amigo de la embajada´.