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Después del decenato de Menem, la peregrinación por la embajada norteamerciana de la plana mayor de la CGT y de Pablo Moyano y los kirchneristas de la CTA, como Baradel y Yasky, no aportaría nada que no se haya visto. Las “relaciones carnales” con Estados Unidos -una ocurrencia del canciller Guido Di Tella-, no se tradujeron solamente en el remate de las empresas públicas al 10% de su valor ni en la creación de monopolios privados con privilegios exhorbitantes, como las telefónicas y las concesionarios de autopistas, que aún hoy representan una carga insoportable para el Tesoro de Argentina. La promiscuidad político-sexual llevó a que Argentina fuera declarada aliada extra Otan de Estados Unidos, y que el gobierno menemista cediera, a todos los efectos prácticos, la soberanía en Malvinas y el Atlántico Sur. En estas condiciones participó de “la coalición de voluntarios” que emprendió la guerra del Golfo, en 1991 – la piedra bautismal de la serie de guerras imperialistas, que seguriría con la ocupación de Irak y de Afganistán. Gracias a esto, Menem emergió ileso de los dos mayores atentados que hubiera sufrido Argentina – la embajada de Israel, en 1992, y la AMIA, 1994. Menem no gobernó en solitario: lo hizo con los Kirchner, en Santa Cruz o los Rodríguez Saá, en San Luis, y De la Sota en Córdoba. Con este pergamino, Raúl Alfonsín le habilitó la reelección, con el pacto de Olivos, constitucionalizó los decretos de necesidad y urgencia, y fabricó el monstruo jurídico conocido como Consejo de la Magistratura.
“Los soldados de Perón” tienen todo esto enterrado en el subconsciente, lo mismo que la creación de la Triple A por el jefe de los descamisados. Pero en 2003, el peronismo dio un viraje de 180° cuando el kirchnerismo lo rebautizó “nacional y popular” y convirtió la fórmula en un etiquetado frontal. En 2005 le hizo una contracumbre a Bush y hasta lo despidió con un “fuck you” – la traducción al inglés de “Alca-rajo”. La hispanofilia de Perón se convirtió en la adoración de “los pueblos originarios”, sin que nadie explicara porqué no consiguieron pasar de ese estadio a naciones soberanas. Ahora todo se dio vuelta: cuando creíamos que Juncal y Uruguay era el sitio privilegiado de la ambulatoria kirchnerista, nos venimos a enterar que Av Libertador al 3500 le había sacado la delantera.
Mark Stanley es el embajador de EEUU, pero también el representante político de la AmCham, la sucursal argentina de la cámara de los capitalistas norteamericanos, que opera como segundo poder en las 185 sedes que tiene alrededor del mundo. Stanley ganó notoriedad cuando interrumpió el llamado de Larreta a un gobierno de coalición luego de las elecciones de 2023. “Right now”, le sacudió Stanley, para quien sin coalición ahora hay peligro de no llegar a la cita comicial del año que viene. Mientras Larreta pretendía diferenciarse de Macri, Stanley lo animaba a más. Con dos palabras, el embajador superó los récords de intervencionismo en país ajeno, porque una coalición ahora significa hacer realidad un planteo alocado de José Mayans, un senador de Gildo Insfrán, de anular el juicio de Vialidad. Como es obvio, Stanley no recibe solamente a peronistas, también se reunió, según La Nación, con Patricia Bullrich y dirigentes y empresarios sionistas.
Todo esto importa porque EEUU y la Otan están en guerra contra Rusia y contra China, y el gobierno de Biden no ahorra medios de presión para sumar aliados ‘extra-Otan’ a la guerra de la Otan. Los antiimperialistas que supimos conseguir -la Cámpora et altri- están mirando para otro lado o figuran en la lista de visitas de la embajada cuando se trata de funcionarios. Hay varias notas de la prensa que destacan el interés norteamericano para que el gobierno de los Fernández acompañe a Biden frente a la crisis que vislumbran en Brasil, primero si hay segunda vuelta, y también luego. En el gobierno de Bolsonaro hay más funcionarios militares que bajo la dictadura militar que gobernó entre 1964 y 1985.
Algunos periodistas han querido ver en la liberación de un préstamo bloqueado en el BID, de 1.200 millones de dólares, un fruto de las relaciones carnales inauguradas por el kirchnerismo. Hasta el sojero Héctor Huergo, editor de Clarín Rural, ha señalado la incondicionalidad del préstamo como el inicio de una nueva relación. Pero según La Nación, “funcionarios de la embajada o miembros de AMCham se reunieron con dirigentes sindicales por lo menos siete veces”. Lo que tenemos acá es el famoso “pacto social” que el ex asesor Gustavo Béliz no había podido consumar en tres años. En la convulsionada Argentina, este “pacto social” en la trastienda tiene el propósito de funcionar como cerrojo del movimiento obrero en medio de tarifazos y devaluaciones. La embajada busca el aval sindical para un reclamo poderoso que se le hizo en Nueva York a Massa – que libere el giro del pago de dividendos e intereses a las casas matrices de AmCham. Cuando todo el mundo está a la expectativa de un default del Tesoro y una nueva corrida cambiaria, el capital extranjero amenaza con un default de la deuda privada, que tendría el mismo efecto de generar una corrida. La burocracia sindical ha llevado sus compromisos con el capital extranjero a todos los extremos imaginables.
Ahora viene lo principal: los Grabois, los Beto Pianelli, el telefónico Claudio Marín, provenientes unos de la iglesia de los pobres y otros del ex MAS, no han dicho una palabra sobre la peregrinación kirchnerista. Esto significa que han decidido ir al remolque de la política norteamericana. Es necesario que los trabajadores vean esto. Una forma sería impulsar un pronunciamiento contra las visitas y los visitantes sindicales a la embajada, que actúan por otra parte sin mandato de bases de ninguna clase.
Para Pablo Moyano, Stanley “es más peronista que muchos peronistas”. Hay un núcleo de verdad en todo esto. Mientras The Wall Street Journal advierte acerca del récord de casi 700 huelgas en Estados Unidos, en lo que va del año, Biden está convocando a los Moyano, Daer y Baradel norteamericanos para que carnereen al movimiento obrero.
El peronismo y el kirchnerismo se han reconciliado con Spruille Braden, aquel embajador que, en 1945, encabezaba las marchas de la Unión Democrática, acompañado por el partido comunista.