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Las últimas encuestas han acortado la diferencia entre la intención de voto de Lula y Bolsonaro a cuatro puntos porcentuales –52 a 48. Se trata de un margen que deja abierta la posibilidad de una victoria del candidato fascista de la derecha brasileña. Es lo que asegura que ocurrirá el general Augusto Heleno, ex comandante de la Minustah, el ejército latinoamericano que asumió el control político y militar de Haiti, luego del derrocamiento del lider popular Bertrand Aristide. Heleno fue el gran promotor del golpe de estado contra Dilma Roussef y de la proscripción de Lula en 2018. Integra el círculo estrecho del gobierno de Bolsonaro, donde revisten seis mil militares, tanto efectivos como retirados.
El avance que Bolsonaro había registrado en la primera vuelta le había otorgado la iniciativa política en la pelea de la segunda ronda. En lo que tiene que ver con la elección de gobernadores y congresales, el primer turno había marcado una clara victoria para las diversas coaliciones derechistas. El resultado más estrepitoso se había registrado en el estado de Sao Paulo, donde el candidato a gobernador por el PT quedó atrás por una decena de puntos porcentuales, cuando las encuestas previas lo apuntaban para un triunfo sin inconvenientes. Las victorias de la derecha en Río y en Minas Gerais han sido sencillamente aplastantes.
El 30 de octubre próximo tendrá lugar el balotaje presidencial y para gobernadores en diversos estados. Con los resultados de la primera vuelta la coalición que encabeza Bolsonaro se ha quedado con una amplia mayoría en el Congreso y con un fuerte bloque de gobernadores. La coalición conocida como “buey, bala y biblia” (agronegocio, milicias y evangélicos) ha reforzado sus posiciones. Es la coalición que otorga a Bolsonaro el carácter fascista, en especial debido a la guerra civil que ha desatado en la frontera amazónica y a la militarización de las favelas. El control del proceso político que dejó a la vista el primer turno se encuentra en manos de la derecha. Con independencia de lo que ocurra dentro de dos semanas, la derecha tendrá la capacidad para renovar la composición del Tribunal Superior de Justicia, la sede principal de la oposición al gobierno de Bolsonaro. Un gobierno Lula enfrentará poderosos obstáculos institucionales y extrainstitucionales. Una perspectiva de crisis políticas recurrentes, incluido, de nuevo, un juicio político destituyente, se da por descontada. Lula va todavía al frente en las encuestas, pero en una pelea de retaguardia.
Para hacer frente a esta situación, Lula armó su propia coalición de derecha –‘liberal’. Escogió para la candidatura a Vice a Gerardo Alckmin, un agente del capital financiero que viene de la corriente de Fernando Henrique Cardoso. Alckmin militó activamente la destitución de Dilma Roussef. Lula ha obtenido apoyos de la Federación de Industrias y de la Asociación de Bancos. Uno de esos apoyos provino de Henrique Mireilles, ex Banco de Boston, golpista en 2018, y el primer presidente del Banco Central bajo los anteriores gobiernos de Lula. Acaba de obtener el apoyo de Simone Tebet, la candidata que obtuvo el tercer lugar en la primera vuelta, a cambio de un pronunciamiento contra el aborto legal. En su ‘lucha’ contra Bolsonaro, Lula ha derribado hasta la más mínima reivindicación progresista.
En este cuadro de situación, se plantea el voto por Lula; lo contrario es sostener una equidistancia entre la pseudo izquierda y la derecha liberal, de un lado, y la derecha fascista, del otro. En 2018, cuando Lula fue proscripto, llamamos a votar a Fernando Haddad contra Bolsonaro. El apoyo electoral a un candidato ajeno al socialismo y a los intereses históricos de la clase obrera no significa, de ningún modo, un apoyo político o a su política –es, por el contrario la forma de sostener la hostilidad irreconciliable del socialismo con una salida fascista. Anular el voto o hacerlo en blanco es encerrarse en la autoproclamación. El voto a un candidato determinado no es un apoyo político, sino una alternativa impuesta por circunstancias concretas. Una fuerza socialista no puede renunciar a una política de maniobras, congruente con su estrategia, sin caer en la esterilidad. En este caso, la maniobra consiste en llamar a votar a un candidato hostil al socialismo, en oposición al fascismo. Como se trata de un balotaje, no existe la posibilidad de votar a una tercera fuerza –del socialismo y la clase obrera. Sí en una elección plural. Los socialistas deben realizar el mayor esfuerzo por presentar una candidatura propia en las elecciones.
El partido Socialismo y Libertad hizo lo contrario –apoyó a Lula en la primera vuelta, al tiempo que presentaba sus propios candidatos al Congreso. Renunció de este modo a confrontar la política lulista y sus alianzas con la derecha liberal. Desde hace tiempo, el Psol es una colaterial del PT. El PSTU y otros grupos de izquierda, el Polo Revolucionario, obtuvieron menos del 1% en esa ocasión. Se trata de un pequeño frente que reúne posiciones políticas antagónicas entre sí y una manifiesta pasión por la pelea fraccional.
La crisis brasileña no se va a resolver por la vía electoral. Las elecciones en curso son un accidente político en referencia a la crisis tomada en su conjunto. Para el socialismo militante, la intervención activa en los ‘accidentes políticos’ es fundamental. Sirve para desarrollar la experiencia de las masas y reclutar fuerzas como consecuencia de ese desarrollo. La contención de las masas que propician los Boric, La Cámpora, Castillo, Lula y Petro no puede ser combatida con frases altisonates, en especial cuando se trata de enfrentar al jefe de las milicias de Río y de un sector de oficiales de las fuerzas armadas, como ocurre con Bolsonaro. El planteo del voto a Lula debe estar sustentado en un programa. Ese programa debe remarcar que el fascismo no puede ser derrotado por medio de métodos electorales e institucionales, sino por medio de la organización combativa de las masas, los comités de fábrica y los métodos propios de la lucha de clases de los trabajadores, como la huelga general.
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