Porqué el PO (o) y el PTS no llaman a votar contra Bolsonaro

Escribe Marcelo Ramal

Trotsky nunca llamó a votar en blanco frente al fascismo.

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El aparato oficial del Partido Obrero y el PTS, a través de su grupo brasileño -MRT-, han coincidido en una posición política trascendente – la abstención en la segunda vuelta de las elecciones brasileñas. Pablo Heller es directo: “porqué votar nulo o blanco en la segunda vuelta”. La posición del PTS-MTR es más sinuosa: su dirigente André Barbieri no explicita el voto, aunque denuncia “una operación que intenta crear la dualidad fascismo vs.democracia… para que el rechazo a la extrema derecha sea canalizado hacia las urnas por la fórmula Lula-Alckmin”. Otra dirigente del MTR, Diana Asunción, señala en La Izquierda Diario que “[estaremos con quienes] no quieren un nuevo gobierno de Bolsonaro, y votarán por Lula, nulo o se abstendrán. Pero advertimos que la fórmula Lula-Alckmin no es capaz de enfrentarse al Bolsonarismo porque está aliada con la derecha golpista y la patronal”. Entre Bolsonaro y quienes son incapaces de enfrentarse a Bolsonaro, establece una identidad absoluta.

En vísperas de una jornada electoral, el MTR-PTS advierte, sin medir el absurdo, contra la política de “utilizar las urnas y el voto como eficaz arma antifascista”. El domingo 30, hasta donde sabemos, no está prevista una huelga general contra Bolsonaro, que sería indudablemente ´más eficaz´ para acabar con los fascistas, ni tampoco en los días subsiguientes. Según el PTS, votar por Lula sería “sacar el enfrentamiento al fascismo del terreno de la lucha física entre las clases, es insertarlo en los canales normales de dominio de la burguesía en ´tiempos de paz´”. Esta es la misma corriente que rechazó luchar contra el golpe de estado de Trump, señalando que, simplemente, no había existido tal golpe, que era un invento de los demócratas y una mentira de la gran burguesía para que los trabajadores depositen su confianza en Biden y los demócratas. La posición del PTS acerca de las elecciones brasileñas tiene su antecedente en este vergonzoso blanqueo del trumpismo, al cual las encuestas lo dan ganador en las elecciones de renovación parlamentaria del 8 de noviembre próximo.

“La lucha contra el fascismo no se resuelve en elecciones -insiste Barbieri- sino en las confrontaciones de la lucha de clases que incluyen la lucha física”, lo cual tampoco es cierto. Ha quedado demostrado, históricamente, que la victoria de la lucha contra el fascismo depende de la calidad revolucionaria de su dirección, o sea de los métodos de lucha propios de la dictadura del proletariado. Tampoco es correcto hablar de las elecciones próximas en Brasil “como los canales normales de dominio de la burguesía”, cuando se trata de elecciones de crisis, que han sido utilizadas por Bolsonaro y los militares como tribuna de agitación fascista. El PTS naturaliza al fascismo cuando éste debe operar aún en los marcos electorales.

El MTR-PTS despliega su arsenal de armas contra el fascismo cuando tiene que decidir ante una elección que tendrá lugar en una semana, en un cuadro de reflujo de las masas. No se ha tomado el trabajo de caracterizar la primera vuelta electoral, con sensibles derrotas del PT y sensibles victorias del bolsonarismo. Bolsonaro ha logrado copar el Congreso y las gobernaciones junto con sus aliados, luego de cuatro años de gobierno definido por la inmunidad de rebaño, casi un millón de muertos por coronavirus, varios intentos golpistas en Brasilia y la liquidación de la mayor parte de la legislación laboral. Este resultado es una derrota política para las masas. Una victoria de Bolsonaro el 30 sería una derrota aún mayor. La segunda vuelta no es una lucha por la victoria de Lula y su frente derechista-liberal, sino una lucha por la derrota de Bolsonaro y el fascismo. Cualquiera que esté empeñado en una “lucha física” contra el fascismo no puede presentar como antecedente su omisión en una derrota electoral. El voto por Lula no es un apoyo político a su frente derechista sino la oportunidad para hacer una agitación contra el fascismo en términos de independencia de clase y en términos revolucionarios. El voto por una coalición obrero-burguesa derechista es lo opuesto a un frente democrático con la burguesía o a un frente popular “con banderas socialistas”. Los partidarios de la “derrota física” del fascismo están obligados a abogar por la derrota de Bolsonaro en las urnas. Lo demás es palabrerío infantil. El ensayista de Esquerda Diario cita profusamente a Trotsky: pero en ninguna de esas citas hay un llamado a votar en blanco contra el fascismo. Una victoria electoral de Bolsonaro sería otra derrota política para las masas. Un nuevo acortamiento de la distancia entre Lula y Bolsonaro ha sido festejado, de nuevo, como ocurrió con la primera, por una estentórea suba de la Bolsa de Sao Paulo, a contracorriente de lo que ocurría con las bolsas internacionales bajo el influjo de la inglesa Truss.

Heller compite en argumentos vulgares con sus compañeros del PTS. Luego de enumerar denuncias contra la coalición derechista-liberal de Lula, afirma que “no se puede poner un signo igual entre Lula y Bolsonaro” – “el carácter abiertamente fascistizante del actual jefe de Estado brasileño está fuera de discusión”. O sea que cuando llama a votar en blanco, lo hace con conciencia de que propicia una salida reaccionaria. Pero, después de todo, Heller deposita su mirada en el horizonte. Por eso, asegura que lo que se dirime el domingo 30 es “cómo preparar y armar a los trabajadores para enfrentar al gobierno de Lula y la política reaccionaria y antiobrera que va a venir de su mano”. O sea que da por descontada la victoria de Lula-Alckmin; nada mejor para ignorar a un obstáculo. Pero esa victoria ha sido puesta en cuestión. No solamente esto: el protagonista fundamental de lo “que va a venir” seguirá siendo Bolsonaro, que controla el Congreso, gran parte de las fuerzas armadas, las milicias de Río y otras ciudades y las bandas de la patronal agro-sojera en la Amazonia. Lo más probable es que Lula sufra el destino de su colega Dilma Roussef – un nuevo golpe de estado.

Para Heller, “el favoritismo de la clase capitalista se ha volcado abrumadoramente a favor de Lula”. Si esa afirmación constituía un dislate antes de la primera vuelta, lo es en aún mayor medida en vísperas de la segunda. Desde Minas Gerais hacia el sur y desde el Atlántico a Mato Grosso y Mato Grosso do Sul, el agronegocio, que controla el 35% del PBI, copa la parada en apoyo a Bolsonaro. Es lo que ha mostrado la primera vuelta: un poderoso eje de la derecha fascista en gobernaciones fundamentales y también en el Congreso. Esto convierte al bolsonarismo en protagonista estratégico del nuevo período de gobierno. Cuando reitera el “apoyo yanqui y del departamento de Estado” a Lula, demuestra que copia los cables, no que los comprende o caracteriza. Pablo Guedes, ministro de Economía de Bolsonaro, es una pieza fundamental del gran capital, y goza de la completa confianza del Tesoro yanqui. Los “organismos” han elogiado la gestión de Guedes por haber preservado el “equilibrio macro” incluso bajo la pandemia – a costa, claro de un genocidio sanitario.

Ni el uno ni el otro son un reflejo mecánico del capital financiero internacional, ni mucho menos están blindados a sus contradicciones. Toda la situación mundial registra crisis de poder en los principales países, lo que se traduce en contradicciones y divergencias en todas las instituciones del imperialismo. Lo que importa es lo siguiente: una victoria del criminal Bolsonaro, ¿es o no es una victoria de la reacción política y una derrota de las masas?

Lo peculiar de un balotaje es que sólo ofrece dos opciones. En una elección plural lo que importa es el rol del partido revolucionario, su propaganda y su crecimiento. Esto no puede ser sacrificado para votar a un candidato de los explotadores, porque eso sí sería entregar con las manos atadas a las masas a la burguesía. El partido de la acción directa contra el fascismo y de la revolución socialista no debe relegarse a segundo violín de la burguesía, por más liberal que sea, o peor a desaparecer del escenario político. Llamar al voto a Lula en primera vuelta era cometer ese error – renunciar a la lucha revolucionaria. Era votar por ‘el mal menor’, una capitulación evidente ante la política patronal. Sobre la base de un intervención independiente en la primera ronda, el balotaje plantea el voto contra Bolsonaro. En 2018, la consigna feminista “Ele nao”, un llamado a votar contra Bolsonaro, no se comprometía políticamente con el candidato lulista, Fernando Haddad.

Bolsonaro no es un “lobo solitario”: es parte de una tendencia internacional, que no logra un vuelo de mayor alcance, por la resistencia que genera, incluso entre las masas que atraviesan un período de apatía. La presentación de que el imperialismo “desconfía del carácter aventurero de la camarilla bolsonarista” (Heller) es peor que un despropósito, porque ignora que no hay fuerza política en el mundo entero que no despierte la “desconfianza del capital” y el repudio de las masas, como se acaba de manifestar en Gran Bretaña.

El fascista no es fascista

Después de rumiar tanta inconsistencia, tanto el PTS-MTR como el PO oficial apelan a un último recurso: Bolsonaro no es “fascista”. El PTS caracteriza al gobierno Bolsonaro como “una variante bonapartista de derecha. ¿Chau “lucha física”? Para Heller “hemos asistido bajo los cuatro años de mandato a un régimen de tipo bonapartista que no estuvo exento de choques, rupturas y tensiones”. Pero los bonapartismos de derecha son una transición hacia el fascismo. La velocidad de esta transición depende de la lucha de clases en su conjunto. Mientras se apodera de todos los poderes legales del estado y de sectores masivos de las fuerzas armadas organiza sus propias milicias y acumula poder decisivo para un pasaje al fascismo. A la hora de votar en el balotaje, es lo que importa.

Trotsky explica muy bien este bonapartismo que para la pareja PTS-PO oficial, sería exculpatorio del fascismo:

“Los ministros de Brüening, Schleicher, la presidencia de Hindenburg en Alemania, el gobierno de Petain en Francia, resultaron, o deben resultar, inestables. En la época de la declinación del imperialismo un bonapartismo puramente bonapartista es completamente inadecuado; al imperialismo se le hace indispensable movilizar a la pequeña burguesía y aplastar al proletariado con su peso”. (Bonapartismo, fascismo y guerra, 1940)

Los textos de Trotsky sobre Alemania, entre 1930 y 1933, tan citados por Barbieri, son clarísimos. La justificación del votoblanquismo porque Bolsonaro “aún” no ha impuesto un régimen fascista, es una necedad: si “ya” se hubiera impuesto fascismo, también se habría suprimido el sufragio, incluido el voto en blanco.

El PTS introduce otra división caprichosa – la que separa a la “lucha -¡física!- de clases” de los “tiempos de paz”. Ahora, en Brasil, estaríamos en “tiempos de paz”; Bolsonaro sería el producto de un período pacífico, no de un golpe de estado, del derrumbe de un gobierno de frente popular y de varias intervenciones militares sobre el Congreso y el Poder Judicial. Históricamente, las grandes convulsiones políticas han estado acompañados de permanentes compulsas electorales – por ejemplo, en la Alemania de 1930-1933 (nacionales y por estado) o en la Rusia que precedió a la Revolución de Octubre (elecciones a los soviets, a municipios y a una Asamblea Constituyente). La falta completa de coherencia lógica y política de estas dos espadas del FITU votoblanquista, reflejan que se trata de la justificación de una posición preconcebida: ´Votemos en blanco porque los únicos revolucionarios somos nosotros mismos´ – la tercera fuerza, la autoproclamación, la frase vacía.

Quienes minimizan ahora el bonapartismo de derecha brasileño, que moviliza a la pequeña burguesía con sloganes fascistas, hace tres o cuatro años aseguraban que la burguesía tenía la “iniciativa estratégica”. La preparación de la expulsión de la Tendencia llevaba al aparato a rechazar los planteos de Altamira, sin comprenderlos ni tener el interés de hacerlo. Bolsonaro es el producto de esta pérdida de iniciativa estratégica de la burguesía mundial, como se manifiesta asimismo en la inmensa crisis mundial multiplicada por una guerra internacional. Es un régimen transitorio e inestable, que desata alternativas violentas. Bolsonaro, en plena pandemia, reclutó destacamentos policiales y militares en paralelo a los altos mandos formales, que llevaron adelante una escalada de razzias, represiones y asesinatos – es el caso de las “milicias de Río”, que perpetraron la muerte de Marielle Franco. (Digamos, de paso, que cuando ese proceso político tenía lugar, en Política Obrera señalábamos: “hay que armar a los trabajadores, empezando con la formación y entrenamiento de los activistas” (“Brasil, el fascismo y la clase obrera”, Política Obrera”, 25/5/2020. No tenemos conocimiento de señalamientos similares por parte de quienes postulan la “lucha física” a pocos días del balotaje). Los que exigen el requisito de “movilizar masivamente a la pequeño burguesía” para admitir las tendencias al fascismo, ignoran las movilizaciones multitudinarias impulsadas por el actual presidente, que en el caso de Río de Janeiro llegaron a agrupar a un millón de personas.

La base social y jurídica para un régimen fascista ha progresado también en el campo brasileño, donde el gobierno bolsonarista ha legislado en favor del reconocimiento de la tierra “autodeclarada” en propiedad. Se ha desatado, de este modo, una verdadera guerra civil agraria y la vía libre a la deforestación del Amazonas.

Nadie puede desconocer, por otra parte, el monumental impulso en favor de esa fascistización de una nueva victoria electoral de Bolsonaro – que pasó de 15 puntos abajo en las encuestas a 5 puntos en las urnas. Un triunfo de Bolsonaro serviría para justiciar la mayor de las masacres que consumó el derechista durante su primer gobierno, a saber, la política de promoción de la circulación de personas y presencialidad en plena pandemia, lo que le valió un conato de juicio político. La impunidad sobre este punto tiene una fuerte carga política y simbólica, pues constituye un pasaporte para la resolución de los futuros antagonismos de clase con los métodos de la guerra civil y la muerte. Los abstencionistas de izquierda tratan al bolsonarismo con la foto congelada del año 2018 y con los métodos del politólogo – nunca con la marcha viva de la lucha de clases.

Derrumbe político

La neutralidad frente a un intento de consolidación de una corriente fascista es un despropósito político. Abandona toda referencia a la clase obrera, para poner adelante objetivos autoproclamatorios. Los intereses de la clase obrera demandan hoy una maniobra legítima: llamar a votar por la derrota de los partidarios de la destrucción de las organizaciones obreras de Brasil. Esto no significa sino destacar la importancia de una lucha para erradicar el fascismo y que esto es imposible sin los métodos de la revolución proletaria. Votar contra Bolsonaro no es promover el lulismo local, el kirchnerismo, en virtud de un carácter transitivo. Bien mirado, el voto en blanco en Brasil será usado por el kirchnerismo para desacreditar al FITU y a la izquierda revolucionaria.

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