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El mensaje de sólo dos minutos que Jair Bolsonaro pronunció en la tarde de este martes no desmontó el escenario golpista en Brasil. Bolsonaro avaló a los golpistas. Respaldó las “legítimas” manifestaciones fascistas de “indignación” frente a la “injusticia” del proceso electoral. La represión a los bloqueos, ordenada por la Justicia, es ejecutada por las fuerzas estaduales y la hinchada de Corinthians, no por los efectivos federales. En las rutas, los seguidores bolsonaristas aludían a la “inconstitucionalidad” de un presidente electo ´criminal´. En dos minutos de mensaje, Bolsonaro dejó planteada la línea rectora del golpe postelectoral, la denuncia de corrupción contra Lula y la alternativa de abrirle un juicio político.
Se ha atribuido la declaración de Bolsonaro a la presión del entorno de ministros, gobernadores y militares que lo rodean, pero ese entorno se habría fracturado: Pablo Guedes, ministro de finanzas y hombre de confianza del capital internacional, o Tarcisio Neves, gobernador electo de San Pablo, le aconsejaron que admitiera la derrota. Por caso, Bolsonaro consultó al responsable del escrutinio paralelo que llevaron adelante las fuerzas armadas en secreto y en forma paralela. Su respuesta fue que la verificación definitiva de los datos tardará… “un mes” (Folha, 2/11). Sobre toda la elección y sus resultados hay una espada de Damocles. Es una poderosa excusa para sostener una agitación golpista.
En la mañana de este miércoles, dieciocho horas después del mensaje presidencial, continuaban en pie al menos 150 bloqueos en todo el país. La enviada especial de TN en San Pablo, Cristina Amoroso, mostró cómo un bloqueo se había desplazado desde una avenida central hacia las puertas de un cuartel del ejército. Allí, varios centenares de manifestantes fascistas desplegaban una agitación a favor una intervención militar. En el interior paulista, se registraron fotos y videos de fuerzas policiales estaduales “haciendo la venia” a manifestantes bolsonaristas, en una clara señal de confraternización.
En el cierre de la breve rueda de prensa en Brasilia, un funcionario bolsonarista anunció el inicio de la transición. Por el lado de la coalición triunfante, fue designado el vicepresidente electo Geraldo Alckmin. La figura del exgobernador de San Pablo, un derechista liberal, ha pasado a la primera plana muy tempranamente y no sólo por este anuncio. Alckmin es candidato a ocupar un ministerio estratégico –Agricultura o Defensa-. En caso de un juicio político positivo, Alckmin se convertiría en sucesor de Lula.
La escalada golpista ha tenido lugar sin pronunciamientos o acciones conocidas por parte de las direcciones sindicales petistas, tampoco por parte del PT. Puede adivinarse el argumento “inteligente” de evitar provocaciones o choques con los fascistas. Tolerarla es claramente peor, porque legaliza el fascismo. Al recomendar a los camioneros que no emulen “a la izquierda” (por los piquetes), Bolsonaro ha presentado la monumental contradicción del escenario político brasileño: la pequeño burguesía desclasada y fascistizada se ha lanzado a las calles; la clase obrera, bajo el peso de las direcciones cooptadas por el Estado, se ha guardado en sus casas.
La crisis golpista en curso ha significado un monumental revés político para la izquierda que llamó al abstencionismo en el balotaje brasileño. El pretexto, porque no es un argumento, es que el fascista Bolsonaro no era tal porque no había logrado montar “un régimen fascista”. La dinámica de la historia ha mostrado el tránsito entre uno y otro estadio. El camino para la independencia política de la clase obrera brasileña no es el abstencionismo, sino la lucha, con los métodos adecuados a cada momento: la intervención electoral, la huelga general y los piquetes obreros.
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