Al “Plan Durar”… se le terminó el tiempo

Escribe Marcelo Ramal

Massa-Rubinstein advierten de un ‘Rodrigazo’.

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En julio pasado, Sergio Massa fue nombrado “superministro” con el cometido de postergar un estallido económico y social hasta el fin del actual gobierno. El marco para este “plan llegar” era, naturalmente, el acuerdo con el FMI y su herramienta -el presupuesto 2023.

Tres meses después, esa tentativa hace agua por todos lados. El primer pilar del “plan durar” consistía en correr los vencimientos de la voluminosa deuda pública en pesos, incluso al precio explosivo de remunerarla según la marcha de la inflación o, alternativamente, de la devaluación de la moneda. Sin embargo, en el último vencimiento de deuda sólo aceptaron esa bicicleta los inversores “institucionales” –o sea, los mismos organismos del Estado. Los privados, en cambio, reclamaron cobrar, antes que llegue la tormenta. El financiamiento público en pesos, recurso crucial del gobierno desde los tiempos de Guzmán, ha sido pulverizado. Para comprar esos títulos que nadie quiere y sostener artificialmente su valor, el Banco central emite moneda y luego, para absorberla, paga intereses equivalentes a unos 2.000 millones de dólares por mes. Veinte veces más de lo que gasta el Estado en el millón de beneficiarios de planes sociales.

El “superministerio”, por otra parte, agotó su otro recurso vital –el de las devaluaciones a medida. Los 5.000 millones de dólares del dólar soja se evaporan velozmente, al compás de las importaciones y de la fuga de los capitales que emigran de la deuda en pesos. El gobierno sacó de la manga la carta desesperada de otro dólar soja para fin de año, esperando captar algo de los 10 o 12.000 millones que siguen guardados en los silobolsas. Pero el capital agrario y exportador ya le adelantó su rechazo: prefiere guardar la cosecha a la espera de una devaluación general, que supone cercana. Ese mismo reclamo –bajo el eufemismo de pedir el mercado único de cambios- se escucha en los foros de la gran patronal industrial. Las firmas amenazan con bajar la producción por falta de insumos, aunque, según el viceministro Rubinstein, tienen stocks de insumos y de dólares equivalentes a “varios años” de producción (Infobae, 15.11) y “no los culpo” (sic, ídem). Pero sólo emplearán esos inventarios cuando le sea reconocido un dólar libre, o sea, de al menos trescientos pesos. En ese mismo foro, Rubinstein coqueteó con la liberación de cambios, aunque advirtió contra un posible “rodrigazo”. Los funcionarios no dicen o no saben qué harán si ese mismo desenlace termina imponiéndose como resultado de una corrida. En cualquier variante, la hiperinflación asoma en el horizonte. El gobierno quiere impedirla por la vía de habilitarla en cuotas, acelerando la devaluación del dólar oficial y promoviendo tarifazos. La inflación permanente es el recurso oficial para licuar salarios, jubilaciones y gastos sociales.

El escenario de derrumbe financiero traspasa las fronteras de Argentina, pero tiene al país como uno de sus eslabones más débiles. La succión de fondos para financiar al Tesoro norteamericano –y por esa vía a las corporaciones capitalistas y la guerra imperialista- ha conducido al final de un poderoso ciclo especulativo. Entre otras burbujas, ese ciclo infló al mercado de las criptomonedas, que tiene a la Argentina de moneda desquiciada como a una de sus principales “estrellas”. Las consecuencias nacionales del derrumbe de las cripto, que ya se considera como uno de los mayores defolt en la historia del capitalismo, están todavía por destaparse.

Crisis del proceso electoral

Los comentaristas financieros atribuyen este escenario explosivo a la incertidumbre política, incluso cuando faltan meses para que se inicie el proceso electoral. Bien miradas, las cosas son al revés: los partidos del régimen no le pueden “entrar” a unas elecciones condicionadas por la bancarrota financiera del Estado y una crisis social inédita. Los bloques capitalistas se fracturan frente al desconcierto que generan los estallidos que vienen. La “gran coalición” pergeñada por Massa, el cristinismo y los gobernadores pejotistas se escurre entre los dedos de sus autores, al compás de la crisis del Plan durar. La suspensión de las PASO, un recurso para dictar verticalmente las candidaturas del oficialismo e intentar dividir a las de la oposición, ha entrado en zona de boxes. Pero las PASO, en ese caso, serán un nuevo episodio de crisis, pues no garantizan la lealtad de los perdedores, ni en el oficialismo ni en la oposición.

Un estallido financiero y cambiario volvería a instalar el escenario de unas elecciones anticipadas. Alternativamente, la sobrevida de estas contradicciones llevará a una campaña electoral cruzada por la crisis. No casualmente, la Corte se volvió a colocar en la primera plana, interviniendo en la composición del organismo que nombra los jueces. Le ha comunicado a los otros poderes del Estado su condición de árbitro último, en medio de un proceso de disolución económica y política.

La estantería se mueve por abajo

Además de contener los cimbronazos financieros y cambiarios, el tercer pilar del “plan durar” consistía en mantener a raya al movimiento obrero, con el concurso de la burocracia sindical. Ese es el propósito de las paritarias administradas y a la baja, con aumentos en cuotas y que corren siempre por atrás de la inflación. El nuevo régimen de precios justos -un acuerdo de aumentos “concertados” al 4 % mensual- es una coartada para sostener ese cepo al salario. Pero la descomposición económica y el rodrigazo en cuotas también ponen en crisis la política de colocar un corralito sobre los reclamos obreros. Es lo que acaba de demostrar la lucha de los residentes y concurrentes, que arrancó un aumento por la vía de la huelga indefinida y terminó desbancando a una paritaria a la baja firmada por los sindicatos médicos. Ello, aun cuando esas mismas burocracias se las arreglaron después para limitar el alcance del reclamo residente y, por esa vía, impedir una huelga general de la salud. Está claro que corren otros aires entre los trabajadores.

En oposición a esta tendencia, la izquierda se ha sumado mayoritariamente al desvencijado “plan durar”. Coloca como brújula de su política no al derrumbe del régimen y a la crisis del capital, sino al cronograma de comicios. Es necesario desenvolver ante el conjunto de los trabajadores el carácter y el alcance del desenlace que se viene, que colocará a la orden del día la cuestión de la huelga general por las reivindicaciones elementales: salario igual a la canasta familiar, fin de la sobreexplotación, derecho al trabajo. La preparación de la huelga general autoconvocada, y un programa integral de carácter político frente a la crisis, incluyendo la lucha contra la guerra imperialista, es el gran propósito de un congreso de trabajadores.

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