Israel: los Ayatolahs del sionismo

Escribe Olga Cristóbal

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El flamante gobierno israelí -presidido por Benjamín Netanhayu (Likud) y una coalición de seis partidos de la ultraderecha y religiosos- no firmará el Convenio de Estambul que obliga a los Estados a legislar contra la violencia doméstica, la violación marital y la mutilación genital femenina, entre otros. Es parte del pacto de gobierno de la coalición que obtuvo 64 de los 120 escaños del parlamento israelí.

El modelo de mujer y de familia que propugna la derecha religiosa judía es conocido. Los hombres tienen el monopolio de la autoridad, se dedican a estudiar textos religiosos y a rezar: más de la mitad no trabaja. Las familias se mantienen, en general, bajo la línea de la pobreza, con subsidios del Estado y por el salario de las esposas. Uno de los acuerdos de la coalición es aumentar todos los subsidios a los ultraortodoxos, incluidos los de los estudiantes de las escuelas religiosas, que se basa en la lectura de los libros sagrados.

Las mujeres jaredíes (religiosas) viven aisladas, no son sujeto de la religión, deben cubrirse desde el pelo hasta los pies, no tienen acceso a la educación secular, las casan muy jovencitas y tienen un promedio de siete hijos o más, cuatro más que el resto de las israelíes. Los niveles de violencia en esas comunidades -los maridos manejan hasta la tarjeta bancaria con el salario de la mujer- son difíciles de cuantificar porque no se denuncian ante la Justicia sino al rabino, que las conmina a obedecer. El intento de abandonar la comunidad jaredí significa dejar de ver a los hijos y una implacable persecución que, según algunas ONG, a veces termina en asesinato.

Los ortodoxos no consideran judías a las mujeres laicas, que son escupidas y apedreadas cuando entran a los barrios ortodoxos. La “homogeneización étnica” -la pureza racial- de Israel no solo exige la expulsión de los palestinos sino también la “homogeneización” de los judíos. Es uno de los argumentos por los cuales la coalición pretende abolir la Ley del Retorno, que reconoce como ciudadano a cualquier persona que tenga un abuelo judío o se haya convertido. Los religiosos repudian el aluvión de rusos -tan derechistas como ellos pero ateos- que llegó a Israel y también a las comunidades –“las tribus perdidas”- que se reivindican judías y proceden en general de África. Quieren inmigrantes blancos ajustados a su ortodoxia, ni laicos ni conversos recientes.

La diputada Orit Struck (Sionismo Religioso) presentó un proyecto para que los médicos no estén obligados a atender ni dar tratamientos contrarios a su fe. Por ejemplo, los programas de anticoncepción o la inseminación de mujeres solteras (en Israel existe solo el casamiento religioso). El Colegio Médico advirtió que una ley semejante “generaría un colapso total en el sistema de salud” (The Times of Israel 26/12). Struck también autoriza a las empresas privadas a no atender a personas por motivos religiosos.

El ataque contra las mujeres y el laicismo acompaña el ataque a las minorías sexuales. El pacto -que trascendió por una filtración periodística- incluye revisar las leyes que igualan sus derechos. Por ejemplo, la del matrimonio entre personas del mismo sexo, el derecho a adoptar y la prohibición de que psicólogos y rabinos ortodoxos “reeduquen” a adolescentes no heterosexuales.

Una primera medida, pedida por Itamar Ben-Gvir, futuro ministro por el partido Poder Judío, es la prohibición de la Marcha del Orgullo Gay. En 2015, la adolescente Shira Banki fue asesinada por un ultraortodoxo en el Desfile del Orgullo Gay de Jerusalén. Gvir es un colono fanático a quien se le prohibió servir en el ejército por sus prédicas racistas que llaman a exterminar a los árabes.

La coalición entró al Parlamento con una serie de leyes excepcionales. Una absuelve al futuro ministro de Finanzas, el líder del ultraortodoxo Shas, Arieh Deri, aunque tiene un proceso por defraudación y estafa. Otra designa un ministro “independiente” de Seguridad, Bezalel Smotrich, del Sionismo Religioso. Será el responsable de supervisar la construcción israelí y palestina en el Área C de Cisjordania, una zona bajo pleno control civil y militar israelí en la que viven casi 500.000 colonos israelíes y más de 300.000 palestinos. La función hasta ahora correspondía al Ejército. En realidad, Smotrich será el ministro de los colonos en el gabinete.

El diputado centrista Yorai Lahav-Hertzano subrayó la peligrosidad de funcionarios que se declaran “orgullosamente homofóbicos”. “Realmente creo que terminará en un asesinato -dijo-. Los funcionarios incitan contra los miembros de la comunidad LGBT y las palabras no serán el final. Las palabras tienen poder.” La experiencia confirma esta advertencia. La virulenta prédica homofóbica del gobierno de Donald Trump multiplicó los asesinatos y las agresiones contra las personas LGBT en Estados Unidos así como contra pacientes y trabajadores de clínicas que practicaban abortos.

Lahav-Hertzano también pidió que Avi Maoz, el líder de Sionismo Religioso, no dirija la unidad del Ministerio de Educación que diseña los programas educativos extracurriculares, fundamentales en las actividades escolares.

Esta semana trascendió que los religiosos confeccionaron una lista de profesionales LGBT que trabajan en los medios de comunicación y en las industrias de entretenimiento. Y otra lista de mujeres de "extrema izquierda" que, según dicen, forman parte de un "equipo secreto" en una unidad del ejército a cargo de la igualdad de género. En realidad, la lista negra es de militantes por los derechos de las mujeres.

Israel se encamina hacia una teocracia fascista. Los seis partidos ultraortodoxos tienen una porción de poder en el gobierno “sin precedentes” y prometen cambios legislativos de gran alcance para reforzar el “carácter judío del Estado”. El diario norteamericano The Washington Post -al que nadie juzgaría como opositor a la derecha- calificó al gobierno como “el más de extrema derecha en la historia de Israel” (TWP 21/12).

Las reformas compiten a cuál más reaccionaria. Que el Ejecutivo pueda anular fallos de la Corte Suprema, considerada liberal y derechohumanista por los religiosos. Legalizar los asentamientos de colonos en la Cisjordania, preparando el terreno para la anexión directa de los territorios ocupados y la “homogeneización étnica”. Impunidad total para los soldados israelíes que actúan en Gaza y Cisjordania. El asesinato de palestinos, incluidos niños, y la demolición de viviendas creció exponencialmente desde la victoria de la ultraderecha el 1 de noviembre. También pretenden cambiar el statu quo en la Explanada de la Mezquita, el sitio sagrado para musulmanes y judíos en la Ciudad Vieja de Jerusalén.

A pesar de los ayes de los demócratas norteamericanos, el embajador de Estados Unidos en Israel, Tom Nides, dijo en una entrevista con el diario Haaretz que trabajará con Netanyahu quien, afirmó, “está al volante” y no perjudicará a las minorías sexuales.

El habitual tembladeral político de Medio Oriente está exacerbado por la guerra mundial. Cuánto dure este gobierno israelí y hasta dónde lleguen sus ataques dependerá de la respuesta de las masas palestinas y de la evolución política de la población judía que, por ahora, les ha dado la mayoría rotunda a sus propios verdugos.

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