Los mariscales del peronismo

Escribe Jorge Altamira

El discurso de Avellaneda de Cristina Kirchner.

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Cristina Kirchner enfrenta una contradicción insuperable: pretende delimitarse del gobierno mientras comparte la responsabilidad ejecutiva de este mismo gobierno. No solamente está primera en la línea de sucesión; además, preside el Senado, o sea que maneja una agenda del poder. Es la posibilidad de que pueda asumir la Presidencia lo que mantiene a Alberto Fernández en el cargo. Es la garante del acuerdo de Massa-AF con el FMI; sin esa garantía, Massa no podría continuar en Economía, como ya le pasó a Guzmán. No habría llegado allí en primer lugar. En caso de que se convirtiera en opositora a Massa, fracturaría al Ejecutivo y abriría la posibilidad de un autogolpe de estado de ‘elles’, el uno o la otra. ¿Cómo pretende que los dirigentes del aparato del Estado y los punteros que la siguen saquen sus bastones de mariscales, si ella tiene la funda de la vaina y el cierre metálico? En Avellaneda, describe a Alberto Fernández como alguien que se limita a amagar y recular, pero no dice que ella tenga la menor intención de asumir el enfrentamiento con la Corte por el tema coparticipación.

Se diría que CFK no quiere la reelección del gobierno, por cierto, sino un recambio de la misma escuadra; que no es una opositora, sino una fracción de oposición dentro del oficialismo. En caso improbable de un éxito de esta operación, Sergio Massa podría seguir como súper ministro –la Vice no ha dicho lo contrario-. Toda la alcahuetería asegura que sólo ve un futuro en caso de éxito del jefe de los Renovadores. Sin embargo, ha anunciado que no se pondría al frente ni de una ruptura que no quiere, ni del recambio que desea para octubre próximo. Se escuda en que está proscripta. Fidel Castro, que había sido proscripto y exiliado, quebró el impedimento mediante la invasión de la Isla, la declaración de una huelga general en el Oriente y el establecimiento de una guerrilla. Perón, en cambio, se manejó con los mariscales durante 18 años, desde Puerta de Hierro, hasta que se produjo una invitación para que vuelva por parte de la dictadura militar. Perón tenía otra visión de los mariscales: desde Madrid, había apostrofado a quienes querían heredarlo como “los mariscales de la derrota”. Con tanto mariscal en el lenguaje inclusivo, el kirchnerismo se aparenta a una corte de monárquicos e imperiales.

Cristina Kirchner asegura que el país está gobernado por una mafia que lidera Clarín. Es decir, por “una asociación ilícita”. No presenta pruebas de ese maridaje, lo saca por inferencia –por ejemplo, la patota o comitiva de Lago Escondido, los jueces que juegan al tenis en los campus de Macri y las visitas no registradas a Olivos en el período de gobierno anterior-. Procede del mismo modo que Luciani y compañía cuando reclamaron la condena contra ella misma. Tampoco tenían pruebas de esa asociación, pero no les costó inferirlas de la promiscuidad de las relaciones del kirchnerismo con los contratistas, como lo atestiguó el teléfono de López. Si el método deductivo que vale para uno también vale para el otro, el gobierno de las mafias se encuentra salomónicamente repartido.

Cristina Kirchner ha vuelto a redescubrir al peronismo; la primera vez fue para justificar la participación nacional y popular con el gobierno de Menem y, especialmente, con Cavallo. Allí, se encontró con el privatizador Alberto Fernández y con los privatizadores de YPF y la previsión social. Ahora quiere volver a albergar a los gobernadores y a los Gerardo Marínez, quien tuvo la temeridad de afirmar que sólo había sido incondicional de Perón, sin recordar los servicios prestados a López Rega y a Videla. Pero, como solía ironizar Perón –“peronistas son todos”-, CFK se olvidó de la Corte, copada por tres peronistas, incluso ex ministros kirchneristas, como Rosatti, Maqueda y Lorenzetti. La famosa Corte de jueces impolutos que impuso Néstor Kirchner en 2004 tuvo el exclusivo propósito de obtener el reconocimiento legal de la “pesificación asimétrica”, o sea, la confiscación de los ahorristas en beneficio de los bancos. El partido judicial.

El rechazo de la candidatura presidencial del Frente de Todos, por parte de CFK, es una imprudencia; podría ser interpretado como un canje político; ‘ustedes difieren la sentencia definitiva y eventualmente la cambian, yo no molesto con el populismo’. Para los columnistas de Clarín, por el contrario, el apartamiento de las elecciones sería el primer paso de CFK hacia una política de oposición y resistencia a un futuro gobierno macrista. Una tesis inverosímil: quien apoya el acuerdo trianual con el FMI difícilmente adquiera autoridad para resistirlo. La ‘resistencia’ al gobierno macrista, en el pasado reciente, fue literalmente nula; el resto del FdT apoyó al macrismo a rabiar –en especial los gobernadores-. El macrismo cayó por su propio ‘peso’.

No es solamente Cristina Fernández quien caracteriza que el kirchnerismo se encuentra afectado por una red de condicionamientos establecidos por el FMI, el Tesoro norteamericano y la OTAN. No hay kirchnerista con acceso a las redes que no lamente la “relación desfavorable de fuerzas”. A la luz de esto, el apoyo a Massa, al FMI, a la acumulación de deuda pública, al ‘ajuste’ y a los convenios antisalariales, son un acto de sabiduría política. Claro que se trata de una transición al macrismo. La trampa que tiene agarrado al kirchnerismo no es, sin embargo, las relaciones de fuerza, sino sus intereses de clase (la burguesía apoya el ‘plan’ improvisado de Massa) y una vocación sin límite por el arribismo, que comparte no solamente con el macrismo,.

CFK amaga y recula mucho más que lo que ella adjudica a Alberto Fernández. En su discurso en Avellaneda, prometió una confrontación escénica para dentro de cuatro meses, el próximo 24 de marzo, cuando dijo, equivocadamente, que se conmemorarían cuarenta años de democracia –y no cuarenta y siete de dictadura-. Los mariscales deben aprestar sus bastones. Semejante planteo es todo un voto de confianza al plan de Massa, que debería seguir vivo para esa fecha y encima coleando, con una inflación que se reduciría al 3 % mensual.

El peronismo ha sobrevivido casi sesenta años: el tiempo que va desde el apoyo al golpe contra Illia, la operación retorno para vaciar el Cordobazo, el gobierno de las tres A y el alsogaraysmo menemista. Ha sido un gran organizador de derrotas, como lo prueba el empobrecimiento de los trabajadores. El período kirchnerista volvió a probar que “el eterno retorno” es, efectivamente, un mito. Ha sido el responsable de la llegada al gobierno del macrismo y, ahora, de la posibilidad de que vuelva, a pesar del derrumbe de su gobierno. Es necesario, en la caracterización de todo movimiento histórico, distinguir su fase de vitalidad de la de su decadencia irreversible. Esta última etapa puede durar su tiempo, pero a costa de una degradación social y política magna. Es lo que ha ocurrido con el kemalismo turco, el nasserismo egipcio y sirio, el sukarnismo indonesio y con todos los movimientos nacionales de América Latina.

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