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En 1986, un rabino norteamericano-israelí, Meir Kahane, obtuvo un escaño en la Knesset, el parlamento israelí. Predicaba una política xenófoba contra el pueblo palestino. El estado sionista tomó entonces distancias y, en 1988, sancionó una “ley contra el racismo”, destituyó a Kahane y prohibió su partido.
El kahanismo, sin embargo, hoy está más vivo que nunca. Una formación política que reclama su herencia, dirigida por un colono de la Cisjordania ocupada, Ben Gvir, se ha hecho del estratégico ministerio de Seguridad Nacional. Para el diario Haaretz (23.12) es “una amenaza mayor para la sociedad israelí que lo que Kahane fue alguna vez”.
Ben Gvir ha prohibido la bandera palestina en el espacio público –incluidos los territorios ocupados bajo control de la Autoridad Palestina (AP). El periodista israelí Guideón Levy denunció un plan de Ben Gvir de “un escenario horrible: 400 autobuses deportarán el próximo año a 200.000 árabes israelíes, con el pretexto de una guerra en el norte” (íd., 16/10). Por otro lado, en los territorios ocupados, la Autoridad Palestina se encuentra al borde “no solo de la ruina financiera y la quiebra, sino de la deslegitimación política” (Alon Pinkas, íd., 9/1). Ben Gvir la ha emprendido también contra los judíos críticos del gobierno, en la ciudad israelí de Beersheva, donde una manifestación laica judía fue reprimida con una violencia inusitada. Haaretz editorializó: Ben Gvir “Terminará (provocando) un derramamiento de sangre” –entre judíos, título textual, 11/1.
Ilán Pappé, el reconocido historiador obligado hace años a salir de Israel, sostiene que “No sería exagerado definir a Benjamín Netanyahu como el miembro menos extremista de este gobierno” (The Bullet, 10/1). Según Guideón Levy “la derecha de Ben-Gvir es mucho más extrema y violenta que cualquiera en Europa hoy” (ídem, 16/10).
Deben destacarse de la nueva situación israelí dos aspectos. Por un lado, que el ejército -antes relativamente ajeno a los lobbies religiosos- se encuentra ahora colonizado por la comunidad haredí (los judíos ultra-ortodoxos), y fundamentalmente de aquellos que pueblan las colonias en tierras expropiadas a los palestinos en Cisjordania. Según Pappé, “Este grupo también es (hoy) la columna vertebral del comando del servicio secreto israelí y domina el cuadro de oficiales superiores en el ejército” (íd.citado).
Por el otro, como ya se explicó en estas páginas (Israel: el nuevo gobierno declara la guerra a la Corte, 7/1) esos mismos lobbies quieren terminar con cualquier intromisión de la Corte de Justicia de Israel en asuntos de orden militar (especialmente sobre los territorios ocupados), educativo y religioso. O sea que el sionismo teocrático se hizo de los resortes fundamentales del Estado.
Los judíos religiosos-ortodoxos han tenido poco que ver con el movimiento sionista. Meir Kahane, en la década de 1980, “negaba validez al estado secular”. Denunciaba que “los únicos verdaderos racistas eran los sionistas seculares”.
El cuadro descripto indica que “el electorado ha cambiado desde mediados de la década de 1980. Para muchos oídos, las ideas de Ben-Gvir no suenan tan radicales como las de Kahane en la década de 1980” (ídem). “El hecho de que hoy en día los autodenominados sionistas liberales hablen de ´reducir la ocupación´, reconociendo así su inevitabilidad e incluso su legitimidad, es un ejemplo sorprendente de cómo ha cambiado el discurso” (ídem).
Sería errado, sin embargo, ´culpar´ de todo esto a la exclusiva labor de la derecha religiosa sionista. A la inversa, como afirmó el ya citado Guideón Levy, “la izquierda sionista es la fundadora de los colonos, David Ben-Gurion y Ephraim Katzir fueron los que planearon envenenar los pozos palestinos, no el violento punk Ben-Gvir.
¿El “oasis democrático”?
Desde 1948, Israel es el asiento del más prolongado y mayor apartheid existente contra otro pueblo en el mundo. Por otro lado, su devenir histórico demuestra que no resultó tampoco la “tierra prometida”. La inmensa mayoría de los judíos continúa viviendo en la diáspora. Israel, formada por inmigrantes, registra desde hace tiempo una emigración neta. En efecto, “el principal demógrafo del país, el profesor emérito Sergio Della Pergola, dice que el porcentaje de olim que se marcha es mucho mayor que el de los nativos israelíes” (Haaretz, 6/1). “Si bien Israel siempre está dispuesto a publicar datos sobre la cantidad de nuevos inmigrantes que se mudan al país cada año, falta algo en esas estadísticas: cuántos de los olim no lograron establecerse en Israel y finalmente optaron por irse”. Hay un “término bastante contundente que usan los israelíes para describir a quienes abandonan el estado judío, es “yordim”, de la palabra hebrea ´descender´” (ídem). Mientras niega la ciudadanía a los no judíos, Israel mantiene el reconocimiento de ella para los judíos que adoptan la nacionalidad del país al que emigran.
No es casual que el sionismo en nuestros días se apoye en expresiones de ultraderecha urbi et orbi: Trump, Bolsonaro, el fascista Modi de la India, etc. –todos ellos sostenidos en fuerzas ultrarreaccionarias y antisemitas.
Como explicó Leib Erlej en Política Obrera (7/1), amenaza llevar al judaísmo a una ruptura, entre sus expresiones no observantes y/o laicas y aquellos enancados ahora en la cima del Estado sionista.
Las fracciones ultraortodoxas religiosas pretenden que sólo accedan al “derecho al retorno” los judíos que pasen por el tamiz de la halajá (leyes religiosas). Como se ve, un sionismo espejo del mundo talibán: los judíos africanos, por ejemplo, son cuestionados porque no serían "puros".
El presidente de la Agencia encargada de la emigración, Doron Almog, declaró que “sería un grave error que el gobierno israelí limitara la elegibilidad para la ciudadanía modificando la Ley del Retorno” (Judy Maltz, Haaretz, 8/1). A la inversa de lo que propone la nueva coalición de gobierno, señala que “debería considerarse expandir los criterios para que más personas de ascendencia judía califiquen para la ciudadanía” (ídem). Por otro lado, las principales organizaciones judías del mundo dijeron que “cualquier cambio unilateral en la Ley del Retorno amenazaría con romper los lazos” (ídem).
El ministro de Integración, Ofir Sofer, del partido de extrema derecha Sionismo Religioso, insistió que “el gobierno está decidido a seguir adelante con los cambios a la Ley de Retorno. Los acuerdos de la nueva coalición estipulan que el gobierno promoverá una legislación que otorgue al Gran Rabinato el control exclusivo sobre las conversiones… sólo éstas valdrán a efectos de la ciudadanía” (ídem).
En Israel jamás existió el matrimonio civil. Sólo rige el religioso. La nueva coalición derechista anunció que castigará las relaciones homosexuales. Siguen discriminados los judíos sefaradíes (oriundos mayormente del mundo árabe) –siempre la fuerza de trabajo judía más explotada.
El ´progresismo´ sionista inició la cruzada contra el pueblo palestino y sometió al país a los dictados de las leyes religiosas. Ahora el sionismo ultramontano se propone llevar a fondo la "limpieza étnica" palestina y amenaza con transformar el país en una teocracia judeo-talibán.