Escribe Jorge Altamira
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El anuncio de la recompra de bonos de la deuda externa de Argentina, por parte de Massa, desembocó en un fracaso de alto alcance político. No logró detener la desvalorización del peso en los mercados paralelos del dólar, e incluso fue seguido por una caída de la cotización de esa deuda. Para peor, enseguida se advirtió que pudo haber sido una maniobra conocida como “información privilegiada”, cuando quedó en evidencia que el día anterior al anuncio hubo una desmedida compra de los bonos que Massa quería hacer subir. Massa tampoco cumplió con la regla de manejar la operación con reserva -al revés, la hizo ostensiblemente pública- para que el Estado no sufriera un perjuicio con la compra de esos bonos. También se podría calificar, benévolamente, como una torpeza, anunciar una operación destinada a ganar la confianza de los gestores de deuda, cuando las entidades empresarias de mayor peso se encuentran denunciando al gobierno por violación del estado de derecho en el caso del juicio ‘interrupto’ a la Corte. Las recompras de deuda no se anuncian para evitar que los dueños de esa deuda y quienes operan en el mercado de deuda impulsen una suba en beneficio propio.
Lo que en otras épocas y en otros países podría ocasionar la remoción del ministro de Economía y del directorio del Banco Central, en Argentina provocaría, en la actualidad, un desbande financiero. Es que Massa se ha hecho cargo del gobierno efectivo del país, en tanto la cotización del peso y la inflación son los combustibles más fogosos de una crisis política final. La gobernanza a cargo de un ministro es una manifestación extrema de la precariedad de un régimen político. Los tejes y manejes de los Fernández en el campo electoral o incluso en la diplomacia -caso CELAC- se encuentran subordinados a la capacidad de Massa de timonear la crisis. El FMI y el Tesoro norteamericano no reconocen como gobierno efectivo a los miembros del Poder Ejecutivo, sino que tramitan directamente en el Ministerio de Economía y el Banco Central. Lo mismo ocurre con los acreedores del Estado y los fondos especulativos. Algo como esto ocurrió con Cavallo en el gobierno de De la Rúa, no en el de Menem. Menem sobrevivió a la dimisión de Cavallo, en cambio De la Rúa lo siguió de inmediato en la fuga.
Los mantos protectores de Massa, como el FMI, el Tesoro de USA y los fondos, como tampoco los solares, no cubren todo el cuerpo. La fuga de los tenedores de pesos hacia el dólar es continua. Una parte de ella ha sido destinada a la compra de bonos de la deuda externa –una forma de convertir pesos en dólares-. Han sido animados a ello por una maniobra siniestra de ANSES, que consiste en hacer lo mismo, pero para vender luego esos bonos e intentar contener la fuga de capitales. La plata que pierde ANSES es de los jubilados y los contribuyentes. La otra forma de fuga (comprar bonos y también acciones para revenderlos en las plazas extranjeras) fomenta en forma directa la desvalorización del peso. El Banco Central está llenando su cartera con títulos de la deuda pública en pesos, financiando de ese modo la corrida cambiaria. No se advierte, sin embargo, el diseño político de esta fuga, que por un lado podría ser la de forzar a Massa a proceder a un ajuste cambiario antes de lo que querría el ministro y su gente. Los condicionamientos electorales de Argentina compiten desfavorablemente con los ritmos más apresurados de la guerra internacional de la OTAN, que exigen un alineamiento más contundente de la periferia de la guerra contra Rusia. El choque entre Estados Unidos y Alemania por la provisión de tanques Leopard 2 es una señal de que la guerra entrará en una fase de confrontación de mayor alcance. Elon Musk no habla por hablar cuando advierte a la OTAN que no ataque la península de Crimea.
Una amortización política adelantada de Massa abriría una corta posibilidad al cristinismo para intentar un “17 de Octubre” más módico que el del 45. Es lo que presume el llamado a una manifestación multitudinaria para el 24 de Marzo. La zancadilla golpista al peruano Castillo y el asalto a Brasilia -por parte de una fracción considerable de las Fuerzas Armadas-son un patrón de medida para Argentina. En Perú se desarrolla una insurrección indígena-campesina y en Brasil una purga de alcances políticos inciertos en el Ejército. El cotejo con las naciones vecinas puede servir para medir los alcances políticos de una nueva corrida cambiaria.
No solamente el gobierno, sino toda una corriente del macrismo señala que, en contrapartida a todo esto, la economía crece y el empleo también. Las ganancias empresariales son altas, como consecuencia de una caída enorme del salario y del crecimiento inaudito del trabajo en negro. La inflación acicatea las ganancias por el remarcamiento de precios y el subsidio a las importaciones. La guerra ha creado una crisis de materias primas y elevado los precios. Estos elementos, sin embargo, no atenúan la crisis inflacionaria, sino que la agudizan. Es que la explotación de estas condiciones ventajosas para los negocios capitalistas plantean la necesidad de una normalización de la situación macroeconómica: devaluación y mercado único de cambios; dolarización de los precios; ajuste fiscal; consolidación de los bajos salarios y la precariedad laboral y eliminación de la carga previsional del Estado. Impuesta esta política, los resultados no deben ser necesariamente los esperados. Salvo una militarización de la economía de los países desarrollados y China y Rusia, el conjunto de la economía mundial enfrenta un desequilibrio económico explosivo, como consecuencia del endeudamiento ficticio promovido por la crisis de 2007/8 y 2010/12 y por el colapso laboral y financiero debido a la pandemia y, ahora, por la financiación de la guerra. En todo caso, la tentativa de ‘normalizar’ la economía argentina pasará por un estallido financiero de grandes proporciones y por un agravamiento aun mayor de las condiciones de las grandes masas del pueblo. La supervivencia del capitalismo transita por electroshocks cada vez más intensos.
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