Escribe Marcelo Ramal
La desmoralización política del aparato oficial del PO.
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En las últimas semanas, el periodismo político abundó en comparaciones entre la situación política de Chile y Argentina. Algunos repitieron hasta el hartazgo que, a diferencia de Chile, “en nuestro país la rebelión contra la derecha se canalizó a través del voto”. En cambio, otros- como el director del diario Perfil- alertan sobre el contagio de los ´vientos trasandinos` en Argentina.
Al pelotón de quienes dicen que “Argentina no es Chile”, se ha sumado la fracción oficial del Partido Obrero. En el último editorial de “Prensa Obrera”, que oficia como balance electoral, Néstor Pitrola señala: “el contraste entre el Chile que cuestiona treinta años de gobiernos de ambos polos de la democracia pinochetista (…), y la Argentina, donde vota el 81% del padrón a dos fuerzas sociales responsables de la deriva que ha llevado a una de las crisis capitalistas más explosivas de América Latina, es evidente”. Pitrola agrega que “el 98% de la elección fue a parar a las fuerzas responsables del desastre argentino”. Una forma de decir que el FIT-U reculó al 2%, por debajo de lo que obtuvo hace ocho años, sin ofrecer para ello una explicación adecuada.
El autor incurre en un grave error de método político: compara a la acción directa de las masas con un comicio. Pone en un mismo plano a la iniciativa política por abajo con la de arriba –el cronograma electoral. Que la lucha de clases deba tener una necesaria “consecuencia electoral” encierra, como razonamiento mismo, un marcado electoralismo. Si de elecciones se trata, en el cotejo entre Argentina y Chile debería comparar a los FF o Macri con el dominio electoral de décadas de los partidos que en Chile mantuvieron en pie a la herencia de Pinochet - de Piñera al Partido Socialista, de la Democracia Cristiana al PC. Si, en cambio, la comparación partía de la presente revolución chilena, debería haber traído a cuento a la rebelión argentina del 18D contra la reforma jubilatoria; a la megamovilización contra el 2x1 a los genocidas, a las marchas multitudinarias por el aborto legal. Marchas como estas, en Chile, desde 2006, parieron la rebelión de estos días, con más de tres elecciones en el medio al servicio de la ‘democracia pinochetista’.
Una comparación correcta lo hubiera llevado a reconocer a “Chile en Argentina”, o sea, a las poderosas tendencias a la rebelión que anidan en los explotados de este lado de la cordillera. El fermento de la crisis mundial ha creado un mapamundi de rebeliones populares y de crisis políticas en cadena; algunos resultados electorales reflejan esta maroma, incluidos los que enterraron en forma demorada al macrismo. La bancarrota económica local supera en varios aspectos a la del 2001, en una aguda crisis social y en una fragmentación de las fuerzas políticas patronales, apenas disimulada por los reagrupamientos electorales. Antes de que un aparato político levantara otra cordillera entre Argentina y Chile, nuestra corriente había advertido que se avecinaban crisis revolucionarias, anticipando a Chile, que ofrecerían un gran espacio histórico a la izquierda revolucionaria (En Defensa del Marxismo Nº51, “Panorama Mundial”). En esa línea, impulsamos Conferencias Latinoamericanas que abonaron la perspectiva política de las rebeliones populares. Nuestros detractores, en cambio, sólo concurrieron para desnaturalizar esas conclusiones, y presentar a la burguesía “a la ofensiva”.
La caprichosa comparación entre la revolución chilena y las elecciones argentinas conduce a Pitrola a una conclusión escrita de antemano: “Esto habla de un dominio de la burguesía de la escena política nacional.” (Prensa Obrera No 1570). El párrafo debería ser enviado a Moodys, Merryl Lynch y todas las calificadoras de riesgo que no cesan de bajarle el pulgar a la Argentina, en medio del defol de su deuda pública; de la insolvencia de grandes corporaciones privadas en sus pagos al exterior; del derrumbe industrial… A lo mejor, si leen a “Prensa Obrera”, mejoran la calificación del país.
¿”Dominio de la burguesía”? En Argentina, acaba de morder el polvo una de las tentativas más osadas de reestructuración social contra la clase obrera –el macrismo-, que contó con el apoyo desembozado de Trump y de toda la reacción política continental. Recordemos que ese revés estratégico no deja afuera al amplio arco de la burguesía opositora que colaboró con el macrismo, y que hoy revista en el Frente de Todos. Sólo la magnitud de este derrumbe explica la superación temporal de la anorexia electoral del kirchnerismo, que venía de perder las últimas dos elecciones nacionales. Por lo tanto, los ex socios del macrismo, todos ellos “amigos de los mercados”, deben dar cuentas ahora de un régimen quebrado. El nuevo compromiso con el capital internacional deberá confrontarlos, más temprano que tarde, con una rebelión popular.
La crisis mundial ha enterrado la pretensión de los Macri, Piñera o Lenin Moreno de ensayar un rescate capitalista de la mano del capital internacional- este es el hilo conductor que une a Chile con Argentina, a la bancarrota del capital con la agudización de la lucha de clases. Pitrola se conforma en constatar que “las burguesías latinoamericanas no han cambiado la agenda, insisten en las reformas laborales, jubilatorias e impositivas para rescatar a los Estados quebrados”. ¡Pero la agenda
se encuentra sucesivamente golpeada por rebeliones populares fomentadas por la crisis capitalista! El propio Macri entra en choque con ella, como se advierte en los controles de cambio, de precios y hasta en el “reperfilamiento” (default selectivo) de la deuda. Mal que les pese a los derrotistas, la burguesía ha perdido el control –la “iniciativa estratégica”- en la Argentina y en el continente, y busca a tientas una salida.
El proceso electoral no encauza una crisis, sólo ofrece un recambio de fuerzas en la cúpula del gobierno, para salir a pelear una salida que está condicionada por la crisis mundial y la lucha de clases internacional. Así presentó el Partido Obrero la salida que representó en su momento Menem, contra el ultraizquierdismo del MAS. La coalición precaria que encarna el Frente de Todos lleva en su mochila fracturas varias, choques entre fracciones del capital, y una clase obrera con tradición de lucha que sigue en la lucha. El activo de la burguesía, en cambio, es la deriva electoralista del FIT. Las contradicciones cada vez más agudas del proceso económico y político en Argentina, han llevado a los círculos financieros a temer que un defol con FF pueda ser la chispa de un próximo estallido financiero internacional. Los revolucionarios debemos acompañar la experiencia de las masas con el gobierno pejota-K, por medio de una agitación y propaganda política que desnude sus límites, o sea la incapacidad para resolver los problemas acuciantes del pueblo. La consigna “Argentina no es Chile” le cierra el camino a las masas; refleja el impasse de los izquierdistas que corren detrás de los acontecimientos, o que se disponen a bloquearlos. En vez de reforzar el muro cordillerano –y tratar a Chile como excepción-, es necesario derribarlo políticamente. Pitrola ni se dio cuenta de que si “Argentina no es Chile”, la rebelión chilena habría perdido al aliado que la puede llevar a la victoria. La revolución trasandina muestra la pertinencia de una agitación continental por la revocatoria de los regímenes hambreadores, por la Asamblea constituyente soberana y con poder, y por gobiernos de trabajadores.
Naturalmente, las elecciones son “un registro”. Pero en primerísimo lugar, lo son de las fuerzas políticas que intervienen en ellas –o sea, de sus políticas y planteamientos frente a la crisis en curso, incluyendo a la izquierda. El oficialismo del PO invierte el orden: se coloca a sí mismo en el altar de la perfección política, y sienta en el banquillo a los trabajadores que no lo votaron. Al explicar por qué el Frente de Todos se estancó entre las PASO y las generales, dice que los F F se mostraron “afines al capital” y que el macrismo “ganó las calles”. Sin embargo, los 160.000 votos que perdió el FIT U no se fueron al macrismo “callejero”, sino al pejotakirchnerismo. Es decir que se reforzó este bloque – no el de la izquierda. La izquierda, ¿no tiene ninguna responsabilidad en ello? Sí que la tiene, y el propio artículo de Pitrola nos da la pista, cuando dice que “desde el XXVI Congreso y aún antes, caracterizó que la batalla central sería con el peronismo”. En vez de presentarse como la alternativa más enérgica y resuelta contra el gobierno derechista -¡Fuera Macri!-, el PO y el FIT U se lanzaron a una prematura y retórica batalla contra el futuro enemigo electoral. Los resultados de ese electoralismo –incluso en términos de votos- se encuentran a la vista. “Prensa Obrera” dice que el FIT no jugó un papel en el período previo a la campaña electoral. Pero tampoco lo hizo el PO, cuya dirección rechazó levantar planteos de poder político cuando estalló el gobierno macrista. Pitrola reivindica a la “campaña electoral más radicalizada de la historia del FIT U”, ello, por haber planteado la ruptura con el FMI o que la crisis la paguen los capitalistas
. No dice que en el ínterin sus diputados votaron la “emergencia alimentaria”, un fraude para sacar de las calles a los compañeros desocupados.
La revolución chilena ha servido también para demostrar de qué modo la memoria y conciencia histórica llevan adelante su trabajo de topo, atravesando décadas de pérdidas de conquistas, de represión y de traiciones políticas, pero también de luchas encarnizadas. También en este caso, para el oficialismo partidario “Argentina no es Chile”. En efecto: los mismos que se solazaban con “el empuje de la izquierda y la independencia de clase” cuando el FIT obtenía algunos pocos diputados, ahora sentencian el “dominio de la burguesía sobre los trabajadores”, después de no haber obtenido ningún parlamentario. La conciencia de la clase obrera aparece y desaparece, según los resultados electorales.
Por el contrario, la transición histórica signada por la conquista de direcciones clasistas en el movimiento obrero y la juventud; por la movilización por Mariano Ferreyra y por el ascenso de la mujer, entre otras expresiones, no ha concluido. La formación del FIT y sus mejores resultados electorales son una expresión de esa transición política. Pero el FIT no ha actuado como un frente de clase, en el plano político y siquiera en el sindical, más allá de los comicios. Se ha refugiado en el parlamentarismo, allí cuando el Parlamento ha sido largamente superado por la crisis política y social. Ha renunciado a una agitación en regla con planteos de poder político, en aras del voto corporativo -feminista o juvenil- que, de todos modos, tampoco consiguió.
La transición política hacia una clase obrera políticamente independiente sigue abierta. Lo que se ha agotado es la tentativa de encorsetarla en el carrerismo parlamentario y el electoralismo.