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El PTS ha picado en punta en la tesis de que las cuarentenas son una cobertura para la creación de estados policiales, y pronosticado que se va a regímenes políticos equivalentes a los campos de concentración (regímenes “concentracionarios”). Christian Castillo se ha sumado a esta cruzada, con la pretensión de darle una apariencia intelectual.
Para Castillo las cuarentenas o el “distanciamiento social” no tienen un objetivo sanitario sino el pretexto para montar un estado represivo. Entre diversos argumentos, recurre a una falacia: “que los gobiernos hayan recurrido a la cuarentena generalizada como mecanismo privilegiado para enfrentar la difusión del virus es también un resultado de las políticas de recortes de los presupuestos de salud y de privatización…”. Lo de los recortes y privatizaciones es una verdad absoluta y antigua -si se hubieran evitado las cuarentenas sin ellos es una hipótesis contrafáctica. En cualquier caso, el punto es si, en las circunstancias actuales, es necesaria o no. Trump, Bolsonaro y Piñera sostienen que no, como lo hace Castillo, incluso con un argumento similar, que coartan la libertad individual. Lo mismo pensaban Johnson, Conte, Macron y Sánchez, quienes tuvieron que cambiar tardíamente de ruta. En nuestros pagos opinan lo mismo la UIA, Techint, Madanes y Milei. En Estados Unidos y en Brasil se ha creado una crisis constitucional, como consecuencia del rechazo del Ejecutivo a las cuarentenas decretadas por los estados de uno y otro país
En resumen: si los Estados contaran con todas las camas necesarias y todos los recursos del sistema de salud, entonces la cuarentena -al menos como “mecanismo privilegiado”- no sería necesaria. Al igual que los gobiernos de derecha, un gobierno del PTS dejaría al virus y evitaría las restricciones a la libertad personal que conlleva la cuarentena. Esta falacia valdría también para inundaciones y otras catástrofes naturales, vinculadas al ‘cambio climático’ o a la ausencia de infraestructura en las zonas vulnerables. Castillo no debe haber prestado atención, por cierto, a las proyecciones que alertan sobre la posibilidad de un 40% de infectados en la población mundial, algo que supera cualquier proyección de camas o instalaciones hospitalarias. Ni Nicolás Semashko, padre del sistema sanitario soviético, podría dar cuenta de semejante extensión de la catástrofe sanitaria, si se prescindiera de las medidas de aislamiento.
Castillo viene a descubrir que el aislamiento dispuesto por el gobierno de Fernández “no estuvo acompañado de testeos masivos, seguimiento de los infectados, uso de barbijos”, las cuales “permitieron hasta el momento contener la transmisión del virus en algunos países”. Varios gobernadores acaban de establecer el uso obligado de barbijos, cuya infracción castiga con multas siderales; los testeos masivos son en verdad fundamentales no obstante lo cual Corea del Sur aplicó cuarentenas, incluso Alemania.
Curiosamente, Castillo dice que tenemos “una cuarentena sin GPS”, pero no explicita qué sería “el GPS sobre los infectados”. Pues nada menos que la llamada “vigilancia digital”, el big data y todas las técnicas de detección utilizadas en los países asiáticos, que Castillo disimula bajo el mote de “algunos países”. En ellos, la cuarentena fue acompañada de mecanismos de interdicción en la vida privada. Sin embargo, el concepto de estado concentracionario se aplica a esto: un ‘gran hermano’ que vigila con medios digitales. Castillo manipula la información para atacar a la “cuarentena criolla” (las otras, todo ok) ocultando que el manejo de la pandemia ha sido impuesto mediante coerción estatal en todos lados, bajo diferentes formas. Un programa obrero y socialista debe defender la cuarentena con métodos propios -una coacción colectiva decidida en forma democrática. El mejor camino para ello es la organización obrera y popular, en las fábricas y en los barrios, para ejercer la cuarentena en nuestros términos: comités barriales; comités de higiene en las fábricas por protocolos laborales propios; control obrero de los precios. Es decir, una coerción votada por los trabajadores para asegurar el “aislamiento social”, en especial contra los que conspiran contra ella en función de los intereses capitalistas. Castillo, en cambio, no quiere la coerción, y por lo tanto la cuarentena, ni siquiera si es votada en asamblea. Su denuncia abstracta de la restricción de libertades solamente puede estar referida a la libertad de explotación del capital, incluso en una pandemia. Si las cuarentenas efectivas o potenciales han derrumbado las bolsas, es precisamente porque limitan la continuidad de la explotación de la fuerza de trabajo. Es lo que advirtió el presidente de la Reserva Federal, cuando señaló que las operaciones de rescate financiero perderían cualquier eficacia si no se reanuda la presencia de obreros en los lugares de trabajo.
Los medios de comunicación “lamentan” la falta de kits de pruebas, de personal sanitario y hasta de que Argentina no cuente con un fondo “anticíclico” para enfrentar la crisis. Lo hacen, claro, sin mencionar a los intereses sociales que se han quedado con esos recursos. Es una forma sinuosa de combatir la cuarentena, que sería estéril, entonces, por las condiciones heredadas
. Castillo, desde la izquierda, torpedea a la cuarentena por el mismo motivo, y se equivoca tanto o más que la derecha.
En efecto: el vaciamiento sanitario y presupuestario refuerzan la necesidad de una cuarentena estricta. Es el único medio para evitar la propagación.
La izquierda debe luchar por el cumplimiento con su propio programa y desarrollar un choque con el capital en el terreno de la defensa de la salud. Lo social y lo “natural”
La necesidad de una cuarentena -que Castillo pone en tela de juicio- se relaciona con el fenómeno de la pandemia. Castillo se suma a la legión de marxistas vulgares que, en estas horas, suelen atar cabos entre la pandemia y el capitalismo
. Nos fatiga, entonces, con largas citas sobre el Big Pharma y sus investigaciones orientadas en función del lucro; el manejo inescrupuloso de la cadena agrícola y alimentaria china en el marco de la restauración capitalista, o el vaciamiento sanitario. Nada de esto nos sorprende: Política Obrera ha publicado varias de las mejores contribuciones en ese plano. El recurso obligado a la cuarentena ha provocado un desplome capitalista sin precedentes, por eso no está en el interés del capital, debido a la crisis que ha significado para la explotación irrestricta de la fuerza de trabajo. La catástrofe capitalista en curso tiene un cordón umbilical con el derrumbe de la fuerza de trabajo. Ha quedado demostrado que esta fuerza es la única que crea valor, no el capital, conjuntamente con la tierra o la naturaleza.
Mal que les pese a estos marxistas cartesianos, el vínculo entre el coronavirus y las relaciones sociales vigentes es, sin embargo, contradictorio, es “social” y a la vez “natural”. Por un lado, se encuentra condicionado por las relaciones sociales capitalistas, y el nexo que éstas han establecido con el medio ambiente que las contiene. Pero luego, las consecuencias de este vínculo se abaten sobre toda la humanidad como un fenómeno colectivo e inexorable. Este es el carácter excepcional de la crisis. “Quien en nombre del socialismo ignore la crisis sanitaria no ejercerá ninguna influencia socialista en el desarrollo de la crisis, tomada en su conjunto” dijimos en nuestro primer texto.
Las consecuencias políticas del coronavirus, en su aspecto de catástrofe “natural”, son inmensas: la pandemia se presenta ante los ojos de la población como una gran crisis colectiva, donde la afectación a todas las clases sociales borra o atenúa la percepción de una crisis vinculada al desarrollo capitalista en el escenario social y político de la burguesía y sus instituciones estatales. La propagación de la epidemia a partir de los infectados que bajaron de los aviones de turismo a Europa refuerza esta visión -a la vez real y superficial. Aún con las brutales diferencias con que las diferentes clases sociales atraviesan esta crisis y la sufren, el Estado aparece, a los ojos de la población, asumiendo el interés general -o tiene la responsabilidad de hacerlo. Para que los explotados asuman el liderazgo de la crisis, es necesario que recorran una experiencia por medio una lucha, o sea la pelea por un programa -salud estatal única, jornadas de seis horas en servicios esenciales, control obrero, nacionalización de la banca, protocolos barriales y fabriles implementados por vecinos y trabajadores. Como en Colonia Santa Rosa, Salta, por iniciativa del Polo Obrero (T).
Castillo hace demagogia derechohumanista, o sea dentro del cuadro político vigente, no agitación socialista y revolucionaria, para ‘represtigiar’ a la izquierda democratizante que vota la emergencia alimentaria pactada por Macri y los K, que hoy parasita con sobreprecios, o da un quórum permanente al Congreso, para ‘represtigiar’ al parlamentarismo encubridor y corrupto. Pacifismo, democratismo, parlamentarismo, la santísima trinidad de Castillo y su partido.
Pacifismo
Castillo condena la participación del Ejército en el reparto de alimentos, algo que tendría por objetivo, según él, “represtigiar al principal brazo armado del estado capitalista”. Castillo se desploma varios escalones de la afirmación de ‘represión militar’, a un vulgar ‘represtigio’. Castillo aclara asimismo que no sería lo mismo “poner a disposición un hospital militar en la crisis” o “auxilio logístico si hubiera un terremoto”. En este caso aceptaría el ‘represtigio’ del ejército. En medio de un terremoto, aprobaríamos la remoción de escombros, pero no el reparto de viandas. Castillo debería redactar un protocolo acerca de cuáles son las tareas asistenciales admisibles
para el Ejército, y cuáles no. ¿Alguien podría decir que somos irrespetuosos con Castillo, si decimos que todo esto es una banalidad?
Tampoco se entiende por qué el reparto de una vianda en un barrio de Quilmes otorgaría pergaminos, autoridad o “represtigio” al ejército para luego apalear obreros a unas cuadras de allí, en el frigorífico Penta. Lo que se desprende de todo este dislate es que el PTS sufre de cretinismo pacifista.
Castillo quiere a las Fuerzas Armadas “en los cuarteles”. Pero la cuarentena cuartelaria no tiene nada de revolucionaria. Es la orientación de quienes no quieren contaminar
al ejército con la crisis social, y preservarlo para las conspiraciones golpistas o las aventuras belicistas. Si el gobierno lleva el ejército a los barrios, nuestra respuesta debe ser la agitación sobre el ejército del programa de los barrios y de los obreros; librar una lucha política en defensa de los protocolos de organización de los barrios y en las fábricas, sea en cómo cumplir la cuarentena como en el reparto de alimentos; el control obrero sobre todas las actividades político-sanitarias; la nacionalización de la salud y los bancos. Esta lucha política será una gran escuela popular para los desafíos de una futura lucha revolucionaria. ¿Ejército a los cuarteles? NO. ¿Control barrial y obrero sobre todas las actividades del estado, incluso las militares? SI. Los ‘estudiosos’ del teórico militar alemán, el general Carl von Clausewitz, se revelan como unos charlatanes pacificistas
¿O Castillo pregona la disolución de las fuerzas armadas? No hablaría entonces de ‘represtigio’. Pero esta también es una fantasía pacifista, porque no hay estado capitalista sin fuerzas armadas. Esa disolución es un petitorio piadoso; los marxistas luchamos por el armamento del pueblo, del proletariado, de las masas. No esperamos que las fuerzas armadas o el estado desvanezcan – es necesario desarrollar los instrumentos para destruirlos, lo que supone un desarrollo de la conciencia de clase de los explotados. En la historia, ningún ejército se ha “disuelto” –ha sido quebrado por la organización revolucionaria de los trabajadores. Tenemos el ejemplo de las milicias obreras en Bolivia, en 1952, y el ejército rebelde y los grupos armados en Cuba, en 1959 -otro brazo armado de otro Estado, de obreros y campesinos.
Autogestión
Llegamos así al nudo de esta polémica. Cuando Castillo se interroga sobre el “porqué” de nuestras posiciones políticas señala que “para esta visión (la nuestra), la intervención del movimiento obrero debería limitarse al derecho a no trabajar”. En primer lugar, sí, Castillo, siempre con un programa, y por trabajar, en servicios esenciales, con un programa. La lucha central de la clase obrera en la pandemia pasa, en primer lugar, por la preservación sin condiciones de la fuerza de trabajo. Es la lucha en las siderúrgicas, en neumáticos, en textiles, a las que los Fernández quieren poner en la lista de esenciales. Castillo desprecia la cuarentena y propone desconocerla. Propone acompañar el ‘voluntariado’ que impulsan los K y llevar a “los docentes, los movimientos piqueteros y organizaciones del movimiento estudiantil” a repartir alimentos a los barrios, sin programa, o sea sin salarios, en forma gratuita, y sin una organización autónoma de los aparatos del gobierno. Los antimilitaristas reivindican, así, al voluntariado “civil” que impulsa el gobierno, sin un planteo político alternativo, para jóvenes que no trabajan o agobiados por sus trabajos o estudios –que bajo la actual situación continúan en modalidad virtual- o de los propios desocupados, sin los recursos materiales y sanitarios para llevar adelante esa tarea en medio de la pandemia. Un operativo precarizador –donde el Estado se saca el fardo de asegurar las condiciones sociales de la cuarentena. Nuestra Tendencia plantea intervenir, siempre intervenir, con un programa- provisión de kits sanitarios para los voluntarios, salario, viáticos.
Esa lucha implica reclamarle al Estado todo lo que debe asegurar en el marco de la cuarentena. Tiene lugar en cada hospital, en cada escuela, en cada fábrica, y comporta en perspectiva una lucha por el poder político. Si la cuarentena exige una coerción estatal, la lucha por el carácter de esa coerción se torna una lucha por el carácter del Estado que debe ejercerla.
La izquierda liberal, en cambio, renuncia a oponer a la coerción estatal capitalista la coerción obrera. La ruta
del movimiento obrero en la crisis, nos dice Castillo, pasa por el camino de Madygraf, que reconvirtieron su planta para producir alcohol en gel. Estamos ante un planteo autogestionario aislado, en condiciones de precariedad laboral y social, cuando lo que se impone es una lucha y una agitación política alternativa, o sea de transición, frente al poder político del Estado.
Castillo clama contra nuestra supuesta “subordinación al bonapartismo estatal”, y se pliega de este modo al lugar común de todo el progresismo internacional –el pretendido concentracionismo o autoritarismo de los regímenes políticos en el marco de la pandemia. Castillo no ha advertido que la pandemia está haciendo pedazos a los autoritarios liberales, como Trump, Bolsonaro o Johnson. El arbitraje presidencial al que alude Castillo no ha llegado al estadio del pre-bonapartismo, pues consiste en un régimen de consulta permanente
(virtual) con los gobernadores, incluyendo a los de la oposición. No frena las apetencias de los bancos o de las prepagas, y cede a todas las presiones del capital, pretendiendo que hace lo contrario. El supuesto “bonapartismo” con la burocracia sindical disimula el frente de la CGT con la UIA, en contra de la cuarentena ‘rígida’. Asistimos, al mismo tiempo, a un período de actividad y deliberación en los núcleos más importantes de la clase obrera -las grandes fábricas, supermercados, hospitales, sanatorios- en las condiciones históricas más difíciles.
Conclusiones
En medio de una catástrofe sanitaria, la izquierda democratizante pretende desarrollar una diferenciación retórica con el gobierno, luego de otorgarle varios quórums y el voto a varias leyes de ‘unión nacional’, y hasta reclamó por haberle sido vedada la presencia en una conferencia de prensa kirchnero-macrista propiciada por Massa. En vez de poner de manifiesto la enorme fragmentación política del régimen de los “decretos sanitarios”, habla de un estado policial que fantasea por demagogia. En vez de oponer un programa de transición a la cuarentena burguesa, reclama liquidarla. Contra esta “enfermedad infantil”, extremista en las palabras y pacifista y reformista en los hechos, la única vacuna es el desenmascaramiento.