Escribe El Be
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“Será la acción revolucionaria más grande en la historia de Latinoamérica. Más grande por su envergadura que el asalto de Fidel al Moncada”. Mario Santucho, dirigente del PRT, en arenga al Batallón General San Martín (ERP)
Hace 50 años, el 23 de diciembre de 1975, se produjo la mayor acción militar que haya realizado un grupo guerrillero en la historia argentina. Fue el asalto al Batallón de Arsenales Domingo Viejobueno ubicado en Monte Chingolo (Lanús) por parte del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), con el objetivo de apropiarse de una cantidad importante de armamento del lugar. En ese entonces, el ERP se encontraba infiltrado por los servicios de inteligencia: el asalto fue un completo fracaso y derivó en una masacre. Bajo el gobierno de María Estela Martínez de Perón, el ERP realizaría la mayor acción guerrillera de la historia, que también sería el certificado de defunción definitivo para la experiencia foquista en Argentina.
El ERP era el brazo armado del Partido Revolucionario del Pueblo (PRT). Se trataba de una organización que, debajo de su aparente determinación y sus hazañas militares, fue presa de contradicciones políticas insalvables. El accionar del ERP en Monte Chingolo estuvo precedido por el secuestro y desaparición militantes implicados en el operativo, a manos de los torturadores de la Triple A. Entre ellos, el de Juan Ledesma, dirigente del ERP y encargado principal de dar ese mismo ataque, quien fuera secuestrado unas semanas antes de la fecha prevista para el operativo. La desaparición del principal encargado de la acción de Monte Chingolo hacía pensar que lo lógico era abortar la misión. No pocos militantes advertían a viva voz que la acción estaba 'cantada'. Ante las insistentes inquietudes de los militantes sobre que la operación ya era de conocimiento de los militares, Santucho respondió que “si hubiera la más mínima posibilidad de que fracasara, esta operación no se haría” (Alberto Moya, “Masacre en Monte Chingolo”). En el libro “Monte Chingolo”, de Gustavo Plis-Sterenberg, se asegura que hasta la madama de un prostíbulo cercano al regimiento sabía del ataque. Muchos historiadores, y militantes, han intentado encontrar una respuesta a esta decisión ciega de la dirigencia del ERP, advirtiendo además que la dirección de Montoneros había avisado a aquella organización con nombre y apellido quién era su infiltrado. Incluso la errada caracterización de la organización sobre la situación política y las tareas del momento no justifican este accionar completamente suicida. La realidad es que el ERP sobrevivía como organización a través de la espectacularidad de sus acciones guerrilleras. Durante los últimos meses, se había producido una sangría de cuadros y militantes de la organización que amenazaba con acrecentarse en los meses siguientes. En el campo estudiantil y del movimiento obrero, sobre el que supo consolidar una influencia, su retroceso era imparable. El PRT se disolvía completamente en su brazo armado, el ERP. La acción armada reemplazó cualquier idea de construcción de un partido que el PRT pudo haber tenido en algún momento. El armamento de la organización, sin embargo, era cada vez más escaso. El ERP necesitaba desesperadamente tanto proveerse de armas como de una acción que levantar la moral de sus filas. El asalto a Monte Chingolo fue una acción desesperada por parte de una organización que se encontraba políticamente a la deriva.
Luego de meses de preparativos, desde el mediodía del 23 de diciembre el ERP comenzó un gigantesco operativo guerrillero, con más de 300 militantes sobre un terreno de operaciones de más de 60 kilómetros cuadrados. Santucho ofreció una arenga previa al Batallón General San Martín, que se encargaría del asalto: “Será la acción revolucionaria más grande en la historia de Latinoamérica. Más grande por su envergadura que el asalto de Fidel al Moncada. Desmoralizar a las Fuerzas Armadas les retrasará su plan para tomar el poder. Las armas que habremos de recuperar servirán para consolidar una zona liberada en Tucumán”. El ERP “había dispuesto para esta acción a su unidad militar más numerosa, el Batallón General San Martín que estaba integrado por tres compañías. (...) Por su parte, militantes del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) participaban de actividades de contención, que tenían como objetivo el corte de las vías de acceso desde la Capital Federal y la zona oeste a la zona sur del Gran Buenos Aires” (Luciana Bertoia, “Monte Chingolo”). El teatro de operaciones fue enorme e implicó numerosas acciones: “llamaron a los bomberos con falsas alarmas desde Vª Domínico a Varela; tirotearon comisarías. Varios caños fueron puestos en Remedios de Escalada, (...) robaron autos de un estacionamiento, (…) pararon micros, (…) desviaron el tránsito con micros incendiados en Quilmes: Cadorna y Urquiza; los cruces del Camino [Gral Belgrano] con Cadorna, Lynch, 12 de Octubre, Catamarca, Montevideo; la Av. Pasco, su rotonda; tres puentes del arroyo San Francisco; los cruces de Calchaquí con Zapiola y Montevideo y los de Donato Alvarez con Lynch y Zapiola. También las rutas a La Plata, (…) después de las 18, en Pasco y Caaguazú, una decena de guerrilleros (la mayoría, mujeres) cortaron el tránsito y pararon un tren sobre las vías, sobre la que pusieron bombas iguales a las de la avenida; [tomaron] el motel Molino Blanco, sobre la Av. Pasco. (…) A las 18.45, partieron en caravana desde el Sur mientras un camión iba hacia Donato Alvarez, por detrás del cuartel. Una docena de vehículos tomó hacia el Camino [General Belgrano], doblaron hacia el norte entre vítores y puños en alto de quienes controlaban el cruce. En el convoy cantaban: 'Por las sendas argentinas, va marchando el E-erre-pé…'” (Alberto Moya, ídem). En total, las acciones abarcaron todo el largo trecho que va desde La Plata hasta Avellaneda. En las acciones utilizaron material de guerra pesado. Finalmente, casi a las 19hs, se produjo la incursión al Batallón de Arsenales: un camión con militantes del ERP chocó el portón del establecimiento y detrás entraron otros nueve vehículos. Adentro, los estaban esperando.
Desde la incursión misma comenzaron a caer guerrilleros bajo una lluvia de balas desde lo alto de una torre. Los militantes del ERP abrieron fuego y luego se desbandaron en gran parte. Mientras algunos permanecieron pertrechados dentro del Viejobueno, la mayoría que se replegó se encontró con el cerco militar que se había preparado con anticipación. Algunos militantes lograron atravesarlo y los tiroteos y las persecuciones continuaron durante largas horas por varios kilómetros de la provincia. Algunos se escondieron en la villa IAPI, cercana al lugar. El Ejército Nacional desplegó ametralladoras, bazucas, lanzacohetes y metrallas antiaéreas, además de los tanques blindados y las fuerzas de la aviación naval con aviones cazabombarderos y helicópteros artillados. Las tropas de los militares no sólo incluían a los de Arsenal de Viejobueno, sino que además participó una compañía del Regimiento de Infantería 3 de La Tablada, una sección del Regimiento 7 de La Plata, una del Regimiento Patricios y tropas de Gendarmería, de la Policía Federal y la provincial. La desproporción en favor de los militares, que además habían cambiado de manos el “factor sorpresa”, era abrumadora.
Los disparos y persecuciones continuaron hasta la mañana del día siguiente. “Al amanecer, los colimbas fueron enviados a verificar si en los galpones había guerrilleros. Juntaron 33 cadáveres puestos uno junto al otro. Luego, sumaron los de los vecinos; y aún faltaban” (ídem). De los 81 militantes del ERP que participaron en la incursión al establecimiento militar, murieron 53: “2 embarazadas; 23 atrapados con vida [y asesinados posteriormente]; varios rematados en el lugar; aunque había un chico de 17 años y una de 16, el promedio de edad era de 35” (ídem). Del lado del Ejército, 7 muertos. En el tiroteo también fueron asesinados 48 vecinos de la villa lindera, entre ellos un niño de 11 años y otro de cuatro. 42 de esos muertos civiles fueron enterrados como NN en una fosa común. Muchos de esos vecinos eran de ese barrio humilde conocido como la IAPI. Un vecino comentó que los militares “aprovecharon para matarnos compañeros de la IAPI que ya tenían marcados”. Los 53 cuerpos de militantes del ERP “fueron trasladados por orden del comisario mayor Carlos Cernadas, jefe de la Regional Lanús, a una fosa común de Avellaneda. Allí, el corte de manos para identificarlos fue certificado por el principal Carlos Ortiz. (...) Como la morgue se llenó con los primeros 10, los otros 43 fueron dejados en el patio caluroso; el calor y los insectos molestaron a los vecinos de los contiguos monoblocks que, cada vez que se asomaban, eran tiroteados. El día 26, familiares de vecinos asesinados insistieron en entrar al cementerio; fueron detenidos y mencionados en la prensa como siete 'terroristas'” (ídem).
La cantidad de militantes muertos fue la mayor en la historia de una acción guerrillera en Argentina. Luego de Monte Chingolo, las Fuerzas Armadas amplificaron la versión de que Argentina se encontraba en guerra entre bandos militarmente equivalentes, lo cual era completamente falso. La dirección del ERP creía lo mismo. En un documento interno, publicado por Daniel De Santis (ex ERP) en un libro muchos años después, Santucho ratifica la línea de acción llevada adelante, atribuyendo el estrepitoso fracaso de Monte Chingolo a “fundamentalmente dos causas: 1.- subestimación del enemigo 2.- déficits en la técnica militar” (“Sobre el ataque al Arsenal”, Boletín Interno N°98, 27/12/75). En ese documento reconocen que “fue un gravísimo error haber lanzado la acción en conocimiento de indicios ciertos de que el enemigo podría estar alertado” pero asegura que, aunque “en el terreno militar fue una sensible derrota”, habría sido, por el contrario, una victoria política, ya que “políticamente [las acciones del 23] fueron una nueva y más relevante demostración nacional e internacional [de] que nuestro pueblo se arma y combate valerosamente por su liberación nacional y social”. Así realizaba su balance el ERP sobre la catástrofe de Monte Chingolo. En un número posterior de su periódico Estrella Roja, un artículo que relata los acontecimientos de Monte Chingolo se encuentra encabezado por el siguiente epígrafe: “'Si en el medio del combate la muerte nos sorprende, bienvenida sea'. CHE”.
La línea del PRT-ERP continuó la misma senda después de Monte Chingolo. En febrero de 1976, ante los reveses sufridos, el ERP intenta abrir dos nuevos frentes de batalla rural en Tucumán, donde continuaba el Operativo Independencia, en el embalse El Cadillal y Sierra de Medina, en un nuevo y rotundo fracaso. Al producirse el golpe del 24 de marzo, el Comité Central del PRT “llegó a la conclusión de que la ofensiva militar era un paso más en la espiral represión-resistencia, la que se quebraría en el momento en que las fuerzas populares y revolucionarias superaran a las del sistema. En consecuencia, se redactó un llamamiento en el que se instaba a los ¡Argentinos a las Armas!” (ídem).
El ERP finalmente “descubriría” a su infiltrado, Jesús Ranier Abrahamson, alias “El Oso”, ya señalado varias veces por Montoneros, y lo fusilaría luego de un 'juicio popular'. Este informante de los servicios de inteligencia infiltrado en el ERP, que delató todo el operativo de Monte Chingolo y que se asegura que ya había sido responsable de la desaparición de numerosos militantes antes de aquella acción, era miembro de una organización de la derecha peronista (la Central de Operaciones de la Resistencia Peronista) que le ordenó infiltrarse en las organizaciones de izquierda, primero en las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), después en Montoneros y finalmente en el ERP. La CORP era conducida por el general Miguel Ángel Iñíguez, quien, junto con Jorge Osinde y Norma Kennedy, otros dos integrantes de la derecha peronista, formó parte de la Comisión Organizadora del retorno de Perón que terminara en la Masacre de Ezeiza en 1973. Fue como militante de la derecha peronista que Jesús Ranier Abrahamson trabajó para los servicios de inteligencia.
Los crímenes de los militares en la masacre de Monte Chingolo incluyeron asesinatos a sangre fría, torturas, violaciones y el desmembramiento y entierro de los cuerpos sin identificar. Algunos de los familiares que reclamaron por los cuerpos de los desaparecidos recibieron sólo las manos cortadas de los jóvenes militantes. Los criminales de semejante atrocidad permanecen impunes.
