Chile: a 50 años del golpe de 1973 (III)

Escribe El Be

La consumación del golpe.

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La desestabilización de la economía, por parte del capital financiero, fue la pieza maestra de la estrategia golpista. Por un lado, empujaba a la pequeño burguesía hacia la reacción política. Por otro lado, golpeaba a la clase obrera, por parte de un gobierno que consideraba propio. El intento de explotar esto en las urnas se vio frustrado cuando la UP obtuvo el 45% de los votos en las elecciones de marzo de 1973. El gobierno entró en retroceso, cuando no en pánico, al observar la tenacidad del ascenso de la clase obrera.

Allende no interpretó ese triunfo como una polarización entre la revolución y la contrarrevolución, sino como la oportunidad para forzar a la Democracia Cristiana a un frente popular con la derecha. La base del acuerdo sería el “pacto de garantías” firmado por Allende en 1970, destruido por la agudización de la lucha de clases. El pacto lo comprometía a “no dar un solo paso fuera del orden legal vigente”, en momentos en que la burguesía, de un lado, y el proletariado, del otro, habían emprendido la acción directa. El pacto con la burguesía había sido el acta de fundación del gobierno de la UP. “Cuando Salvador Allende y el PS y PC chilenos firmaron el 'pacto de garantías constitucionales' con el parlamento democristiano y nacional, en 1970, abrieron políticamente con ello el camino que llevaría a la victoria de Pinochet tres años más tarde” (Jorge Altamira, La estrategia de la izquierda en Argentina).

Pero la DC participaba de las conspiraciones golpistas contra el gobierno. Los paros de camioneros eran impulsados por uno de sus dirigentes. Sus exigencias del ingreso de militares al gabinete eran aceptadas reiteradamente por Allende, aunque chocaban con una parte de la Unidad Popular. Los más entusiastas colaboradores con las Fuerzas Armadas eran los dirigentes del PC, y generaban roces con el ala izquierda del PS y el MIR.

La salida al impasse mediante acuerdos políticos con los partidos de la burguesía estaba bloqueada, principalmente porque la lucha se estaba dirimiendo en las calles. La clase obrera acompañó el triunfo electoral de la UP, en marzo, con nuevas ocupaciones de fábricas que sus direcciones no pudieron evitar. La Democracia Cristiana, luego de ver frustrados sus intentos de impulsar movilizaciones de masas contra el gobierno (las movilizaciones reaccionarias eran barridas en las calles por la movilización del movimiento obrero) abandonó las negociaciones con Allende y comenzó a inclinarse cada vez más hacia la variante golpista. Pinochet confesó tiempo después que el golpe había empezado a discutirse desde el mes de abril del año '72, pero que sólo logró unificar una fuerza sólida a partir de la victoria de la UP en las elecciones de marzo de 1973. La variante del golpe, que siempre estuvo presente en un ala de la burguesía y las FFAA, comenzó desde entonces a ganar más adeptos.

En una comparación con el derrocamiento de Perón en Argentina en 1955, el 11 de agosto Política Obrera aseguraba que “el gobierno de Salvador Allende ha tenido su 16 de junio y marcha hacia su 16 de septiembre, es decir, hacia el golpe gorila antiobrero que se anida dentro del gobierno” (11 de agosto del 73–nro. 166). Pinochet declararía más tarde que el “tanquetazo” terminaría de decidir el golpe. La oficialidad reaccionaria que apoyó el golpe de junio no fue depurada. Tampoco los servicios de inteligencia, con probados vínculos con la CÍA.

Para nuestra corriente política, “la consecuencia de una victoria 'constitucional' contra cualquier golpe, en esas condiciones, es siempre un segundo golpe, mejor preparado esta vez, con un respaldo más decidido de la burguesía y con un pasaje más decidido también hacia el golpismo por parte de los políticos que, en el 'primer golpe', aún conservaban sus vestiduras constitucionales. Esto ocurrió en Argentina en junio y setiembre de 1955; en setiembre de 1962 (primera intervención de Onganía) y junio de 1966; en diciembre de 1975 y marzo de 1976; y en Chile, en mayo y setiembre de 1973. Todas las primeras victorias 'constitucionales' contra el golpismo, terminaron con la victoria final del golpismo contra los regímenes constitucionales” (Jorge Altamira, La estrategia de la izquierda en Argentina).

El gobierno de Allende tuvo pleno conocimiento de las conspiraciones golpistas en el Ejército, pero entendía que sólo podía desbaratarlas si probaba su capacidad para echar atrás a la clase obrera; en esto consiste el carácter contrarrevolucionario de todo Frente Popular. A inicios de junio, un grupo de oficiales de la Marina mantuvo una entrevista con miembros del gobierno para informar al detalle los planes golpistas y los nombres de los involucrados. La información la habían suministrado los informantes del MIR. El gobierno, sin embargo, no tomó medidas. La iniciativa la tomó la Marina, encarcelando a más de 400 suboficiales que consideraba que no eran leales a los mandos. Aquellos que habían entregado la información al gobierno fueron apresados y torturados sin piedad, sin que el gobierno abriera la boca en su defensa.

El 27 de julio se lanzó un nuevo paro nacional de camioneros, cuyo propósito era el derrocamiento de Allende. Una tanda publicitaria sonaba en la radio cada cinco minutos reclamando la renuncia del presidente. Esta vez, el Ejército se apresurará a impedir que los obreros respondan con nuevas tomas de fábricas y de control de distribución. Se intensificaron los allanamientos, amparados por la ley, violando domicilios particulares de cientos de obreros e irrumpiendo también en locales partidarios y fábricas ocupadas.

Un grupo de altos mandos del Ejército solicitará al general Prats una reunión para exigir que se declaren fuera de la ley a los Cordones Industriales, se liquiden todas las tomas de fábricas y que la Democracia Cristiana ingrese al gobierno. Prats, que no adhería al golpismo, renunció. Allende ofrendará al sector golpista del Ejército la aceptación de la renuncia. El 23 de agosto Allende designará a Augusto Pinochet ministro de Defensa y, unos días después, a nuevos ministros militares. En la asunción del nuevo gabinete aseguró que “las Fuerzas Armadas frenarán la ofensiva desatada por los sectores fascistas”. Esta presuntuosa profecía fallida revelaba que Allende creía en una amenaza ‘fascista’ independiente, y no en la de un golpe de Estado bajo control estricto de las Fuerzas Armadas.

Durante los primeros días de septiembre, profesionales y comerciantes adhieren al paro de camioneros. La contrarrevolución tomaba la iniciativa y el movimiento obrero no tenía orientación. Con el transporte semiparalizado, el desabastecimiento penetraba por todos los poros de la sociedad. El diario El Mercurio llama a Allende a renunciar o, en su defecto, a suicidarse. Por esas fechas se llevará a cabo una última reacción obrera. El 4 de septiembre, al cumplirse el tercer aniversario de la llegada de la UP al gobierno, se llevó adelante una manifestación de masas, con más de 800.000 trabajadores en las calles de Santiago. Se hicieron presentes los potenciales órganos de poder obreros: los Cordones Industriales, los Comandos Comunales y la Junta de Abastecimientos.

El Partido Comunista sostenía el 8 de septiembre en su periódico El Siglo que “hemos tenido, tenemos y tendremos confianza en las Fuerzas Armadas”. No estaba cometiendo un ‘error’ de apreciación; simplemente advertía que el golpe era un mal menor a su alternativa: una revolución proletaria. Mientras la Unidad Popular entregaba todos los resortes del Estado a las Fuerzas Armadas, la izquierda mantenía una labor sistemática de desmovilización. El Ejército se encargaba de arrebatarles a los trabajadores todo tipo de armamento que hubieran podido adquirir. Entre los trabajadores reinaba una gigantesca desorientación. Sus direcciones no daban ninguna indicación o iniciativa ante la amenaza de un golpe. La enorme demostración de fuerzas del movimiento obrero del 4 de septiembre no tuvo ningún desarrollo ulterior.

El 7 de septiembre se realizarán nuevos allanamientos contra los más importantes bastiones del movimiento obrero, como fue el allanamiento en la gran fábrica textil Sumar. En otra textil, Lanera Austral, un dirigente obrero fue fusilado por el Ejército. El gobierno dejaba hacer. Allende se reunió con los generales Pinochet, Leigh y Montero para pedirles que ordenen a sus subordinados y que “moderen sus ímpetus” en los allanamientos.

El 9, cuando el golpe era inminente, Allende vuelve a reunirse con Pinochet para estudiar un plan de defensa contra el posible golpe de Estado. El jefe del Ejército aseguró a Allende que las tropas se mantendrían, en su mayoría, leales al gobierno y le aconseja que no se tome ninguna medida; consejo que Allende acepta. El presidente le confiesa a Pinochet que para el 11 de septiembre convocará a un plebiscito para frenar el golpe en ciernes y dar una salida al impasse político. Esta advertencia a tiempo sirvió a Pinochet para adelantar la fecha del golpe, que tenía prevista para el 14 de septiembre.

La madrugada del 11, Allende es informado de un movimiento de tropas hacia Santiago, que es justificado por el alto mando como una acción preventiva contra posibles movilizaciones. Mediante la “Operación Silencio”, el Ejército toma el control de todas las emisoras de radio afines al gobierno y las centrales telefónicas. La Marina toma Valparaíso. Allende pide a Pinochet explicaciones de los movimientos de las FFAA, que no son respondidas. El presidente se dirige entonces hacia La Moneda escoltado por su guardia personal, integrada también por militantes del MIR. Desde allí pretende dirigirse “al país”, pero ya no contaba con los medios de difusión; el Ejército había logrado evitar una cadena nacional.

Allende habla entonces a través de la radio Corporación, del Partido Socialista. Con voz apaciguada se niega a llamar “golpe de Estado” a lo que el Ejército había puesto en marcha desde hacía varias horas. Lejos de organizar una contraofensiva, habló de un “levantamiento” contra el gobierno focalizado en Valparaíso y pidió que “lo que deseo es que los trabajadores estén atentos, vigilantes, que eviten provocaciones. Como primera etapa, tenemos que ver la respuesta, espero que sea positiva, de los soldados de la patria que han jurado defender el régimen establecido”. Minutos más tarde, vuelve a dirigir un mensaje por la misma radio: “las noticias que tenemos hasta estos instantes nos revelan la existencia de una insurrección de la Marina en la Provincia de Valparaíso. He ordenado que las tropas del Ejército se dirijan a Valparaíso para sofocar este intento golpista. Deben esperar las instrucciones que emanan de la Presidencia. Tengan la seguridad de que el presidente permanecerá en el Palacio de La Moneda defendiendo el Gobierno de los Trabajadores. Tengan la certeza que haré respetar la voluntad del pueblo que me entregara el mando de la nación hasta el 4 de noviembre de 1976. Deben permanecer atentos en sus sitios de trabajo a la espera de mis informaciones. Las fuerzas leales respetando el juramento hecho a las autoridades, junto a los trabajadores organizados, aplastarán el golpe fascista que amenaza a la Patria”. Las órdenes dadas al Ejército de sofocar el “levantamiento de Valparaíso”, por supuesto, no fueron acatadas.

Recién en una tercera comunicación, Allende hablará de “golpe de Estado”, sin dar ninguna indicación a los trabajadores, más que anunciar que “sólo acribillándome a balazos podrán impedir la voluntad que es hacer cumplir el programa del pueblo”. En una nueva comunicación indica que “en estos momentos pasan los aviones. Es posible que nos acribillen. Pero que sepan que aquí estamos, por lo menos con nuestro ejemplo, que en este país hay hombres que saben cumplir con la obligación que tienen”. En su último discurso a la población, Allende recordará que “en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente; en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando las vías férreas, destruyendo lo oleoductos y los gasoductos, frente al silencio de quienes tenían la obligación de proceder”; es decir, todo esto bajo su gobierno.

Los últimos momentos de Allende son recordados por su discurso final, aquella donde pregona que “se abrirán las grandes alamedas”. En la madrugada del 11 de septiembre de este año, el actual presidente Boric transmitió desde La Moneda dicho discurso. Pero mientras Allende daba su último discurso de derrota, condenando la “traición” de los militares, decretando que “la historia los juzgará”, el movimiento obrero impulsaba diferentes focos de resistencia en todo el país. En la fábrica de pastas Lucchetti los trabajadores llegan a derribar un helicóptero. La clase obrera, sin embargo, no recibió ni de Allende ni de ningún dirigente de los partidos de izquierda indicación alguna para organizarse y combatir.

Finalmente, La Moneda fue bombardeada y Allende fue sacado muerto del edificio. Durante muchos años, los partidos de la Unidad Popular sostuvieron que Allende murió en combate. La realidad, contada por ellos mismos algunas décadas después, es que Allende aceptó la rendición a las 13,30 hs. y todos los que permanecían en el edificio recibieron órdenes de salir flameando una bandera blanca. Diez minutos después, Allende se suicidaba. La versión más difundida fue que el suicidio se produjo con el arma de origen soviético que Fidel Castro había regalado a Allende años atrás. Política Obrera afirmará entonces que “su trágico final en 11 de septiembre lo hizo entrar en la historia con los laureles del héroe, falsificando su papel político real. La apología de Allende es una forma de impedir el progreso de la conciencia revolucionaria de la vanguardia obrera”.

(Artículo elaborado en base a las notas publicadas en Política Obrera de 1973).

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Chile: a 50 años del golpe de 1973 (II) Del golpe de junio al golpe de septiembre. Por El Be, 11/09/2023.

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