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La guerra de la OTAN contra Rusia está reconfigurando el mapa político internacional, o sea extendiendo el campo internacional de la guerra. Lo demuestra la ocupación de Nagorno-Karabaj, un enclave de población armenia en el territorio de Azerbaiyán, por parte del ejército azerí. Azerbaiyán, Armenia, Georgia y Abjasia constituyen el Cáucaso sur, una región estratégica ambicionada por las potencias imperialistas desde mucho antes de la primera guerra mundial. La disolución de la Unión Soviética la ha convertido en un escenario de conflictos geopolíticos, con la participación relevante de Turquía y, desde hace un tiempo, Israel, más allá de la misma OTAN. La aviación sionista contribuyó a la logística de la invasión de Karabaj mediante centenares de vuelos. Una parte de la región limita con el Mar Negro, la otra con el Mar Caspio –la importante ruta del petróleo, que confina con Irán.
El territorio fue objeto de disputa desde 1988, cuando Karabaj se convirtió en una República autónoma, con fuertes lazos con Armenia. Durante mucho tiempo fue objeto de la protección de Rusia. Este estatus cambió, primero en forma ambigua, cuando la élite prorusa fue derrocada por medio de un levantamiento popular que consagró un nuevo gobierno, encabezado por el actual primer ministro Nikol Panshinyan. Hace dos años Rusia se convirtió en garante de una tregua entre Azerbaiyán y Armenia, cuando Azerbaiyán ocupó una parte del territorio autónomo, un rol del cual ahora ha abdicado. La explicación de este apartamiento sería el giro de Armenia hacia la OTAN, que se ha manifestado en ejercicios militares con Estados Unidos. La oficina de Ayuda de EE.UU. (USAID) ha salido a socorrer a Armenia. El gobierno de Biden, de todos modos, no movió un dedo contra la ocupación azerí; Karabaj es reconocido internacionalmente como territorio soberano de Azerbaiyán. El 80 % de la población de la región autónoma ha huido hacia Armenia, en un éxodo de memoria fatídica, que rememora el genocidio de los armenios, por parte de Turquía, en la segunda década del siglo pasado.
La guerra en Ucrania ha debilitado a Rusia en sus llamados “patios traseros” – de un lado el Cáucaso sur, del otro Asia Central. Las autoridades azeríes han advertido su intención de ocupar la propia Armenia, a la que denominan “Azerbaiyán Oeste”. Detrás de esta orientación se encuentra Recip Erdogan, el mandatario de Turquía, para quien su país y Azerbaiyán forman una única nación bajo el paraguas de dos estados. Dos gasoductos, el Turk Stream y el Blue Stream aspiran a conectar a Turquía con Asia Central, en competencia con Rusia, el corredor Zanzegur. Otros tantos gasoductos con Europa sustituirían el abastecimiento de Rusia, que continúa incluso después del sabotaje a los que pasan por el Báltico.
Esta explotación del vacío que Rusia ha dejado como consecuencia de su invasión a Ucrania, no augura, necesariamente, el potenciamiento de subimperialismos regionales, sino que forma parte de una tendencia a la disgregación de la misma Rusia como consecuencia de la guerra de la OTAN. La invasión de Ucrania no ha favorecido a la defensa nacional de Rusia, como pretende el régimen de Putin y quienes lo apoyan reivindicando ese propósito. La crisis mundial desatada por la guerra en Ucrania ha movilizado a Arabia Saudita, Turquía e Israel a formar un bloque propio, con la intención de los dos primeros de incorporar a Irán, la bestia negra para el sionismo. Antes de la revolución iraní de 1979, Irán había sido el aliado más sólido de Israel y viceversa.
La guerra propiamente dicha, en Ucrania, se encuentra en un impasse. El estancamiento de la llamada contraofensiva contra las regiones ocupadas por Rusia ha desatado una crisis en la OTAN. La respuesta oficial ha sido incrementar la provisión de misiles de largo alcance a Ucrania, con el propósito de atacar la retaguardia del ejército de Rusia. Ha caído la prevención de que podrían ser utilizados para atacar territorio ruso; por el contrario, han aumentado los ataques al interior de Rusia y a Crimea. Estados Unidos ha ofrecido a Ucrania el misil táctico, o sea nuclear, B61-12. Rusia ha respondido con mayores bombardeos a la infraestructura militar y civil de Ucrania y con la advertencia, de nuevo, que recurrirá a una respuesta nuclear a una amenaza en igual sentido.
El ejército ucraniano, por su lado, atraviesa una crisis creciente por el nivel de muertos y heridos de sus tropas y el decrecimiento de su capacidad de reclutamiento. Hay un boicot al alistamiento en la infantería y una denuncia permanente de coimas para eludir el servicio militar. La economía de Ucrania depende enteramente de la asistencia externa. La alternativa de una guerra prolongada de desgaste al fracaso de la “contraofensiva” carece de bases firmes. De aquí los planteamientos para acelerar la integración de Ucrania a la Unión Europea con la finalidad de obtener financiamiento e inversiones para proseguir la guerra o, eventualmente, para el caso de acordar un armisticio. Para esto la UE debería reforzar la industria militar. El involucramiento superior en la guerra que suponen estos planteos, convertirían a todo el territorio europeo en un terreno de confrontación militar.
El empantanamiento en la guerra ha acrecentado la crisis al interior del “establishment” norteamericano. El acuerdo parlamentario para prorrogar el Presupuesto por 45 días, excluye los gastos previstos para la asistencia a Ucrania. El veto republicano apunta a obtener del gobierno Biden un recorte fuerte de gastos sociales e incluso rebaja de impuestos, para habilitar esa asistencia. Esta exigencia tiene lugar cuando Estados Unidos atraviesa por una ola de huelgas sin precedentes en décadas. La guerra obliga a un replanteo de las relaciones políticas y sociales, capaz de habilitar la capacidad para emprender una escalada militar. La guerra es el huevo de la serpiente del fascismo, aunque se libre en nombre de la “democracia”. En el caso de Estados Unidos viene acompañada de una divergencia acerca de las prioridades de esa guerra, que para los seguidores de Trump debería ser China. Algo similar ocurre en Alemania, donde la industria ha caído en picada como consecuencia de los costos de la guerra. Alemania va camino a convertirse en una Grecia o Portugal europeos, quebrando el pilar de la Unión Europea en su conjunto; ha logrado, por de pronto, un ascenso pronunciado del partido Alternativa por Alemania, que comulga con el fascismo. El reordenamiento político y social del capitalismo es una imposición inexorable de la guerra y abre el escenario de guerras civiles de alcance internacional.
La cuestión de Ucrania ha abierto otro asunto fundamental, relativo a su condición de proveedor mundial de cereales. Putin ha roto el acuerdo de tránsito de cereales ucranianos por el Mar Negro, alegando el incumplimiento de los acuerdos para los granos de Rusia. Rusia exige, por ejemplo, que su banco agrícola sea retirado de la lista de sanciones y que pueda operar en el mercado de compensaciones financieras. Más allá de los reclamos ha anunciado la intención de ocupar todas las ciudades-puerto de Ucrania, para soldar un cerco mortal a la economía ucraniana, hoy ya fuertemente afectada por los bombardeos rusos a las regiones cerealeras. La salida alternativa del grano ucraniano por el Danubio ha provocado el boicot de Polonia, Rumania, Hungría, que denuncian que su ingreso desataría la ruina del agro de sus países. Estamos ante la punta del ovillo de una crisis en la UE en momentos en que aumentan los reclamos para integrar a Ucrania, como condición para proseguir la guerra.
Varios analistas coinciden, con disidencias de otros, en que Rusia ha sorteado el régimen de sanciones impuesto por la OTAN. Oleg Deripaska, un ex zar del aluminio de Rusia, le adjudica una gran capacidad de reacción a la burguesía rusa. La inglesa Glencore, sin embargo, acaba de reconocer que ha traficado enormes cantidades de cobre ruso por medio de Turquía, lo que demostraría el enorme papel del capital internacional en el señalado fracaso de las sanciones. Son numerosas las firmas extranjeras que siguen operando en Rusia. La guerra nunca ha sido obstáculo para los grandes negocios del capital. Sólo muestran los lazos entre el capital internacional y la oligarquía rusa.
El campo de la guerra y de la crisis política al interior de las potencias beligerantes se ha ampliado y acentuado. La lucha contra la guerra imperialista no ha perdido actualidad - es mayor que nunca. En Argentina misma, ocupa un lugar central en la crisis; Martín Redrado ha señalado que es una oportunidad para declararse abiertamente pronorteamericano. Es la condición política internacional para todos los “planes” en danza –aunque sus propios autores no son capaces de definirlos en todos sus términos. Argentina es una de las terminales de mayor actualidad de la crisis y la guerra internacionales.
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