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Las elecciones generales que han tenido lugar ayer en Turquía han despertado expectativas fuera de lo común.
Los resultados provisorios dan la victoria al presidente actual, Recyp Erdogan, pero serían insuficientes, por pocas décimas, para evitar una segunda vuelta. El 5 % que obtuvo el tercero en disputa, una formación nacionalista, menor al que le daban las encuestas previas, no garantizan el triunfo de Erdogan en el balotaje. El dictador de Turquía ha sobrevivido a una inflación que ha crecido en forma arrolladora, del 7 al 85 % anual (aunque ha bajado ahora a un incierto 45 %), y a un sobrecogedor terremoto, que pusieron al desnudo la precariedad de la construcción edilicia y la connivencia del gobierno con los grupos dominantes de la industria, el pivot de la economía turca. Desde que ganó las elecciones para la intendencia de Estambul, en 1990, Erdogan ha sido el protagonista absorbente de la historia de Turquía durante casi cuatro décadas. El antecedente de la encrucijada electoral ha sido la victoria de la oposición en las elecciones en Estambul hace menos de tres años.
La atención internacional que han recibido estas elecciones obedece al lugar excepcional que ocupa Turquía en su entorno regional. En primer lugar, en la actualidad, con respecto a la guerra entre la OTAN y Rusia en Ucrania. En segundo lugar, en otra guerra presente, como ocurre en Siria. En tercer lugar, antes aún, en la invasión a Irak, liderada por Estados Unidos, Gran Bretaña y España. Turquía ocupa militarmente una parte de la Isla de Chipre (hasta no hace mucho refugio del dinero de los oligarcas rusos) y disputa con los países ribereños la explotación de los yacimientos de gas en el este del Mediterráneo. Interviene en la guerra internacional en Libia. Es un factor fundamental en las disputas en el Cáucaso, donde recientemente impulsó la invasión de un territorio dominado por Armenia, país apoyado por Rusia. La defensa de la Hermandad Musulmana, derribada por un golpe militar en Egipto, la ha enfrentado duramente con Israel en la última década. El activismo internacional de Erdogan, jugando a las rivalidades entre las diferentes potencias, lo ha distinguido de los gobiernos que lo precedieron, alineados con el kemalismo laico y militar de Turquía, que operaba como aliado incondicional de la OTAN.
Aunque la prensa de la OTAN ha expresado su deseo de que Erdogan pierda el gobierno, en los círculos íntimos las posiciones son más controvertidas. En 2016, Estados Unidos y la Unión Europea, agitadores internacionales de la democracia, intentaron derrocar a Erdogan por medio de un golpe militar, para poner fin a la ambivalencia internacional de Turquía. Un sector de la base militar de la OTAN en el país participó de la sublevación. Ahora, varios comentaristas dudan de que a la OTAN le convenga deshacerse del que llaman el Sultán Otomano. El punto central del litigio es la mediación que desarrolla Erdogan en la guerra entre la OTAN y Rusia. Turquía, por un lado, ha repudiado la invasión rusa y fue la proveedora de drones que permitió que Ucrania rechazara el intento de Putin de ocupar Kiev; sigue siendo un canal del apoyo militar a Ucrania. De otra parte, Turquía no ha acompañado las sanciones de la OTAN contra Rusia y, todo lo contrario, es un intermediario del comercio de Rusia con terceros países. A cambio de este recibe una enorme comisión y una reducción sustancial del precio del petróleo que le provee Rusia.
Este subsidio le ha servido para bajar la inflación del 85 al 43 %, a pesar de proseguir con una gran emisión monetaria para solventar los negocios del capital asociado al régimen. Erdogan ha servido de mediador para la exportación de granos de Ucrania por medio de las zonas marítimas controladas por Rusia. Pero Turquía mantiene el bloqueo al tránsito de Rusia por el estrecho del Bósforo al Mediterráneo. Al final de cuentas, la controversia acerca de si a la OTAN le conviene o no la permanencia de Erdogan se reduce, al menos en última instancia, a si quiere conservar a un mediador o si está empeñada en una guerra a ultranza para derrocar a Putin e imponer sus condiciones a Rusia. Bajo estas presiones, Erdogan ha levantado su contencioso con Arabia Saudita -para obtener financiamiento para su economía inflacionaria- y con Israel. Putin está advertido de que la intermediación de Turquía para sortear los embargos de la OTAN no dejan de convertirla en una rival en las regiones turcomanas de Rusia o de la ex URSS.
Una derrota por margen reducido de Erdogan, lejos de marcar un exilio político del Sultán, llevaría seguramente a una agudización de la crisis política en Turquía. La oposición, por de pronto, no gozaría de mayoría parlamentaria, donde el partido de Erdogan amplía la diferencia debido al sesgo de las leyes electorales. El candidato de la oposición se ha adelantado a señalar el propósito de mantener muchos aspectos de la posición internacional de Erdogan. El ascenso de Erdogan, en las últimas décadas, representa un cambio de la base de poder de la burguesía financiera de Estambul, proeuropea, hacia la del interior, con lazos en el ex territorio otomano. El CHR, el partido laico de la tradición del fundador de la República, Kemal Atarturk, está más vinculado a la ciudad que es centro financiero del país. El cruce de presiones internacionales sobre Turquía ha forzado a un régimen bonapartista de gobierno.
La cuestión de la democracia política ocupa un lugar fundamental, porque, a partir del golpe de 2016, la represión ha llevado a centenares de arrestos y prisiones ilegales. Lo mismo ocurre con la represión en el Kurdistán, en el sur de Turquía, e incluso en el norte de Irak. El HDP, calificado como partido prokurdo, que representaría a una cuarta parte del electorado, se ha visto obligado a presentarse a través del partido Verde, para sortear la proscripción. La oposición se vale de las consignas democráticas para propiciar un definitivo alineamiento con la OTAN.
La guerra de la OTAN y Rusia domina la elección turca, sin la presencia de una fuerza política de la clase obrera, que convoque a luchar contra el imperialismo mundial y la autocracia restauracionista de Rusia.
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