Tiempo de lectura: 2 minutos
El plan de anexión del valle de Cisjordania que Trump y Netanyahu anunciaron con bombos y platillos en enero pasado nunca despegó. Aunque fogoneado por el lobby de los asentamientos con el magnate del juego pro Trump, Sheldon Adelson a la cabeza, a ese plan se opusieron ni más ni menos que el ejército y los poderosos ´servicios´ de Israel (tanto el Shin Bet, como el Mossad). Estos tienen a su cargo no sólo la ocupación de Cisjordania (ya van 53 años) sino el completo dominio de todas las relaciones exteriores del estado sionista. En particular con la mayoría de los estados árabes los cuales se han transformado, en recientes años, en los principales clientes en materia de seguridad de Israel. Vale para Arabia Saudita, Egipto, Jordania (todos los cuales tienen estrechísimas relaciones de todo tipo, no solo diplomáticas) y la mayoría de los emiratos del Golfo, los que no gozaban de las últimas, pero mantienen aceitadísimas de las otras).
Las fuerzas armadas de Israel, por lejos las mejor pertrechadas y únicas con poder nuclear de la región, se opusieron a ese plan porque lejos de contribuir a ´estabilizar´ los llamados ´territorios´ siempre consideraron que esa anexión procedería como una provocación o afrenta innecesaria contra los palestinos; en particular, contra el principal aliado sionista en los mismos: la Autoridad Palestina.
Relativamente incluso con Hamas, el cual en los últimos dos años mantuvo según todos los analistas un cuadro de ´paz´ impensable tiempo antes. La explicación es muy sencilla: en este período el principal sostén del gobierno de Hamas en Gaza es el emirato de Qatar, un aliado de primer orden del estado sionista (del consorcio que explota el petróleo del Mediterráneo frente a Gaza y se exporta en un 80% a Egipto y Jordania participan empresas qataríes).
En medio de la pandemia que golpeó fuertemente la economía del estado sionista y, especialmente, de una ola de movilizaciones populares, “la influencia única de los Emiratos Árabes Unidos” permitió a Natanyahu bajarse de un “un plan de anexión que estaba enterrado” (sic). Así lo caracterizó un ex embajador yanqui en Israel, Daniel B. Shapiro, (Haaretz, 14/8).
Shapiro cuenta los pormenores: “Cuando el embajador de los E.A.U. en EE.UU., Yousef al-Otaiba, decidió publicar un artículo de opinión en hebreo en el periódico israelí Yediot Ahronot a mediados de junio … dio en el blanco … abrió la puerta a un gran paso adelante en la ruptura de barreras en los lazos árabe-israelíes” (ídem). “El artículo (del embajador qatarí), sigue Shapiro, creó una oportunidad, explorada en conversaciones entre al-Otaiba y el asesor principal de la Casa Blanca, Jared Kushner. Entre el equipo de Trump, se sabía que Kushner no mostraba entusiasmo por la anexión precipitada ...” (ídem).
La firma del acuerdo apunta también al salvataje de dos náufragos,Trump y Netanyahu, bajo asedio en sus respectivos países.
Más ostentosa sí ha sido la queja del premier turco. Erdogan amenazó con la ruptura de relaciones con los E.A.U. En cambio, Omán y Bahrein ya anunciaron que están dispuestos a seguir la normalización de relaciones diplomáticas de los E.A.U.
Turquía está siendo el pato de la boda del reordenamiento regional en la posguerra siria. China está cerrando acuerdos estratégicos con Arabia Saudita, los emiratos del golfo e Israel simultáneamente. Tras la destrucción del puerto de Beirut, cuya reconstrucción es fundamental para el flujo mercantil en toda la región, “las estimaciones preliminares que iban de entre 3.000 y 5.000 millones de dólares aumentaron en unos días a cinco veces” . “La conferencia virtual y urgente que el presidente francés Emmanuel Macron convocó con los líderes de 15 naciones ha arrojado resultados decepcionantes”, logró reunir apenas 300 millones. “China es un candidato casi natural para ganar la licitación” y regentear el puerto a cambio de reconstruirlo (Zvi Bar'el, Haaretz, 14/8).