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Me gustó, cómo no me va a gustar una película donde se corta la calle, se da una clase pública contra el cierre de la universidad y se lucha contra la represión policial.
Donde un profesor timorato, estudioso, pero quedado bajo el ala de un titular muerto, se decide a hacer la suya, a ser el docente que él quiere, perdiendo su docilidad y cantando en Bolivia, sin convertirse en un showman al estilo docente yanqui. Haciendo el duelo.
La película tiene humor, los sonidos son amplificados para jugar un rol en el relato junto con los primeros planos. La hipérbole -realidad aumentada hasta el límite-, en la narrativa de la vida universitaria derrumba el hilo desenvuelto paso a paso y motoriza el conflicto hacia su resolución, como en un tobogán. Actores preciosos. El ambiente académico de la Facultad de Filosofía y Letras, donde se estudian disciplinas sin una utilidad económica, el lugar de la intelectualidad más abstracta, contrastada con la necesidad de vivienda, de ansias de acceso a la reflexión por sectores aislados de estas prácticas. Todos elementos que me hacen decir, la vi con ganas.
¿Cuál es, entonces, la debilidad de esta película?
No muestra la realidad de la vida universitaria, dominada por las camarillas, por decanos alineados con partidos de los gobiernos, rehenes de las empresas que determinan qué investigar, etc. En una palabra, la expresión privatizadora y sus rencillas. Los conflictos que se muestran son más que *light *y se resuelven fantasiosamente. A la hora de hablar en una asamblea universitaria, el micrófono no es disputado sino cedido aun por las autoridades. Esta no es la realidad de la UBA donde los decanos son la transmisión de las políticas que hunden a la educación. Nada de verosimilitud, ahí. También está deformado el papel de los activistas a nivel de caricatura, cuando en realidad la lucha política dentro de las facultades tiene un alto desarrollo y un nivel no apreciado, ni desenvuelto en el film.
Al tímido profesor antihéroe que, si bien transforma su realidad retomando su carácter de luchador durante el corte, es su rival acomodado quien lo habilita en el lugar protagónico.
El profesor que viene de afuera, adaptado a otras condiciones de trabajo, no reacciona frente a la dura situación local. Este es un personaje estereotipado y a la vez ficticio.
Uno se queda con la sensación de que no se llega a profundizar ni la cuestión política, ni los conflictos del personaje principal. Aunque la historia del protagonista tiene un desarrollo que va de esa postura temerosa y sin decisión a adoptar una posición propia, la película se queda a mitad de camino.
Se vislumbra una adaptación política oficialista, al mostrar una realidad parcial. No se sabe quiénes son los responsables del tremendo ataque (podría ser Milei, eso sí) y todos los sectores universitarios, patronales y no, se juntan sin diferencias, para enfrentar al enemigo, como si todos tuvieran la misma consecuencia y ninguno tuviera responsabilidad en los ataques. Una asamblea es, también, un terreno de debates y disputas de poder, no una reunión de amigos, como aparece en la película. Una herramienta para actuar en común contra el estado, donde se combaten las tendencias que intervienen para adaptarse al poder.
Nos gustó la película, ¿cómo no nos va a gustar una película que hable de bajos salarios docentes, de aulas superpobladas, de corte de presupuesto educativo, de ataques feroces a la universidad pública, de la pasión por enseñar y aprender, y finalmente cómo no me va a gustar una película que muestre que los docentes y estudiantes, corazón de la enseñanza, son los que luchan contra el estado, para defender a la educación pública.