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Los trabajadores de la salud nos encontramos atravesados por la coyuntura electoral y política, con un régimen en crisis terminal. Pero además nos está aplastando el padecimiento social. Lo entendemos como un efecto que surge de la desintegración, no sólo de nuestras condiciones materiales, sino también subjetivas y vinculares.
Los trabajadores informales, más de la mitad de la población, han perdido el 50 por ciento de su salario. Es un cuadro que se entrelaza con la dificultad en el acceso a la salud. Situaciones de espera que se eternizan y acaban con la vida de quienes requieren atención de manera urgente.
Estamos ante condiciones laborales que hacen insostenible la existencia digna de trabajadores y usuarios, obligando a los primeros a migrar a otros sistemas, y a los segundos, que no cuentan con los recursos para pasar al sector privado, a perecer, en el sentido más ‘literal’ del término.
Las problemáticas sociales complejas que nos llevan al padecimiento social, no sólo se presentan como un desafío para las políticas públicas y la legislación. Los trabajadores tenemos un rol en la exigencia de inversión en salud, para frenar el vaciamiento, y denunciar la ausencia de servicios necesarios para la población. Estamos ante una falta de políticas públicas que fortalezcan el sistema sanitario. Los escasos salarios vienen generando como efecto la vacancia de especialidades como pediatría, cardiología, terapia intensiva, entre otras.
El intento de reformar el sistema de salud, busca un modelo similar al de la comida rápida, que obliga a los trabajadores a atender en turnos de 15 minutos, por sueldos miserables. La política de turnos que instaló el gobierno de la Ciudad y deriva a través de líneas telefónicas, se vuelve un mecanismo de control y explotación para trabajadores profesionales.
Es necesario hablar de padecimiento social para formular una denuncia acerca de las carencias que inciden en la salud de la población. Es una problemática que no se acota a los turnos en el sistema sanitario, sino a condiciones de vida digna, cuestiones básicas como acceso al agua potable y a una red cloacal, salarios por encima de la canasta familiar, utilización del tiempo libre. Es necesario hacer un contrapunto con lo que se nos presenta como posible en esta elección que nada dice de todo esto, sino que intima al electorado a votar por el “menos malo”.
En un cuadro de encerrona electoral de ballotage, ninguno de los dos candidatos manifiesta su interés en la salud y la vida de la población. En las diferentes arengas de campaña no han formulado una sola idea progresiva para las necesidades sociales: váuchers por un lado, silencio de radio por el otro.
Hoy más que nunca resulta imprescindible no quedar capturados por estas falsas dicotomías, sino salir a la búsqueda de la organización hacia una huelga general frente a esta crisis en la que estamos inmersos, y que lejos está de resolverse en una contienda electoral.
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