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En el día de hoy tendrá lugar la inauguración de las sesiones de la COP 28 en Dubai, Emiratos Arabes Unidos. Sería la conferencia con más asistencia hasta ahora. Los organizadores esperan cerca de 70.000 personas entre delegaciones de Estados, inversores, empresas, academia y activistas. Dice en forma sarcástica una periodista del Financial Times, “Los países anfitriones de la COP también organizan lo que es, de hecho, una gigantesca exposición climática” para ilustrar que en la conferencia “quiénes tienen una visión precisa de lo que está sucediendo son una clara minoría” (29/11). Cuando una conferencia que debe abordar un problema político específico para llegar a conclusiones prácticas específicas se transforma en una romería, estamos ante la presencia de un impasse. La actual conferencia se desarrolla, además, en un contexto internacional que la torna explosiva: la guerra en Medio Oriente que se ha materializado en un gigantesco genocidio por parte del Estado sionista de Israel contra el pueblo palestino, fundamentalmente en la franja de Gaza, pero también, en Cisjordania. Solo para graficar como estos enfrentamientos pueden estropear “consensos” entre los Estados parte de la CMNUCC, recientemente, Jordania ha anulado un convenio con Israel que tenía como objetivo el intercambio de energía por agua. En la misma línea la guerra entre Rusia y la OTAN, que ha entrado en un pantano, colabora en la profundización de los enfrentamientos entre los Estados. De manera más global, los enfrentamientos bélicos en curso, han puesto en perspectiva el escenario de una tercera guerra mundial, acelerando todos los factores que colaboran en la crisis climática, entre ellos el problema de la producción y quema de combustibles. Veamos.
La vigésimo octava conferencia de las partes tiene como una de sus dos tareas principales hacer un balance de lo realizado desde el Acuerdo de París, allí por 2015. En aquella ocasión, los Estados se habían comprometido, informe de expertos científicos mediante, a mantener el aumento de la temperatura global por debajo de los 2 °C y hacer todos los esfuerzos posibles para que este no supere el umbral de 1,5 °C respecto del período preindustrial. El sexto informe de los expertos, emitido este año, ha concluido que el calentamiento global ha alcanzado 1,1°C por encima del período previo a la segunda Revolución Industrial. También, que la mayor parte de este aumento se ha producido en los últimos 50 años. Los últimos años han sido aleccionadores acerca de las consecuencias catastróficas del cambio climático. El verano boreal ha roto un récord detrás del otro en aumento de temperaturas y ya se anuncia un verano austral que seguirá sus pasos: recientemente Brasil a rozado los 60 °C. Estos aumentos de temperatura han acicateado grandes incendios (Grecia, Canadá, sur de Estados Unidos, Amazonas); sequías (cuerno de África, Cono Sur de América) e inundaciones (Libia, India, Brasil, Mesopotamia argentina). Un número cada vez más grande de estudios muestra la incidencia del cambio climático en la salud humana aumentando la mortalidad en la franja etaria más alta y los padecimientos de ciertas enfermedades y epidemias. Las sequías amenazan la seguridad alimentaria por la escasez y la mala calidad de alimentos y agua. Estos mismos eventos erosionan la salud de la flora y la fauna y redundan en una destrucción de la biodiversidad, una riqueza material y cultural que es patrimonio generado durante millones de años de historia de nuestro planeta. El balance, no es nada alentador respecto del cambio climático.
Pero tampoco lo es respecto de las acciones llevadas a cabo para combatir esta crisis. Recientemente la misma ONU ha publicado un informe en el que señala que “los gobiernos planean producir cerca de un 110% más de combustibles fósiles en 2030 de lo que sería consistente con limitar el calentamiento a 1,5 °C, y un 69% más de lo que sería acorde con limitarlo a 2 °C” para 2050. Se estima que esta brecha será del 350% y del 150% respectivamente (un.org/es). La “brecha de producción” como la llaman -la diferencia entre las proyecciones de producción de combustibles fósiles por parte de los Estados y las proyecciones necesarias para desacelerar el aumento de la temperatura global- no ha tenido cambios consistentes respecto del primer informe, realizado en 2019. El Secretario General, Antonio Gutérrez, ha instado a los “líderes” a ser “mas ambiciosos” en sus contribuciones nacionales tomando medidas más radicales en la reducción de GEI: a la mitad para 2030 en comparación con los niveles de 2010 y llegando a cero emisiones netas para 2050. Pero estas “ambiciones” u objetivos, que son los que se desprenden del balance realizado por los expertos, entran en abierto choque con la tendencia que muestran los acontecimientos. La celebración de la conferencia en Dubai ha sido fuertemente criticada porque los Emiratos Árabes Unidos son parte de la OPEP, el mayor monopolio productor de hidrocarburos. El presidente designado ha sido el Sultán Al Jaber que es director ejecutivo de la Compañía Nacional de Petróleo de Abu Dhabi (ADNOC). Las organizaciones ambientalistas han planteado que la COP estará fuertemente presionada por el lobby petrolero en el momento en que debe discutir una “acción climática más enérgica”. Hace unos días, los medios se hicieron eco de la filtración de documentos que demostrarían que los Emiratos buscan con esta cumbre limpiar su imagen ante la prensa internacional, de un lado, y establecer acuerdos de petróleo y gas con otros países, del otro. Dubai enfrenta denuncias de la misma ONU por crímenes de guerra, en la matanza que, en coalición con Arabia Saudita y la OTAN, perpetraron contra el pueblo yemení. De otro lado, los documentos mostrarían que el sultán Al Jaber quiere cerrar acuerdos petroleros con 15 países, entre ellos China, Brasil, Alemania y Egipto.
La presidencia de Al Jaber en la cumbre climática ha sido defendida por el mismísimo Biden, en el entendimiento de que, justamente, como conocedor de la industria, es el más apto para atraer financiamiento hacia las energías renovables. Es cierto que los reyes del petróleo del Medio Oriente podrían evaluar una inversión abultada en energías renovables utilizando las ganancias fabulosas que les ha dado 50 años de pole position en el rubro. Pero esta es una inversión marginal respecto de las que se están produciendo en el ámbito petrolero. Estados Unidos se encuentra en una inversión a gran escala en la producción para exportación de GNL hacia Europa, en el Golfo de Luisiana y Texas. Avanzan todas las etapas de prospección, exploración y explotación en el Atlántico (Boca del Amazonas en Brasil, Costa Atlántica bonaerense, cuenca Fueguina y Malvinas), en la Patagonia (Vacamuerta), en el Mediterráneo Oriental (costa de la Palestina ocupada) o en Colombia. El nuevo impulso a estas iniciativas lo ha dado la guerra de la OTAN con Rusia que ha abierto el mercado europeo para la exportación de combustibles. De otro lado, la guerra de Israel contra Palestina amenaza con desestabilizar al Medio Oriente, creando también allí problemas de abastecimiento. En una palabra, los problemas de abastecimiento reales o potenciales de petróleo, generados por la guerra, amenazan con poner a disposición una cantidad mucho mayor de combustibles para ser quemados. La COP 28, como hemos advertido tempranamente desde estas páginas se encontrará como ninguna conferencia anterior, con la barrera infranqueable de la competencia comercial y la guerra capitalista. Dos factores que, en este régimen social, son los que actúan como fuerzas centrífugas y petardean cualquier posibilidad de cooperación internacional.
La crisis de la COP amenaza con su mismísima disolución. Muchos de los expertos ya han expresado opiniones acerca de la incapacidad de esta conferencia para arribar a acuerdos concretos, es decir, financiamiento de planes de mitigación y adaptación. Se piensa en la idea de remplazarla por reuniones “bilaterales” entre los Estados y los financiadores como bancos multilaterales y fondos de inversión (FT, 29/11). Esta no sería una idea nueva puesto que cuando un gobierno dispone de un proyecto productivo acude en primera instancia a los organismos multilaterales. El problema, en el capitalismo, es que los proyectos productivos que van en el sentido de una reconversión de la industria hacia criterios ambientales no son rentables para el capital o amenazan la renta de otro capital, por lo cual son vetados por las instituciones financieras. La más prestigiosa prensa de negocios británica también es consciente de esta crisis, pero alega que lo importante es que la COP existe: mientras el Financial Times se consuela diciendo que gracias a la COP supimos de la importancia de la reducción en las emisiones de carbono, los gobiernos debieron dar explicaciones y hacer planificaciones y se planteó la necesidad de remodelar las instituciones financieras. The Economist, mentirosamente, se excusa en que, en una sociedad industrial, que no para de aumentar las emisiones de CO2 desde su origen, llegar al pico de estas en pocos años “podría verse como el fin del comienzo de la lucha por un clima estable”(23-11). Pero los últimos informes justamente ponen en duda que este pico de emisiones esté cerca. El diario londinense agradece a la Cumbre de París por haber hecho que el clima sea materia de discusión. En realidad, es al revés: la conferencia ha sido incapaz de abordar positivamente la crisis ambiental. La canalización de todo el conocimiento disponible acerca de los problemas concretos en los que se manifiesta esta crisis, se ha dado en el seno de un organismo que representa los intereses de una clase en decadencia y que, ella misma, es la primera responsable histórica por el desastre ecológico creado. Lo que sucede es que, a 30 años de existencia, la COP ha puesto de manifiesto, cada vez de forma más encarnizada y concentrada, la contradicción entre la creciente conciencia de la crisis ambiental, a través del avance del conocimiento en la materia, de un lado, y los intereses de los Estados y sus burguesías y del capital a nivel internacional del otro.
Por último, la COP ha dejado afuera la discusión de otros aspectos de la crisis ambiental. Un problema que amenaza transformarse en una crisis sanitaria y de involución psicofísica de la especie humana es la contaminación a gran escala con glifosato, cuya autorización para su utilización ha sido recientemente renovada por diez años más en el territorio de la Unión Europea. La omisión es flagrante y corrobora -una vez más- la identidad de los intereses de la burocracia de la CMNUCC con los del capital.
Continuará…