Escribe Patricia Urones
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La vigésimo octava edición de la Conferencia de las Partes, a celebrarse a fin de año en Dubai se encamina a otro fracaso. La COP se realiza en forma anual para reunir a los estados parte de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (1992-1994) y tiene como función hacer un seguimiento de los acuerdos realizados en torno a la problemática. Parte de la idea de que el cambio climático es producido por la acción “del hombre”, en forma general, abandonando incluso las declaraciones vertidas por las primeras conferencias referidas al tema (1989) que advertían sobre la presión ejercida sobre el medioambiente por una industrialización acelerada y la responsabilidad de las grandes empresas transnacionales en la contaminación. Los acuerdos de 1992 se inscribieron en el proceso general de la disolución de la Unión Soviética, la restauración del capitalismo en China y Rusia y las grandes movilizaciones políticas de la clase obrera contra la burocracia de estos estados, en pleno proceso de enriquecimiento a base de las privatizaciones de la propiedad estatal. Detrás de las conferencias de alto nivel, entre los países capitalistas y aquellos en vías de transición a una “economía de mercado” (sic Convención Marco) se operó una colaboración entre las burocracias de China y Rusia de un lado y de la UE y Estados Unidos de otro, para contener las rebeliones de los trabajadores contra la ola privatizadora… en todo el mundo.
Naturalmente, este es el marco político sobre el cual la ONU, el organismo mundial del régimen social actual, se ve obligada a intervenir en la crisis del medio ambiente. La primera y la segunda guerra mundial, con sus consecuencias de destrucción masiva de vida humana, con la contaminación provocada por la producción de armas químicas como la bomba atómica y el agente naranja (hoy utilizado como materia prima de muchos herbicidas aplicados en la actividad agrícola) sumadas a la multiplicación de la emisión de gases de efecto invernadero, producto de la industrialización a gran escala, aceleraron todos los factores que colaboran en el cambio climático y la contaminación de suelos, agua, aire y personas. La naturaleza en su conjunto, entendida como una síntesis entre el hombre y su medio, esta “rota”. La restauración del capitalismo en los exestados soviéticos en los últimos 50 años ha expandido al conjunto del globo este proceso. La lógica de la producción basada en el lucro y la competencia, intrínsecamente unida a la explotación del hombre y los recursos naturales, se extendió por todo el planeta como nunca antes en la historia bajo la dirección política del imperialismo norteamericano y su compinche, el europeo. La destrucción del medio ambiente no opera en el vacío, sino bajo una lógica de producción determinada; una organización política de la sociedad basada en la división de clases y una organización del mercado mundial basada en la competencia entre estados.
A 40 años de los primeros intentos de “cooperación” la situación política mundial y la crisis ambiental se han agravado. La acumulación de un gigantesco capital ficticio, el estallido financiero de 2007-2008 y su último episodio en 2018, junto al sobreendeudamiento de los estados y la perspectiva de una tercera guerra mundial, se combinan con un empobrecimiento y una precarización laboral históricos de la clase obrera mundial. De otro lado, asistimos a records históricos de aumento de la temperatura global con sus respectivas consecuencias en fenómenos meteorológicos extremos como olas de calor, inundaciones y sequías. Esto y la contaminación de aguas y suelos ha redundado en un aumento de las enfermedades infecciosas y psíquicas de los seres humanos y una extinción masiva del resto de las especies animales, poniendo en serio entredicho la vida en nuestro planeta. El capitalismo ha acelerado todos los factores que inciden en la destrucción del medio ambiente y en la inestabilidad política internacional. Si quiere acelerar el proceso de privatización y conquista de mercados, para no perder el control político del mercado mundial, la OTAN se verá obligada a extender la guerra con Rusia, hacia China, a la cual ha considerado en estos últimos días un peligro para la alianza y un potencial aliado de Rusia.
Es en este marco global en el cual deben leerse los sucesivos fracasos de los encuentros preparatorios de la COP 28. Lula afirmó en la cumbre para un nuevo pacto financiero global de París que el FMI y el BM están agotados porque no son capaces de resolver el problema del endeudamiento de los países en desarrollo. Recientemente postuló como alternativa al banco de los Brics. Las afirmaciones del presidente Brasilero utilizando el caso de la deuda Argentina han sido llamativas. Lula está pensando en un cambio de acreedor mundial de los países “en desarrollo”, de Estados Unidos a China. Es lo que sucedió, por ejemplo, con los últimos pagos de la deuda al FMI, donde Massa usó los yuanes del Swap con China. El cambio de acreedor, sin embargo, no soluciona el problema de la deuda, solo traslada la tutela política a otro amo. China no es menos capitalista que Estados Unidos o la Unión Europea. El peso muerto de la deuda de los Estados permanecería intacto, sin desbloquear una gran movilización de recursos hacia una verdadera inversión en infraestructura y producción “resiliente al cambio climático”. La salida que plantean Estados Unidos y la UE es crear otra burbuja financiera, la de los bonos verdes y azules, que no harán mas que echar nafta al fuego del endeudamiento. Los bonos verdes han servido solo para exculpar, por ejemplo, al capital minero y petrolero de sus responsabilidades en el actual estado de cosas, han sido la vía ficticia opuesta a una verdadera acción progresiva en pos de un desarrollo sustentable: gravar a estos capitales.
El mismo enfrentamiento se ha observado en el encuentro de ministros de ambiente del G20. Las “diferencias” en torno a la reducción de emisiones provenientes de combustibles fósiles y sobre inversión en energías renovables echa luz sobre los intereses que están operando detrás de la “cooperación sobre el cambio climático”. El ministro de Transición Ecológica de Francia, Christophe Béchu, responsabilizó a Rusia, China y Arabia Saudita por los desacuerdos. La incidencia de la guerra en este fracaso quedó de manifiesto cuando afirmó que “hay intereses nacionales” que obstaculizan el diálogo. Son estos mismos intereses nacionales los que defienden Francia y Estados Unidos en su intervención en la crisis política de Níger, donde tienen fuertes inversiones en minerales estratégicos como el Cobalto. Biden, por su lado, habilitó recientemente la explotación petrolera en el Ártico. El reciente anuncio de Estados Unidos del envío de armamento a Taiwán ha demostrado que la intención última del enviado para asuntos climáticos John Kerry, en su visita a China el mes pasado, no era llegar a acuerdos sobre la reducción de la emisión de carbono sino condicionar su política exterior.
La COP 28 no opera en el vacío político, lo hace en el marco de un régimen social y político determinado. Las partes que la componen son estados que representan los intereses de sus respectivas clases capitalistas. Los estados imperialistas de la COP, están embarcados en una escalada bélica por un nuevo reparto del mercado mundial. En esta tarea quieren asegurarse la cadena de suministros, lo que ejerce una gran presión sobre los países sometidos a su tutela política. La deuda es el instrumento de esta presión, para consolidar posiciones en el control de las materias primas estratégicas: alimentos, energía y minerales. También es la forma de forzar un alineamiento con uno u otro bando en disputa. Por el lado de los estados “subdesarrollados” de la COP, su interés es más inmediato aún, promover cualquier inversión extranjera que les facilite las divisas para el pago de sus abultadas deudas. Estas mismas deudas, como sucede en el caso argentino, están en gran parte, en manos de los mismos empresarios locales, convirtiéndolos en los mayores interesados en pagarla. La crisis capitalista y su efecto, la guerra ha hecho un trabajo de topo sistemático para vaciar de contenido la conferencia.
De un modo general, la cooperación, que dijo tener como propósito en su comienzo la Convención Marco de la ONU sobre el Cambio Climático, ha fracasado. No se trata de la mala voluntad de sus partes sino, nuevamente, de la lógica sobre la cual se estructuran las relaciones internacionales en el capitalismo, la competencia y el lucro. Una verdadera cooperación internacional que ponga en primer lugar la salud del medio ambiente, solo puede ser aquella que valore, en primerísimo lugar… la vida. La clase capitalista y sus estados, dispuestos a ir a una matanza de seres humanos a gran escala para salvaguardar sus intereses, ha mostrado hace años que carece de cualquier capacidad para cuidar la salud del medio ambiente. La única responsabilidad que le cabe a la clase obrera en esta historia es desbancar a la burguesía de la dirección política del mundo. Manos a la obra.