Escribe Norberto Malaj
Cine, encierros, ´estado de excepción´.
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La película “La trinchera infinita” y la serie “Poco ortodoxa” -de tan solo cuatro capítulos- se encuentran en Netflix y llegaron a esa plataforma días atrás casi juntas. ¿Qué tienen de interés para abordarlas aquí? Aunque de temáticas diferentes las une -por lo menos para quien escribe y opina- una cosa: ambas enfrentan la cuestión de cómo hacer frente a un encierro.
Claro que ninguno de los que tratan estas obras refiere a algo equivalente al que hoy vive media humanidad. Pero aun salvando esta distancia, hay una cuestión que las liga entre sí y llega hasta la presente cuarentena.
La primera nos habla del auto-encierro impuesto a un concejal pueblerino del Frente Popular republicano, en 1936, tras ser apresado por el franquismo cuando éste ocupa Andalucía (al inicio de la guerra civil) y luego escape. Lo último es fruto de su arrojo y de un golpe de suerte. A partir de entonces la película describe las peripecias de ese encierro que dura 33 años y que, Higinio, el protagonista, transita junto a su mujer que lo ama, protege y apoya. Es una pequeña historia que describe la vida de los famosos “topos” que salvaron el pellejo de ese modo (muchos otros fueron atrapados). Higinio logra llegar escondido, junto a su mujer y un hijo (que mantienen el contacto con el ´exterior´) hasta la amnistía que Franco declara en 1969. Como en los libros de “la guerra interminable” de la gran madrileña, Almudena Grandes, la película describe -entre muchas cosas- la traición que sufren los perseguidos dentro de España (y fuera) cuando “los anglosajones” triunfantes tras la II Guerra Mundial -Franco había apoyado abiertamente a Hitler- terminan cobijándolo en la ONU, en 1955, con el acuerdo de la burocracia de la URSS -el campo republicano era apuñalado otra vez por el stalinismo.
Se trata de una historia atrapante que no ceja un instante de tensar la atención de sus 2 horas y media de duración. La película estrenada un año atrás en España fue nominada a 15 premios Goya, pero se quedó sólo con dos (Belén Cuesta ganó el de mejor actuación femenina en una labor que conmueve).
¿Podemos vincular esta historia a la realidad? Sólo en un sentido: precisamente para demostrar que una cosa es la cuarentena dictada por razones de cuidado de nuestra salud frente a la pandemia del coronavirus y otra muy diferente un estado de excepción´ policial y/o totalitario. Un régimen de opresión sólo puede existir como fruto de una derrota fundamental de las masas. Un abismo con las condiciones del presente, no porque el capitalismo no haya alcanzado el grado de putrefacción que ya tenía en los días de la guerra civil española (en verdad hoy lo supera por lejos) sino porque la propia exhibición de esta película –y el que la podamos ver desde nuestras casas– es prueba elocuente. Que el capitalismo tienda y pretenda cercenar las libertades no significa que lo haya logrado o impuesto. Distinguir las contradicciones del mundo real es condición ya no de un análisis marxista, sino de tener los pies sobre la tierra.
La serie “Poco Ortodoxa” trata sobre otro encierro, muy diferente. Está basada en un libro autobiográfico de una judía de Brooklyn, ultraortodoxa, que vive en forma asfixiante el clima de esa comunidad y termina, no sin mil peripecias, rompiendo con ella. Se trata de una comunidad de origen húngara diezmada bajo el nazismo que llega a EE.UU. tras la guerra, cuyas costumbres son descriptas impecablemente.
Esty, el personaje, muy jovencita es ´inducida´ a casarse con un religioso (típico matrimonio por arreglo, como suele hacerse en comunidades cerradas de las más diversas religiones). Desde un principio ella es infeliz en su vida matrimonial y de la mano de una profesora de música que no integra su núcleo comunitario (único contacto que la liga al mundo ´exterior´) arriba a la conclusión que debe escapar y buscar a su madre, que vive en Berlín, quien también había huido tras separarse de un marido alcohólico, miembro de la misma colectividad y padre de Esty (se ve obligada a ´abandonar´ a cargo de una tía y su abuela).
El encierro de Esty auto-impuesto inicialmente; cuando ella reacciona se lo impone su familia. Curiosamente estas colectividades jasídicas de New York, como en Israel, fueron diezmadas ahora por la pandemia de coronavirus (hábitos y costumbres que se negaron a dejar los puso cara a cara con el virus). Ahora dicen que es la peor tragedia que sufrieron desde el Holocausto.
¿Qué nos ha conmovido tanto de estas dos historias que invitamos a nuestros lectores a ver –y no decimos más nada? Que lejos de cualquier escepticismo ambas indican el camino de una dignidad que es condición del ser humano y sin la cual ningún socialista puede siquiera llamarse tal. Tan sencillo como esto. Si la cabeza debe usarse siempre porque es un atributo único de la condición humana, con mayor razón aún hoy.
Cultivar el cine es una buena manera de mantenernos activos. Que viva el séptimo arte y todas las artes para sacarnos de todos los encierros.